ESTUDIO BÍBLICO: ÁNGELES Y DEMONIOS. I PARTE

lunes, 23 de junio de 2014

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En esta primera parte hablaré a profundidad sobre los ángeles, mientras que en la segunda entrega sobre los demonios.
En todas las religiones de la antigüedad, al lado de las divinidades más o menos numerosas que, junto con los héroes divinizados, poblaban el panteón de cada pueblo, aparece siempre una serie de seres de naturaleza intermedia entre el hombre y el dios, algunos de índole y con funciones benéficas y otros, por el contrario, maléficos. No es posible determinar con certeza cuándo penetró en Israel y cómo se fue desarrollando en él a través de los siglos la fe en la existencia de estos seres intermedios. Generalmente se piensa que fue asimilada del mundo pagano circundante, en donde tanto los cananeos como los asirio-babilonios se imaginaban las diversas divinidades rodeadas de una corte de "servidores" o ministros al estilo de los reyes y príncipes de este mundo. Está claro de todas formas que en este proceso de asimilación se debió realizar una gran obra de desmitización para purificar el concepto de dichos seres de toda sombra de politeísmo y armonizarlo con la fe irrenunciable en el verdadero Dios, único y trascendente, a quien siempre se mostró fiel la parte elegida de Israel.
LOS ÁNGELES. NOMBRES Y FUNCIONES. El término "ángel" nos ha llegado directamente del griego úngelos, con que los LXX traducen normalmente el hebreo mal'eak, enviado, nuncio, mensajero. Se trata, por tanto, de un nombre de función, no de naturaleza. En el AT se aplica tanto a los seres humanos enviados por otros hombres (también en el NT en Lc 7,24.27; 9,52) como a los seres sobrehumanos enviados por Dios. Como mensajeros celestiales, los ángeles aparecen a menudo con semblante humano, y por tanto no siempre son reconocidos. Ejercen también funciones permanentes, y a veces desempeñan tareas específicas no ligadas al anuncio, como la de guiar al pueblo en el éxodo de Egipto (Ex 14,19; 23,20.23) o la de aniquilar el ejército enemigo de Israel (2Re 19,35). Así pues, gradualmente el término pasó a indicar cualquier criatura celestial, superior a los hombres, pero inferior a Dios, encargada de ejercer cualquier función en el mundo visible e invisible.
LA CORTE CELESTIAL. Concebido como un soberano sentado en su trono en el acto de gobernar el universo (1 Re 22,15; Is 6,1 ss), el Dios de Israel aparece rodeado, venerado y servido por un ejército innumerable de seres, designados a veces como "servidores"(Job 4,18), pero más frecuentemente como "santos" (Job 5,1; 15,15; Sal 89,6; Dan 4,10), "hijos de Dios" (Job 1,6; 2,1; Sal 29,1; 89,7; Dt 32,8) o "del Altísimo" (Sal 89,6), "fuertes" o "héroes" (Sal 78,25; 103,20), "vigilantes" (Dan 4,10.14. 20), etc. Todos juntos constituyen las "tropas" (Sal 148,2) o el "ejército del cielo " (1 Re 22,19) y del Señor (Yhwh) (Jos 5,4), el cual es llamado, por consiguiente, "Señor de los ejércitos" (ISam 1,3.11; Sal 25,10; Is 1,9; 6,3; 48,3; Jer 7,3; 9,14). En Dan 7,10 el profeta ve en torno al trono de Dios una infinidad de seres celestiales: "miles de millares le servían, millones y millones estaban de pie en su presencia". También en el NT, cuando el ángel anuncia a los pastores de Belén que ha nacido el Salvador, se le unió "una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres que él ama" (Lc 2,13s), mientras que en la visión del cordero inmolado Juan oye el "clamor" y ve igualmente "una multitud de ángeles que estaban alrededor del trono...; eran miles de miles, millones de millones" (Ap 5,11).
LOS QUERUBINES Y LOS SERAFINES. Estos ángeles ocupan un lugar privilegiado en toda la corte celestial, ya que están más cerca de Dios y atienden a su servicio inmediato. Los primeros están junto al trono divino, lo sostienen y lo arrastran o transportan (Ez 10). En este mismo sentido hay que entender los textos en que se dice que Dios está sentado sobre los querubines o cabalga sobre ellos (1 Sam 4,4; 2Sam 6,2; 22,11; Sal 80,2; 99,1). Es especia] su presencia "delante del jardín de Edén" con "la llama de la espada flameante para guardar el camino del árbol de la vida" (Gen 3,24). Iconográficamente se les representaba con las alas desplegadas, bien sobre el arca de la alianza, bien sobre las paredes y la puerta del templo (Éx 25,18s; I Re 6,23-35). Los serafines, por el contrario, que etimológicamente significan "(espíritus) ardientes", sólo se recuerdan en la visión inaugural de Is 6,2-7, mientras que rodean el trono de Yhwh y cantan su santidad y su gloria. Están dotados de seis alas: dos para volar, dos para taparse el rostro, dos para cubrirse los pies. Uno de ellos fue el que purificó los labios del profeta con un carbón encendido, para que purificado de todo pecado pudiera anunciar la palabra de Dios.
EL ÁNGEL DE YHWH. Llamado también "ángel de 'Elohim (Dios)", es una figura singularísima que, tal como aparece y como actúa en muchos textos bíblicos, debe considerarse sin más como superior a todos los demás ángeles. Aparece por primera vez en la historia de Agar (Gen 16,7-13), luego en el relato del sacrificio de Isaac (Gen 22,11-18) y a continuación cada vez con mayor frecuencia en los momentos más dramáticos de la historia de Israel (Éx 3,2-6; 14,19; 23,23; Núm 22,22; Jue 6,11; 2Re 1,3). Pero mientras que en algunos textos se presenta como claramente distinto de Dios y como intermediario suyo (Núm 20,16; 2Re 4,16), en otros parece confundirse con él, actuando y hablando como si fuese Dios mismo (Gen 22,15-17; 31,11-13; Éx 3,2-6). Para los textos de este último tipo algunos autores han pensado en una interpolación por obra de un redactor, que habría introducido la presencia del ángel para preservar la trascendencia divina. Pero más probablemente hemos de pensar en un modo demasiado sintético de narrar: el ángel como representante del Altísimo habla y actúa en primera persona, interpretando y traduciendo para el hombre su voluntad, sin que el narrador se preocupe de señalar que está refiriendo lo que se le ha encargado decir o hacer. De todas formas, exceptuando 2Sam 24,17, donde se le encarga que castigue a Israel con la peste por causa del pecado cometido por David al haberse empeñado en censar al pueblo, en todos los demás textos el ángel de Yhwh actúa siempre con una finalidad benéfica de mediación, de intercesión y de defensa (I Re 22,19-24; Zac 3; Job 16,19)j Aunque en la tradición judía posterior su papel parece ser bastante reducido, su figura vuelve a aparecer de nuevo en los evangelios de la infancia (Mt 1,20.24; 2,13.19; Lc 1,11; 2,9).
ÁNGELES DE LA GUARDA Y ARCÁNGELES. En la antigüedad bíblica los ángeles no se distinguían por la naturaleza de las misiones que se les confiaban. Así, al lado de los ángeles enviados para obras buenas, encontramos al ángel exterminador que trae la ruina a las casas de los egipcios (Éx 12,23), al ángel que siembra la peste en medio de Israel (2Sam 24,16-17) y que destruye el ejército de Senaquerib (2Re 19,35), mientras que en el libro de Job Satanás sigue formando parte de la corte celestial (1,6-12; 2,1-10). Pero a continuación, a partir del destierro en Babilonia y cada vez más en los tiempos sucesivos, por influencia y en reacción contra el sincretismo iranio-babilonio, no sólo se lleva a cabo una clara distinción entre ángeles buenos y malos, sino que se afina incluso en su concepción, precisando sus tareas y multiplicando su número. Por un lado, se quiere exaltar la trascendencia del Dios invisible e inefable; por otro, poner de relieve su gloria y su poder, que se manifiestan tanto en el mayor número de ángeles como en la multiplicidad de los encargos que se les hace. En este sentido resulta particularmente significativa la angelología de los libros de Tobías y de Daniel. En el primero, el ángel que acompaña, protege y lleva a buen término todas las empresas del protagonista se porta como verdadero ángel de la guarda, pero al final de su misión revela: "Yo soy Rafael, uno de los siete ángeles que están ante la gloria del Señor y en su presencia" (Tob 12,15). En el segundo, además de la alusión a los "millones de millones" de seres celestiales que rodean el trono de Dios (Dan 7,10), se conocen también algunos ángeles que presiden los destinos de las naciones (Dan 10,13-21). Se dan igualmente los nombres de dos de los ángeles más importantes: Gabriel y Miguel. El uno revela al profeta el significado de sus visiones (Dan 8,6; 9,21), lo mismo que había hecho un ángel anónimo con los profetas Ezequiel (ce. 8-11; 40-44) y Zacarías (ce. 1-6), y como será luego habitual en toda la literatura apocalíptica, incluida la del NT. El otro se presenta como "uno de los primeros príncipes" (Dan 10,13) y como "vuestro príncipe", el príncipe absoluto de Israel, "que hace guardia sobre los hijos de tu pueblo" (Dan 10,21; 12,1). Los ángeles que velan por los hombres (Tob 3,17; Dan 3,49s) presentan a Dios sus oraciones (Tob 12,12) y son prácticamente sus guardianes (Sal 91,11); de alguna manera aparecen también así en el NT (Mt 18,10). También en Ap 1,4 y 8,2 encontramos a "los siete espíritus que están delante de su trono" y a "los siete ángeles que están en pie delante de Dios", además del ángel intérprete de las visiones. Los apócrifos del AT indican los nombres principales: Uriel, Rafael, Ragüel, Miguel, Sarcoel y Gabriel (cf Henoc 20,1 -8), pero de ellos tan sólo se menciona a Gabriel en el NT (Lc 1,19).

LOS ÁNGELES EN LA VIDA DE LA IGLESIA. La Iglesia hereda de Israel la fe en la existencia de los ángeles y la mantiene con sencillez, mostrando hacia ellos la misma estima y la misma veneración, pero sin caer en especulaciones fantásticas, típicas de gran parte de la literatura del judaismo tardío. El NT, como acabamos de ver, insiste en subrayar su relación de inferioridad y de sumisión a Cristo y hasta a la Iglesia misma, que es su cuerpo (Ef 3,10; 5,23). Contra los que identificaban en los ángeles a los rectores supremos del mundo a través del gobierno de sus elementos, Col 2,18 condena vigorosamente el culto excesivo que se les tributaba (cf Ap 22,8-9). Sin embargo, se reconoce ampliamente la función de los ángeles, sobre todo en relación con la difusión de la palabra de Dios. Los Hechos nos ofrecen un válido testimonio de esta creencia. Dos ángeles con vestidura humana revelan a los once que "este Jesús que acaba de subir al cielo volverá tal como lo habéis visto irse al cielo" (He 1,10-11). Un ángel del Señor libera a los apóstoles de la cárcel (5,19; 12,7-10), invita al diácono Felipe a seguir el camino de Gaza para unirse al eunuco de la reina Candaces (8,26), se le aparece al centurión Cornelio y le indica el camino de la salvación (10,3; 11,13), se le aparece también a Pablo en viaje hacia Roma y le asegura que se librará del naufragio junto con todos sus compañeros de viaje (27,23). Según el Apocalipsis, los ángeles presentan a Dios las oraciones de los santos (5,8; 8,3), protegen a la Iglesia y, junto con su jefe Miguel, combaten por su salvación (12,1-9). Finalmente, vale la pena señalar que los ángeles están también junto a los justos para introducirlos en el paraíso (Lc 16,22), pero ya en la tierra asisten a sus asambleas litúrgicas (1 Cor 11,10) y desde el cielo contemplan las luchas sostenidas por los predicadores del evangelio (I Cor 4,9).
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