NO EXISTE PODER ALGUNO QUE PUEDA FRENAR EL STATUS DE LA SALVACIÓN

miércoles, 17 de abril de 2013

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La pericopa (Jn 10,27-30) recoge el discurso del pastor, para desarrollarlo de manera independiente, a saber: que las ovejas del buen pastor oyen su voz y que le «siguen», siendo como es el buen pastor. Y resuena asimismo una vez más el motivo del conocimiento.

El verbo «seguir» recuerda la idea del seguimiento de Jesús. También aquí se trata una vez más de la familiaridad y estrecha conexión entre pastor y rebaño. Ahora se subraya de nuevo que esa conexión consiste esencialmente en que los creyentes, gracias a Jesús, llegan a ser partícipes de la vida eterna y, por tanto, de la salvación; y que esa vida eterna constituye una realidad definitiva y permanente. Nadie puede arrancar las ovejas del poder de Jesús; con ello se dice también que nunca incurrirán en la perdición eterna.

Más bien la comunidad de vida con Jesús, fundada en la fe, tiene el carácter de una validez duradera, definitiva y eterna. Esa validez definitiva tiene su fundamento último más profundo en que es el propio Padre el que ha encomendado las ovejas a Jesús (cf. también 6,37s.44). Justamente porque, tras el pastoreo de Jesús y en su acción salvadora, se esconde la voluntad del propio Dios, «del Padre», y porque en la acción pastoral de Jesús se realiza el pastoreo de Dios, como un pastoreo concebido para la salvación definitiva de todos los hombres, por eso tampoco existe poder alguno capaz de frenar o de dar marcha atrás al status de salvación. Entre el pastoreo de Jesús, el pastor mesiánico, y el pastoreo del Padre (de Yahveh) ya no puede haber contradicción alguna, sino que predomina la concordia más completa.

Desde esa base hay que entender asimismo la afirmación del v. 30: «El Padre y yo somos una misma cosa.» El «una misma cosa» está expresado en griego con el numeral neutro, al igual que la versión latina: Ego et Pater unum (¡no unus!) sumus. Entre Jesús y Dios, entre el Hijo y el Padre hay unidad. En esta afirmación hemos de atender sobre todo al contexto. Se trata, por tanto, de establecer que el rebaño de Jesús, del buen pastor, es a la vez el rebaño de Dios, y que Jesús actúa aquí enteramente por encargo de Dios, incluso en el compromiso por «los suyos» llevado hasta el extremo. Ahí queda también asegurado el carácter definitivo de la salvación. Y tal salvación tiene su fundamento último en la unidad del Padre y el Hijo. El v. 30 subraya la idea de esa unidad en su forma más extremada. La formulación  y lo hace observar con razón Bultmann en este pasaje va más allá de cuantas afirmaciones se han hecho hasta ahora, y enlaza estrechamente con la sentencia de 1,1 «y la Palabra era Dios».

Nos hemos referido ya igualmente a las afirmaciones unitarias en la oración de despedida de Jesús. La teología posterior, influida por el pensamiento griego, entendió esta afirmación en el sentido de una unidad de esencia entre el Padre y el Hijo, olvidándose a menudo de que aquí se trata de una revelación, cuyo propósito directo es mostrar el último sentido y fundamento de la acción y de la existencia de Jesús. El hombre Jesús dice aquí que su actuación y obra en el mundo se fundamentan en su unidad con Dios. Para los judíos presentes esto representa ciertamente una provocación.
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