DIOS NO PIDE IMPOSIBLES, PERO SÍ QUE HAGAMOS LO IMPOSIBLE POR SEGUIRLE (Mt 5,20-21.27-28.33-37)

lunes, 17 de febrero de 2014

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El primer segmento del Sermón del Monte trata de la justicia de los escribas en relación con los cinco últimos de los Diez Mandamientos, tratados en la antítesis de 5,21-48. También los escribas buscan la justicia, sobre todo en su estudio y en su enseñanza. Su tarea es investigar las Escrituras e indagar la voluntad de Dios. Instruyen al pueblo, enseñan a los niños, y así en cada caso aplican a su tiempo presente lo que han investigado en los libros.

Jesús le sigue diciendo a la muchedumbre: “Habéis oído que se dijo a los antiguos: No matarás, y quien mate, comparecerá ante el tribunal” (Mt 5,21). Jesús se refiere a la instrucción dada por los escribas. De sus labios se percibe la palabra de Dios y su explicación. Los discípulos han oído todo lo que Dios mandó, pero sólo poquísimos podían leer. Han aceptado con ánimo creyente lo que Dios antiguamente habló a sus antepasados. Los antepasados, la generación de la salida de Egipto y de la peregrinación por el desierto son los antiguos, a quienes Dios se reveló. Permaneciendo con santo temor al pie del monte Sinaí, percibieron de labios de Moisés su mandamiento. Esta palabra permanece viva en la historia, se retransmite de generación en generación hasta los días de Jesús, que también la ha escuchado y aprendido en la sinagoga. Una de las frases lapidarias de los diez mandamientos es la siguiente: No matarás. Toda vida viene de Dios y es santa. Al hombre, Dios sólo le había permitido expresamente matar los animales, y así había autorizado nutrirse con carne (Gen 9,2s).
“Pero yo os digo: todo el que se enoje contra su hermano, comparecerá ante el tribunal”
 (Mt 5,22). A los antiguos Dios les dijo entonces las palabras precedentes. Ahora Jesús dice de una forma nueva lo que Dios quiere. Ya no está en vigor la unidad insoluble, la balanza continuamente equilibrada: la muerte se castiga con pena de muerte. Ahora se dice: el sentimiento del corazón ya hace que se esté a punto para comparecer ante el tribunal humano, en el que se hace patente el tribunal de Dios.
Los siguientes dos versículos (27-28) hablan sobre el adulterio y el deseo de toda persona que aunque no cometa el acto inmoral, igualmente peca por el deseo en su corazón de mirar y desear a una mujer. El sexto mandamiento del decálogo ha de proteger y asegurar el matrimonio. La prohibición: No cometerás adulterio, tiene validez universal, tanto para el hombre como para la mujer. Pero la interpretación de la ley y la manera como los escribas la aplicaban, daba mayor libertad al hombre que a la mujer, como pronto veremos (5,3ls). El carácter sagrado de esta comunidad entre el hombre y la mujer solamente fue asegurado a causa de que fue prohibida la infracción externa, el adulterio consumado, que representa un estado jurídico de las cosas que estorban la vida en comunidad. La alta estima social y la protección jurídica del matrimonio siempre son importantes: los pueblos y los estados han de cuidarse de lograr estos fines.
Luego el Señor inicia  un segundo grupo de ejemplos de la verdadera justicia: “Igualmente habéis oído que se dijo a los antiguos: No jurarás en falso, sino que cumplirás al Señor tus juramentos”  (Mt 5,33). Aquí se trata de dos mandamientos del Antiguo Testamento. El primero se refiere a la solemne aseveración ante Dios, al invocarle como testigo de lo que se declara. A esta aseveración la llamamos juramento. El Antiguo Testamento ordena no jurar en falso (Lev 19,12). Cuando el hombre se vuelve a Dios y le llama para dar testimonio, tiene que ser muy verdadero y real lo que dice. De lo contrario haría el ultraje de rebajar a Dios poniéndole al servicio de una mentira, haciéndole testigo del error a él, que es santo y veraz. El segundo mandamiento también se refiere a las relaciones del hombre con Dios, pero en otro aspecto. Si una persona hace a otra una promesa, el honor de los dos exige que se mantenga la promesa. También se puede prometer algo a Dios. Entonces surge una especie de juramento, que llamamos voto. Cuando alguien se ha comprometido así con Dios, sobre él recae el santo deber de cumplir la promesa. El mandamiento advierte: “cumplirás al Señor tus juramentos”. Las dos veces se trata de deberes del hombre con Dios, se exhorta al hombre a tener profundo respeto ante la santidad de Dios. También hemos de cuidar de este respeto, pero aún no es suficiente.
Jesús prohíbe el juramento y el mismo no debe hacerse ni por cielo ya que “es el trono de Dios” (Mt 5,34), ni por la tierra, porque “es el estrato de sus pies, ni por Jerusalén que es la ciudad del gran rey” (Mt 5,35). Tampoco hay que jurar por “tu cabeza, porque ni a uno solo de tus cabellos puedes hacerlo blanco o negro” (Mt 5,36). Cuando la persona habla debe limitarse a decir “Sí, sí, no, no” ya que lo que pasa o excede  de estas palabras dice Jesús que “proviene del maligno” (Mt 5,37). Cuando hablamos un sí debe ser realmente un sí, y un no debe ser realmente un no. Nuestra verdad va en dos direcciones, una verdad objetiva que lo que afirmamos debe corresponderse con la realidad de las cosas, y una verdad subjetiva que lo que decimos corresponda a lo que íntimamente pensamos.

ACTUALIZACIÓN
La justicia de Dios es perfecta, la de los hombres imperfecta. Muchas veces observamos como la injusticia prevalece sobre la verdad, sin embargo es Dios quien tiene la última palabra.
Muchas personas me han dicho que seguir el camino del Señor es difícil, yo les digo, al contrario es fácil porque solamente hay que hacer su justicia, recordemos que Dios no nos pide imposibles, pide que hagamos lo imposible por seguirlo, que demos el todo por todo por hacer el bien, por vivir en la verdad y ser siempre una persona llena de la luz que proviene de lo alto.
Jesús nos ha dicho que al momento de hablar seamos claro en lo que decimos, que nuestros pensamientos estén acordes con nuestro corazón, que no alberguemos doble discursos, siempre tenemos que andar con la verdad aunque duela, el ejemplo más típico el de Juan el Bautista, murió por denunciar lo que no era correcto, esa es la tarea del cristiano, denunciar el mal y proveer amor.


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