Todo
adulto (salvo las mujeres y los esclavos) estaban obligados a ponerse en
oración por la mañana, antes de cualquier actividad, y por la tarde. Para esta
ocasión se cubría con un manto y fijaba
las filacterias en su frente y en su mano izquierda. Se volvía en dirección
a Jerusalén, hacia el Templo. Recitaba
en voz alta dos oraciones, una de bendición, el Sema Israel: “Escucha, Israel” (Dt
6,4-9; Ver 11,18-21; Num 15,37-41). A continuación recitaba una larga oración,
llamada “Semone Esré” que eran las dieciocho bendiciones; las tres primeras y
las últimas debieron de ser pronunciadas por Jesús y los Apóstoles.
El
día séptimo de la semana, que empezaba el viernes con la puesta del sol, estaba
enteramente consagrado al Señor. Se suprimía con rigor todo trabajo para orar y
descansar, en memoria del descanso de Dios después de la creación del mundo,
según la tradición conservada en Ex 20,8-11. El viernes, día de la preparación
(Parasceve), se limpiaba la casa y se hacían las compras necesarias a fin de
que las comidas del sabbat, consumidas frías, pudieran estar preparadas con
cuidado. El Sabbat era un día de alegría para las familias, se debían poner
vestidos de fiesta. A una hora determinada, los creyentes se congregaban en las
sinagogas para orar y escuchar la lectura y la explicación de la Escritura,
mientras se celebraba en el Templo
una liturgia especial.
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