Meditar el ingreso de Jesús a Jerusalén nos debe llevar a un compromiso y a una obediencia más verdadera.
Los que recibieron a Jesús abrieron las puertas de la ciudad y lo proclamaron como Rey. Los indicios son claros: los cantos, el júbilo, los mantos y ramos que alfombraron el camino del Señor. Con ello manifestaban que querían tomarlo como a su Rey, lo seguían como súbditos suyos. A nosotros nos corresponde “abrir las puertas” de nuestra alma y nuestra vida al Señor. Recibirlo más hondamente como a nuestro Rey, haciéndonos súbditos obedientes.
Ellos demostraron, por los acontecimientos posteriores, que la mayoría no vivió esa entrada y recepción de Jesús en Jerusalén como una realidad verdaderamente salvadora. Porque:
· Les falto constancia, a los cinco días de haberle catado sus “Hosannas” le estaban gritando a Pilato: ¡Crucifícalo!
· Les falto plenitud, ya que lo recibieron solo parcialmente. Lo aceptaron solo en la festividad y en el jubilo, sin embargo lo abandonaron cuando él se hizo Rey desde la cruz.
· Lo acogieron solo exteriormente pero no espiritualmente, no le abrieron el corazón, no se convirtieron. No les cambio la vida a pesar de haberlo recibido.
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