EL OFICIO DEL BAUTISTA

miércoles, 11 de enero de 2012

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Juan tenía un triple oficio:
a) Exhortar a la penitencia, “porque llega el reino de los cielos.” Penitencia que no se refiere propiamente a los actos penitenciales o ascéticos, sino a un cambio de mentalidad, de ser (μετάνοιαν) que responde al verbo hebreo shub, volverse, con el que los profetas exhortaban al pueblo a volverse a Dios, a “convertirse.”
b) Administrar el bautismo. Fue esto tan característico en él, que los evangelistas le llaman el Bautista. Y también Josefo. Su bautismo era de agua y se realizaba por inmersión, como sugiere la misma palabra bautizar y como se ve en el bautismo de Cristo, quien, “después de bautizado, subió del agua.”
Estos ritos purificatorios eran normales en la Escritura (Ez 36,25; cf. Zac 13,1) y en el ambiente de entonces. Los esenios tenían sus purificaciones diarias, y por los descubrimientos de Qumrán se sabe que los miembros de la comunidad tenían “purificaciones rituales”, conociéndose también el “bautismo de los prosélitos,” de los gentiles que querían pasar al judaísmo, y en el cual se les cubría de agua hasta la cintura.
Juan no necesita copiar su bautismo de elementos extraños, pues “vivía y se movía en la esfera del A.T., y su bautismo se inspiraba ciertamente en las profecías del mismo”. Pero el elemento absolutamente diferencial era un bautismo de renovación moral en orden a recibir al Mesías.
c) Confesión de los pecados por parte de los bautizados. Confesiones públicas y oficiales se conocen ya en la Ley, como la de la fiesta de la Expiación, en la que el sumo sacerdote confesaba públicamente “todas las culpas, todas las iniquidades de Israel” y otras (Jue 10,10; 1 Sam 7,6; 1 Re 8,47; Esd 9,6-7; Jer 3,25). También las había personales y de pecados concretos (Núm 5,7; Eclo 4,31; Act 19,18). En el bautismo de Juan debieron de ser muy varias, aunque individuales. Al borde ya de la era cristiana, en el día de la Expiación, los particulares estaban invitados a confesar sus pecados propios, sobre todo los que fueron en perjuicio del prójimo; lo mismo que el condenado a muerte y otros. Un ejemplo de lo que pudieron ser estas confesiones colectivas puede darlo la confesión que hacía un rabino del siglo III (d.C.), “Señor, yo pequé y obré mal; perseveré en el mal y anduve por caminos de extravío. Pero ya no quiero volver a hacer lo que hice hasta ahora. Perdóname, ¡oh Yahvé, Dios mío! todas mis culpas y pecados.”
Este bautismo, tan sólo de agua, excitaba a “convertirse”; Cristo, que viene detrás de él, lo hará “en Espíritu Santo y fuego.” Flavio Josefo, hablando del bautismo de Juan, dice, “No se lo usaba para expiación de los pecados, sino como limpieza del cuerpo, cuando las mentes habían sido purificadas antes por la justicia.” En Mc (1,4) se habla de un bautismo en el que “confesaban sus pecados” (αμαρτιών); en Mt (3,11) se habla de un cambio de mente (εις μετάνο(αν). No deben ser conceptos distintos.

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