El
capítulo 7 del evangelio de Marcos recoge una enseñanza de importancia capital,
una enseñanza que por sí misma constituye una de las cumbres de la historia
religiosa de todos los tiempos. El pasaje Mc 7,1-8.14-15 toma como punto de
partida la pregunta que le hacen a Jesús los fariseos y los maestros de la Ley
-las personas calificadas del ambiente religioso y cultural de aquel tiempo relacionada
con el uso judío de las abluciones. A la ley mosaica sobre la pureza ritual
(cf.vv. 3ss; Lv 11-15; Dt 14,3-21) habían ido añadiéndose cada vez más
prescripciones, que, transmitidas oralmente, eran consideradas vinculantes, con
la misma fuerza que la ley escrita y, como ésta, reveladas por YHWH. A Jesús se
le interroga sobre la inobservancia de tales prescripciones («la tradición de
los antepasados»: v. 5) por parte de sus discípulos. Jesús no responde
directamente, sino que, citando Is 29,13, saca a la luz lo falso y vacío que es
el modo de obrar de los fariseos: su culto es sólo formal, dado que a la
exterioridad de los ritos y de la observancia de la Ley no le corresponden el
sentimiento interior y la práctica de vida coherente. La tradición de los
hombres acaba así por sobreponerse y cubrir el mandamiento de Dios (v. 8).
En
los vv. 14ss se afirma el criterio básico de la moral universal, introducido por
la invitación: «Escuchadme todos». Todas las cosas creadas son buenas, según el
proyecto del Creador (cf. Gn 1), y, por consiguiente, no pueden ser impuras ni
volver impuro a nadie. Lo que puede contaminar al hombre, haciéndole incapaz de
vivir la relación con Dios, es su pecado, que radica en el corazón. El corazón
del hombre, por tanto, es el centro vital y el centro de las decisiones de la
persona humana, del que depende la bondad o la maldad de las acciones, palabras,
decisiones. No corresponde a la voluntad de Dios ni se está en comunión con él
multiplicando la observancia formal de leyes con una rigidez escrupulosa, sino
purificando el corazón, iluminando la conciencia de manera que las acciones que
llevemos a cabo manifiesten la adhesión al mandamiento de Dios, que es el amor.
En
este sentido, la «custodia del corazón» constituye la obra por excelencia del
hombre espiritual, la única verdaderamente esencial. En esta lucha es menester ejercitarse:
es preciso, en primer lugar, saber discernir nuestras propias tendencias pecaminosas,
nuestras propias debilidades, las tendencias negativas que nos marcan de un
modo particular; en consecuencia, hemos de llamarlas por su nombre, asumirlas y
no removerlas y, por último, sumergirnos en la larga y fatigosa lucha dirigida
a hacer reinar en nosotros la Palabra y la voluntad de Dios.
0 comentarios:
Publicar un comentario
Deja tus comentarios