HAY QUE ESCUCHAR LA PALABRA, ENTENDERLA Y PONERLA EN PRÁCTICA (MT 13,1-23)

jueves, 10 de julio de 2014

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Comentario al Evangelio dominical. Las parábolas fueron la forma de hablar y de enseñar más característica de Jesús. A través de ellas trataba de impactar a sus oyentes y provocar en ellos una respuesta. Sus parábolas se conservaron en el seno de las comunidades. En ellas se fueron aplicando a las diversas circunstancias que iban viviendo. 

Por eso, al leerlas hoy, tenemos que distinguir cuidadosamente entre la forma original de la parábola y las diversas aplicaciones que hicieron los primeros cristianos.
Mateo inicia el texto diciendo  “que Jesús abandona la casa”, sólo puede entenderse a partir de Marcos como fuente”. Su mención expresa era aquí necesaria para Mateo, ya que ofrece a continuación, con Marcos, el sermón junto al lago, relacionándolo, cosa que no hace Marcos, con el pasaje precedente por la fórmula de enlace «aquel día». El texto de la parábola coincide casi literalmente con el de Marcos. Extraña resulta sólo la inversión del orden de los tantos por ciento —el treinta, el sesenta y el cien— en el rendimiento de la cosecha, frente a Marcos, en el v. 8. Mateo menciona quizá el rendimiento más alto (Lc 8,8, el único) en primer lugar para evitar en el lector la idea de que, con la semilla de la palabra de Dios, el rendimiento, en sí escaso, del treinta por ciento, sea lo normal, aun tratándose de un suelo fértil.
Mt 13,1-9 El Sembrador; Para comprender la parábola se tiene que conocer las circunstancias de Palestina. Allí el labrador con un saco, en que está la simiente, va al campo que todavía está yermo desde la última cosecha. No ha sido labrado para recibir la nueva simiente. La labranza se hace después de la siembra. Así se explica más fácilmente por qué muchas semillas caen en el camino, otras entre zarzales, otras en un suelo pedregoso, privado de tierra a causa de la lluvia. Después de la labranza queda decidido definitivamente lo que llegará a ser la semilla. La que cayó al borde del camino no dará fruto, porque los granos después de algún tiempo son comidos a picotazos por los pájaros sobre el suelo endurecido por las pisadas. Lo que cayó entre zarzas (es decir, en medio de la maleza), no puede desarrollarse, porque la simiente de la mala hierba crece con mayor rapidez y ahoga el tallo tierno. Lo que cayó en suelo pedregoso hace ya tiempo que se secó. Pero también hay semillas que cayeron en terreno bueno. Estas semillas son las que fructifican: al treinta, al sesenta, al ciento por uno. La semilla se ha multiplicado de una manera maravillosa. Es pequeña y contiene en apariencia exigua virtud, pero de ella procede el tronco robusto con sus espigas y granos. No todos los troncos dan el mismo fruto, las tierras de pan llevar especialmente fértiles dan también abundante rendimiento. En otros parajes, que son pedregosos o están mal abonados, el rendimiento resulta más exiguo. Eso lo sabe cualquier campesino de Palestina.
Mt 13,10-17 Objeto de las parábolas; Este pasaje, considerado en su conjunto, corresponde a Mc 4,10-12. Pero Mateo ofrece en él además dos sentencias de Jesús que en Marcos y Lucas se encuentran en otros contextos, el v. 12 y el v. 16s. El texto debe leerse en el contexto de la sección precedente (Mt 11,2-12,50), donde Mateo ha descrito el rechazo de que ha sido objeto Jesús. El evangelista ve en las parábolas la ocasión para que aparezcan con claridad la acogida y el rechazo de Jesús y su mensaje. Las palabras de Mt 13,12: “al que tiene se le dará y tendrá de sobra”; pero al que no tiene, aun aquello que tiene se le quitará parecen injustas y poco cristianas. Sin embargo, son la clave para entender el misterio de la acogida y el rechazo del reino. Se trata de un proverbio campesino, que procede del ámbito económico: el que tiene puede aumentar su patrimonio, pero el que tiene muy poco acaba perdiéndolo todo. Jesús aplica este refrán a la acogida del reino: los que han acogido el reino con fe, cada vez descubrirán más profundamente su misterio, mientas que aquellos que sólo lo han acogido superficialmente, acabarán por abandonarlo. En la visión de Mateo, los discípulos encarnan la postura de los que acogen el reino. Ellos comprenden y pueden profundizar en el significado de la parábolas, porque son su verdadera familia, que hace la voluntad del Padre (Mt 12,48-50); son los sencillos, a quienes Dios ha revelado los misterios del reino (Mt 13,11; 11,25). Jesús les declara dichosos, porque han sabido abrir sus oídos para escuchar su mensaje, y han abierto sus ojos para ver en los signos que él realiza la llegada del reino de Dios. Sin embargo, la gente no entiende nada, porque su corazón está embotado, y sus ojos y sus oídos permanecen cerrados. Jesús les habla por medio de parábolas para hacerles más accesible el misterio del reino, pero es inútil: en ellos se cumple la profecía de Isaías que anunciaba, según Mateo, este rechazo.
Mt 13,18-23 Explicación de la parábola; Desde muy antiguo esta explicación se transmitió unida a la parábola original (cf. Mc 4,1-20), pero hay algunos datos que inducen a pensar que se trata de una adaptación de dicha parábola a la situación que vivían los cristianos después de la muerte de Jesús: a) no aparece en una antigua colección de dichos de Jesús (Evangelio de Tomás) en la que sí aparece la parábola; b) la parábola se ha alegorizado, desplazando el centro de interés a la suerte que corre la semilla: las diversas actitudes con que se acoge el mensaje cristiano (la palabra), que era una preocupación de las primeras comunidades cristianas.
Mateo desarrolla el tema de la responsabilidad humana: semilla en camino (cf. incredulidad) se atribuye a Satanás; semilla en terreno pedregoso (simpatía ineficaz cf. religiosidad popular) se seca en el momento de la prueba-opción; semilla entre zarzas (cf. pretensión de los discípulos de servir a Dios y al dinero y vivir la "inquietud" de este mundo: Mt 6, 19-34) queda infructuosa (cf. "poca fe"); semilla en tierra buena (lo que deben ser los discípulos) es el que "oye", "entiende" y obra.
Explicación de la parábola por Benedicto XVI el 10 de julio de 2011 en el Ángelus.
 Jesús se dirige a la multitud con la célebre parábola del sembrador. Es una página de algún modo «autobiográfica», porque refleja la experiencia misma de Jesús, de su predicación: él se identifica con el sembrador, que esparce la buena semilla de la Palabra de Dios, y percibe los diversos efectos que obtiene, según el tipo de acogida reservada al anuncio. Hay quien escucha superficialmente la Palabra pero no la acoge; hay quien la acoge en un primer momento pero no tiene constancia y lo pierde todo; hay quien queda abrumado por las preocupaciones y seducciones del mundo; y hay quien escucha de manera receptiva como la tierra buena: aquí la Palabra da fruto en abundancia.


Pero este Evangelio insiste también en el «método» de la predicación de Jesús, es decir, precisamente, en el uso de las parábolas. «¿Por qué les hablas en parábolas?», preguntan los discípulos (Mt 13, 10). Y Jesús responde poniendo una distinción entre ellos y la multitud: a los discípulos, es decir, a los que ya se han decidido por él, les puede hablar del reino de Dios abiertamente; en cambio, a los demás debe anunciarlo en parábolas, para estimular precisamente la decisión, la conversión del corazón; de hecho, las parábolas, por su naturaleza, requieren un esfuerzo de interpretación, interpelan la inteligencia pero también la libertad. Explica san Juan Crisóstomo: «Jesús pronunció estas palabras con la intención de atraer a sí a sus oyentes y solicitarlos asegurando que, si se dirigen a él, los sanará» (Com. al Evang. de Mat., 45, 1-2). En el fondo, la verdadera «Parábola» de Dios es Jesús mismo, su Persona, que, en el signo de la humanidad, oculta y al mismo tiempo revela la divinidad. De esta manera Dios no nos obliga a creer en él, sino que nos atrae hacia sí con la verdad y la bondad de su Hijo encarnado: de hecho, el amor respeta siempre la libertad.
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