EL CORDERO DE DIOS QUE QUITA EL PECADO DEL MUNDO (Jn 1,29-34)

lunes, 23 de junio de 2014

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La solemne apertura del evangelio había presentado a la Palabra eterna del Padre entrando en la historia de los hombres y convirtiéndose en Jesús de Nazaret. Era necesario encontrar un nexo para que Jesús pudiera vincularse concretamente en la historia. Todos los profetas habían hablado de él. El último, dotado de un carisma particular, el «precursor», se llama Juan: el portavoz del actual texto evangélico. En un estupendo primer plano, el Bautista es presentado como el testigo leal. Ese que empeña todo su ser en hablar de Jesús, reconociéndolo como el Mesías y proporcionando las credenciales fundamentales. Su testimonio se expresa con tres frases de recia teología: Jesús es «el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (v. 29); el Espíritu se ha posado sobre él y permanece de forma estable (v. 32); Jesús es el elegido de Dios, es decir, el «Hijo de Dios» (v. 34). Son tres afirmaciones, ligadas entre sí, que desvelan la idea que tiene Juan sobre el Mesías.
La obra principal de Jesús consiste en «quitar el pecado del mundo». Para Juan, el evangelista, existe un único pecado: rechazar la Luz que ha venido al mundo para iluminar a todos los hombres (Jn 1,9). Rechazar a Cristo es el mayor y único pecado; las demás transgresiones (pecados) son manifestaciones incompletas. Jesús cumplirá esta colosal obra de reconciliación entre Dios y el hombre porque él mismo es Dios. El texto lo dice claramente. La escena del bautismo sirve para mostrar la presencia del Espíritu, que desciende sobre Jesús y permanece sobre él.
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