LA MUERTE, LA INCINERACION Y EL DUELO EN EL PUEBLO ISRAELITA

viernes, 9 de noviembre de 2012

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La distinción del alma y del cuerpo es ajena a la mentalidad hebraica y, por consiguiente, la muerte no se considera como separación de estos dos elementos. La muerte no es un aniquilamiento mientras subsiste el cuerpo, o por lo menos mientras dura la osamenta, subsiste el alma, en un estado de debilidad extrema, como una sombra en la morada subterránea del seol (Job 26,5-6; Is 14,9-10; Ez 32,17-32).
A los difuntos se enterraban vestidos ya que han sido descubiertos alfileres y adornos en las tumbas. El embalsamamiento no se practicó nunca en Israel: los dos casos que se mencionan, el de Jacob y José (Gen 50,2-3), se ponen expresamente en relación a las costumbres egipcias.
No sabemos cuánto tiempo pasaba desde la muerte hasta la inhumación: el duelo de setenta días anterior a la traslación del cuerpo de Jacob es excepcional; los egipcios hicieron al patriarca funerales regios. La prescripción  de Dt 21,22-23 concierne únicamente a los cuerpos de los supliciados, que debían ser retirados antes de la noche.


La incineración de los cuerpos no está documentada en Palestina sino en época muy anterior a la llegada  de los israelitas o en agrupaciones extranjeras, los israelitas no la practicaban nunca. Al contrario, quemar los cuerpos era un ultraje que se infligía a los grandes culpables (Gen 38,24; Lev 20,14; 21,9), o a los enemigos a quienes se quería aniquilar definitivamente (Am 2,1). Queda todavía un caso difícil: los habitantes de Yabes de Galaad queman los cuerpos de Saúl y de sus hijos antes de enterrar sus osamentas (I Sam 31,12), esto se presenta como una infracción del uso corriente, parece ser distinto de Jer 34,5 que habla del fuego que se encendía con ocasión de la muerte de los reyes que abandonaban el mundo en paz con Dios, no se trata ciertamente de incineración, se quemaba el incienso y perfume cerca del cuerpo.

Los ritos de duelo de los parientes del difunto son diversos. A la noticia de la muerte, el primer gesto era rasgarse las vestiduras (Gen 37,34; 2 Sam 1,11; 3,31; 13,31; Job 1,20). A esto seguía el vestirse de “saco” (Gen 37,34). Era una tela burda que se llevaba ordinariamente sobre las mismas carnes, alrededor de la cintura y debajo de los pechos (2 Re 6,30; 2 Mac 3,19): la desnudez de la que habla Miqueas 1,8 quiere significar este vestido rudimentario más bien que la desnudez total, a pesar del paralelo de Is 20,2-4. También se quitaba el calzado (2 Sam 15,30; Ez 24,17-23) y también el turbante (Ez 24,17-23). Se cubría la barba o se velaba el rostro (2 Sam 19,5). Se afeitaban en todo o en parte los cabellos de la cabeza y de la barba y se hacían incisiones en el propio cuerpo (Job 1,20; Is 22,12; Jer 16,6; 41,5; 47,5).

Por último  la lamentación por el difunto era la principal de las ceremonias fúnebres. En su forma más sencilla era un grito agudo y repetido que en Miqueas 1,8 compara con el del chacal y el del avestruz. Se gritaba: “¡Ay, ay!” (Am 5,6), “¡Ay, hermano mío!”… Por la muerte de un hijo único  la lamentación era más desgarradora (Jer 6,26; Zac 12,10).
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