EL PELIGRO DE LAS SECTAS

domingo, 8 de junio de 2014

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Cada día que pasa son más el número de sectas que se crean y los episodios lamentables de sus integrantes. Actualmente existen muchas sectas que dicen ser cristianas y en las que las mayorías de ellas están dirigidas por los llamados líderes mesiánicos.
 Una secta religiosa es un grupo de creyentes, separado del tronco originario y que sigue un líder. La palabra secta viene del latín “secare” que significa cortar y separar.
Hay que tener mucho cuidado con el engaño que las sectas proporcionan con el desmedido interés del líder religioso por extraer dinero de sus seguidores.

Muchos de sus líderes se dice profeta o enviado de Dios, y exige una obediencia ciega, llevándose a cabo un auténtico "lavado de cerebro" que puede llevar, en algunos casos, al suicidio colectivo.

Hace unos años un episodio muy lamentablemente y cruel  ocurrió en Brasil  y fue reseñado por el diario Folha, donde tres personas fueron detenidas por asesinar a tres mujeres, comerse parte de los cadáveres y vender los restos en empanadas. Los integrantes formaban parte de una secta que pretendía purificar al mundo por estar superpoblado y que mejor manera según ellos, de matar y comerse a las personas.

En marzo del 2009 en su viaje a África, el Papa Benedicto XVI mantuvo un dialogo con los periodistas presentes en el vuelo Roma-Yaoundé. A la pregunta por parte de un periodista del auge de las sectas en África el Papa respondió lo siguiente:

“ Ante todo nos damos cuenta de que en África el problema del ateísmo casi no se plantea, porque la realidad de Dios es tan presente, tan real en el corazón de los africanos que no creer en Dios, vivir sin Dios no parece una tentación. Es verdad que existe el problema de las sectas: no anunciamos nosotros, como hacen algunas de ellas, un Evangelio de prosperidad, sino un realismo cristiano; no anunciamos milagros, como hacen algunos, sino la sobriedad de la vida cristiana. Estamos convencidos de que toda esta sobriedad, este realismo que anuncia a un Dios que se ha hecho hombre, y por tanto un Dios profundamente humano, un Dios que sufre también con nosotros, da un sentido a nuestro sufrimiento para un anuncio con un horizonte más amplio, que tiene más futuro. Y sabemos que estas sectas no son muy estables en su consistencia: en el momento puede funcionar el anuncio de la prosperidad, de curaciones milagrosas, etc., pero tras un poco de tiempo se ve que la vida es difícil, que un Dios humano, un Dios que sufre con nosotros es más convincente, más verdadero, y ofrece una ayuda más grande para la vida. Otra cosa importante es que nosotros tenemos la estructura de la Iglesia católica. Anunciamos no a un pequeño grupo que tras un cierto se aísla y se pierde, sino que entramos en esta gran red universal de la catolicidad, no sólo trans-temporal, sino presente sobre todo como una gran red de amistad que nos une y nos ayuda también a superar el individualismo para llegar a esta unidad en la diversidad, que es la verdadera promesa”.

La Iglesia Católica ha afirmado siempre  en su profesión de fe que cree en Dios, en aquel que “es la Verdad misma, sus palabras no pueden engañar. Por ello el hombre se puede entregar con toda confianza a la verdad y a la fidelidad de la palabra de Dios en todas las cosas. El comienzo del pecado y de la caída del hombre fue una mentira del tentador que indujo a dudar de la palabra de Dios, de su benevolencia y de su fidelidad” (CIC 215). La Iglesia no cree en líderes mentirosos que se autodenominan “Mesías”.


Jesús nuestro Salvador fue muy claro al advertirnos acerca del peligro de las sectas por eso nos dijo que  “no se dejen engañar  cuando varios usurpen mi nombre y digan: Yo soy el Mesías. Pues engañarán a mucha gente.  Ustedes oirán hablar de guerras y de rumores de guerra. Pero no se alarmen; todo eso tiene que pasar, pero no será todavía el fin” (Mt 24,5-6). Luego nos sigue diciendo que se “presentarán falsos mesías y falsos profetas, que harán cosas maravillosas y prodigios capaces de engañar, si fuera posible, aun a los elegidos de Dios” (Mt 24,24).
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