DIOS NO ES ABSORBENTE NI ACAPARA AL HOMBRE

martes, 23 de abril de 2013

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El texto que vamos a estudiar (Jn 13,31-35) es de vital importancia, pues, en el contexto de la Pascua, promulga el estatuto fundacional de la nueva comunidad humana; él sustituye la Ley mosaica, estatuto del antiguo pueblo y de su alianza.

Jesús ha explicado con su ejemplo que el amor consiste en el servicio al hombre hasta dar la vida (lavado de los pies); luego ha mostrado que ese servicio se extiende a todos, incluso al enemigo (traición de Judas) aún a costa de la vida; excluye así toda violencia y respeta totalmente la libertad, haciendo ver que el amor es más fuerte que el odio. Ahora, en este texto, comprende en su único mandamiento lo antes explicado y lo hace distintivo de los que lo siguen en su éxodo.


El paso de la tercera a la segunda persona divide claramente esta perícopa de la anterior; al mismo tiempo la perícopa enlaza los dos episodios precedentes con la que sigue. Por una parte, el anuncio de su marcha y la imposibilidad de seguirlo por el momento (13,33), recogido en la perícopa siguiente (13,36-38), prepara el tema del camino (cap. 14). Por otra parte, el mandamiento del amor (13,34-35) resume para los discípulos el comportamiento de Jesús en las dos escenas precedentes.

Pueden considerarse dos momentos:
13,33: Anuncio de su marcha inminente.
13,34-35: El nuevo mandamiento.

Jesús inicia su discurso declarando que ahora el Hijo del hombre es glorificado, y que al mismo tiempo en él, es decir, por medio de él, es glorificado Dios. Varios comentaristas entienden estas palabras en el sentido de que Jesús, mirando retrospectivamente su vida a la luz de su muerte ya próxima, declara que toda su actividad sobre la tierra ha sido una revelación de la gloria, antes oculta, del Hijo del hombre, y viene a ser al mismo tiempo glorificación de Dios, ya que su actividad no ha sido otra cosa que la ejecución de las obras del Padre.

13,33a «Hijos míos, ya me queda poco que estar con vosotros».
Jesús se dirige a los discípulos con un término de afecto. El momento es emocionante, porque va a anunciarles su próxima partida, de la que es plenamente consciente (13,1.3). Con esto, las palabras que siguen toman carácter de testamento. Aunque ellos no se han dado cuenta (13,28), la traición se ha consumado y la entrega es inminente.

Este «poco» va a ser completado en 16,16ss por otro «poco», cuando los discípulos volverán a ver a Jesús. Por el momento, les habla de su marcha, que es la que da carácter definitivo al mandamiento que va a comunicarles.

13,34a «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros».
El se marcha, pero ellos van a quedarse (13,1; 17,11). Jesús los va a constituir como comunidad, dándoles su estatuto y su identidad. Ellos, que lo han reconocido por Mesías (1,41.45.49), van a saber ahora cuál es el fundamento y la característica de la comunidad mesiánica. Les da el mandamiento nuevo, por oposición a la Ley antigua; la Ley de Moisés queda sustituida por el mandamiento de Jesús. Va a establecerse ahora la diferencia entre las dos alianzas: la del legislador y la del Mesías (1,17), la del que habla desde la tierra y la del Esposo-Hijo que pronuncia las exigencias de Dios (3,29.31.34). La alianza basada sobre la realidad del amor y lealtad de Dios no puede tener más Ley que la del amor, que es al mismo tiempo el culto que el Padre busca (4,23s) y el Espíritu  que él comunica. Si la gloria de Dios es amor y lealtad (1,14), no puede ser otra su exigencia a los hombres: un amor que responde a su amor (1,16). En realidad, la nueva ley es Jesús mismo como señal alzada que manifiesta y expresa el amor de Dios.
Jesús lo llama mandamiento para oponerlo a los de la antigua Ley. En realidad, el amor no es ni puede ser un precepto impuesto desde fuera, como tampoco lo es para Jesús. El hace lo que ve hacer a su Padre (1,18), lo que el Padre le enseña (5,19s). Obra por sintonía e identificación con el Padre (10,30; 14,10).
En su mandamiento, Jesús no pide nada para él mismo ni para Dios, sólo para el hombre. Vuelve a mostrarse que Dios no es absorbente ni acapara al hombre; por el contrario, es un dinamismo expansivo de amor universal, cuyas ondas empujan cada vez más lejos. Es fuente de amor personal, don de sí, que impulsa a darse a los demás. Toda la vida y la actividad han de ser una variada expresión de ese único afán, el de expresar en obras el amor por los otros.
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