La
designación de “Evangelios de la Infancia” ha nacido con la crítica histórico-literaria
bíblica. Las preguntas sobre el origen,
sobre el nacimiento y sobre los primeros años del Salvador, han comenzado a
aparecer después con las polémicas sobre el origen del Mesías. No se conoce su
Sitz im Leben. Pero es muy verosímil suponer que los círculos cristianos de Jerusalén,
que conocían a los “hermanos del Señor” y que, en la persona de Santiago, dominaban
la entera cristiandad palestina, continuaran hablando de la infancia de Jesús.
Por eso, las noticias trasmitidas provienen sin dudas de ambientes bien
informados.
Los relatos de Mateo 1-2
J.
Jeremías publicó en 1942 un artículo fundamental sobre el tema de las
afinidades de Mateo 1-2 y los midrashim de Moisés. Según Jeremías, la historia
de la Infancia de Mateo habría sido formada en diversos puntos, según el modelo
de la leyenda de Moisés.
Después
de los estudios de M. Bourke y C.H Cave,
se ha hecho más vivo el interés de los escrituristas por las narraciones
midráshicas sobre Jacob-Israel. A. Voegtle se adhiere sustancialmente a las
posiciones de Daube, Bourke y Cave. Los dos primeros capítulos de mateo se
acercarían mucho a las tradiciones haggádicas sobre Jacob y Moisés, tal vez también
a las de Abrahán.
El
género de Mateo 1-2 es, pues, sustancialmente histórico, se trata de historia
verdadera, pero popular y religiosa. No faltan los adornos poéticos,
folklóricos, literarios, sobrenaturales etc.
Los relatos en Lucas 1-2
Mientras
que para Mateo 1-2 la atención se ha concentrado sobre todo en las relaciones
con la literatura popular midráshica del antiguo judaísmo, esto no ha sucedido
con Lucas 1-2. Sin embargo ha habido algunos autores como P. Winter que
considera el anuncio de Zacarías (Lc 1,5-22) como un midrash sobre el
nacimiento y la infancia de Sansón.
En
opinión de R. E. Brown y de otros investigadores, Lucas toma diversas
afirmaciones sobre Jesús, como las fórmulas y los títulos en los que había ido
cristalizando la experiencia pospascual de la comunidad primitiva, y las
retrotrae en el tiempo, es decir, las transpone desde aquel período en que ya
se reconocía abiertamente a Jesús como Mesías, Señor, Salvador e Hijo de Dios,
para aplicarlas a los momentos iniciales de su infancia, a su nacimiento e
incluso a su concepción. La resurrección y la concepción de Jesús, igual que
otros puntos culminantes de su existencia humana recogidos progresivamente en
la tradición evangélica, se han llamado «momentos cristológicos» (R. E. Brown).
Según
Fitzmeyer “esa terminología es, hasta cierto punto, ambigua. Por eso es
preferible hablar de diversas fases en el proceso de maduración que experimentó
la comunidad cristiana del s. I, en su comprensión progresiva de la inexorable personalidad
de Cristo. No es que Jesús fuera constituido Mesías, Señor, Salvador o Hijo de
Dios en un determinado «momento» de su existencia humana, es decir, en el
estadio I de la tradición evangélica, sino que los diversos «momentos» que
generaron las respectivas afirmaciones cristológicas fueron retrotrayéndose a
etapas cada vez más tempranas de la existencia terrestre de Jesús, a medida que
evolucionaba la comprensión de esa personalidad única y trascendente en sus
relaciones con Dios”.
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