LAS SIETE IGLESIAS DEL APOCALIPSIS

domingo, 6 de julio de 2014

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El capítulo 1 de diversas formas es una introducción a las siete cartas enviadas a las iglesias en la provincia de Asia. Jesús se dirige a Juan en Patmos y le dice dos veces que escriba cartas a las siete iglesias de la tierra firme (1,11-19). 

Se revela como quien es el primero y el último, como el viviente que sufrió muerte pero está vivo, y quien tiene autoridad final sobre la muerte y el Hades. Asimismo, cada una de las cartas, después del saludo a cada iglesia, contiene una frase inicial tomada de la descripción de Jesús de la que Juan ha dado fe. Cada una de las siete iglesias presenta un aspecto diferente de la apariencia, poder y autoridad de Jesús.

Iglesia  Texto Aspecto de Jesús
Éfeso 2,1 Siete estrellas en su diestra; los candelabros de oro (1,16)
Esmirna 2,8 Primero y último, quien murió y volvió de nuevo a la vida (1,17-18)
Pérgamo 2,12 La espada de dos filos (1,16)
Tiatira 2,18 Ojos de fuego resplandeciente; pies como bronce bruñido (1,14-15)
Sardis 3,1 Siete espíritus y siete estrellas (1,4.16)
Filadelfia 3,7 Tiene la llave (1,18)
Laodicea 3,14 Testigo fiel (1,5)

Asimismo las siete cartas revelan un paralelismo único: algunas son más largas y otras más cortas, pero cada una de ellas consiste en siete partes:
1.     El saludo a cada una de las siete iglesias en Asia Menor.
2.     Un aspecto de la aparición del Señor a Juan en Patmos.
3.     Una evaluación de la salud espiritual de la iglesia concreta.
4.     Palabras de alabanza o reproche.
5.     Palabras de exhortación.
6.     Promesas para el que salga victorioso.
7.     Un mandato de escuchar lo que el Espíritu dice a las iglesias.
Las tres primeras iglesias (Éfeso, Esmirna y Pérgamo), concluyen las cartas individuales con promesas. Las últimas cuatro (Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea) concluyen con el mandato de oír con atención lo que el Espíritu dice a las iglesias.
Jesús alaba y reprocha a cuatro congregaciones: Éfeso, Pérgamo, Tiatira y Sardis. Alaba a dos: Esmirna y Filadelfia. Y reprende a una: Laodicea. Estas siete iglesias son representativas de la iglesia universal. Las siete cartas van dirigidas a todos los lugares donde se reúne el pueblo de Dios para rendir culto, tener comunión y alcanzar a otros. Por tanto, el número siete no debería tomarse en sentido absoluto sino más bien como símbolo que representa totalidad. Por otro lado, mientras estuvo en Éfeso por cierto tiempo Juan conoció íntimamente a las iglesias del área circundante. Todas se encontraban a una distancia de dos a cuatro días de viaje a pie, porque Éfeso estaba bien situada en una circunferencia de forma oval de estas siete iglesias. Las siete iglesias se enfrentaban a peligros que les eran comunes. Tenían que soportar oposición por parte de fuerzas externas y engaño de parte de movimientos internos a la iglesia. Los judíos los calumniaban (2,9); incluso el fiel testigo de Jesús, Antipas, fue muerto en la ciudad donde vive Satanás (2,13). La profetisa llamada Jezabel quería que los seguidores de Jesús participaran en su idolatría, inmoralidad y desenfreno (2,20–25). Los falsos apóstoles, es decir, los nicolaítas, introdujeron doctrinas engañosas (2,2, 6, 15). Las tentaciones de ceder eran reales y, si lo hacían, resultaría mortal para la fe de los creyentes. Luego había la atracción de adoptar una conducta cristiana laxa y el aliciente de confiar en riquezas materiales (3,1.17). Pero Jesús mandó a los lectores de estas cartas y a quienes las escuchaban que fueran fieles hasta el final y que mantuvieran lo que tenían. Si lo hacían así, tendrían el privilegio de sentarse con él en su trono (3,21).

IGLESIA DE ÉFESO (2,1-7)
Éfeso era la capital efectiva de la provincia de Asia (aunque la capital oficial era Pérgamo). Estaba situada a orillas del mar Egeo y era un centro comercial y cultural de gran importancia. El templo de la diosa Artemisa (la Gran Diana de los Efesios) era el centro de referencia de la religiosidad pagana. La inmoralidad era también característica de esta rica ciudad. La Iglesia de Éfeso ocupa el primer puesto en el septenario de las cartas. Su comunidad cristiana estuvo evangelizada por Pablo y Timoteo y, según una tradición digna de todo crédito, fue lugar de residencia del discípulo amado y quizá, según una antigua tradición, de la misma Madre de Jesús. Desde Patmos, el cautivo por la Palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo se dirige al ángel de la Iglesia de Éfeso.
La Iglesia de Éfeso ha sufrido la persecución y se ha mantenido firme (2,2-3). Dos veces se hace referencia a la “paciencia en el sufrimiento”. También se defiende de las doctrinas de los nicolaítas (2,6), un movimiento de tendencia gnóstica que está contaminado de abe-rraciones morales. Pero la Iglesia se ha enfriado de su primitivo fervor: ha caído del amor primero (2,4). El Señor la exhorta a volver a su primer fervor. De otra manera, el Señor tendría que cambiar su candelero (2,5), es decir, perdería su rango de metrópoli religiosa. La promesa al vencedor en esta carta a la Iglesia de Éfeso es maravillosa (2,7). Comer del árbol de la vida es conseguir la vida eterna, la inmortalidad perdida en el paraíso y reservada ahora a los vencedores. Es la salvación. La alusión a la Eucaristía como manjar de vida eterna es también probable.

LA IGLESIA DE ESMIRNA (2,8-11)
A unos kilómetros al norte de Éfeso, también en la costa del mar Egeo, estaba Esmirna, ciudad bellísima y célebre por sus templos paganos. La ciudad era rica, pero la comunidad cristiana carecía de recursos, aunque era rica espiritualmente. De esta ciudad fue obispo san Policarpo, del que se dice que había conocido al discípulo amado del Señor. Cristo se presenta como el Primero y el Ultimo, el que estuvo muerto y revivió (2,8). Con ello se destacan dos cualidades del remitente. En primer lugar, su carácter divino: él es el Primero y el Ultimo, un título que se usa de Yahvé en Is 44,6 y 48,12. Él es también el Resucitado, el que estuvo muerto y revivió. Con ello se pone de relieve que el que habla es el Señor de la vida, y por ello puede prometer la vida eterna al vencedor (cf. 2,10-11). También la situación de la Iglesia de Esmirna es de persecución. Se habla de tribulación, de pobreza, de calumnias por parte de los judíos (2,9). La expresión “sinagoga de Satanás” refleja una agria polémica entre la Sinagoga y la Iglesia cristiana. El autor precisa que esa polémica no es entre el Judaísmo y el Cristianismo, sino entre los que se llaman judíos sin serlo. (Véase una expresión semejante en la carta a la Iglesia de Tiatira, 3,9.) Seguidamente (2,10) el autor habla del encarcelamiento de algunos por instigación del diablo. Esa tribulación tendrá una duración limitada (“diez días”). La tribulación (2,9) se convertirá en triunfo. En el cántico de los vencedores, tras el sexto sello, los salvados vienen de la gran tribulación (7,14), y en el cántico de triunfo por la victoria de Miguel sobre el Dragón se elogia a los que despreciaron su vida ante la muerte (12,11). No obstante, Esmirna es rica espiritualmente. El Señor, que la anima a mantenerse fiel hasta la muerte, le dará la corona de la vida. Con ello aparece claro el dramatismo de la situación y el vigor de la fortaleza cristiana: «manténte fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida» (2,10). Ser fiel hasta la muerte, es decir, hasta dar la vida por Dios, por la fidelidad a Cristo: ése es el mensaje del Apocalipsis. La recompensa es la corona de la vida. Con otras palabras se dice lo mismo en la promesa final (2,11), donde se habla de ser librado de la muerte segunda, que es la muerte eterna, la condenación. El fiel no la sufrirá. De esa manera, la promesa de la carta a Éfeso (comer del árbol de la vida) y la promesa de la carta a Esmirna (no sufrirá daño en la muerte segunda) es la misma: la promesa de la vida eterna (cf. 1 Jn 2,25).

IGLESIA DE PÉRGAMO (2,12-17)
Un poco más al Norte, a unos kilómetros del mar, está Pérgamo, ciudad con un gran pasado y con una riqueza considerable. Capital del reino seléucida hasta el 133 a.C., pasó a ser la capital de la provincia de Asia del Imperio Romano. Era preciosa su biblioteca de 200.000 pergaminos (el nombre “pergamino” proviene precisamente de Pérgamo donde empezó a usarse en sustitución del papiro). La ciudad estaba situada en una altura rocosa, donde se levantaba el templo de Zeus (Júpiter), al que quizá se refiere la expresión «trono de Satanás» (2,13). El procónsul tenía el “ius gladii”, que probablemente es aludido en la presentación de Cristo con la espada de dos filos que sale de su boca. Las ruinas arqueológicas dan todavía idea de la grandiosidad del culto imperial. La situación de esta iglesia es particularmente grave: persecución violenta por fuera y peligros por dentro. La comunidad vive donde está el trono de Satanás (2,13a), es decir, en un centro donde reside el culto imperial y se persigue a muerte a los que se niegan a adorar al César. Sin embargo, la iglesia se mantiene fiel a Cristo y cuenta ya con un mártir, Antipas (2,13b). Junto a la persecución exterior, la Iglesia está amenazada por el peligro de la seducción moral y de la herejía. Así se lo advierte el Señor (2,14-15). El Señor la invita a arrepentirse para no tener que venir a luchar contra los corruptores (2,16). La promesa a esta iglesia de Pérgamo es de una belleza sugestiva (2,17). El maná escondido es una delicada alusión a la Eucaristía como fuente de inmortalidad. La imagen nos recuerda el c. 6 de san Juan, con el desarrollo sobre el maná y el alimento de la vida. La piedrecilla blanca y el nombre nuevo grabado en ella son como el billete o tarjeta de invitación para entrar en el banquete del Reino. Ese nombre nuevo es la realidad de la vida nueva, de la gracia, de la adopción de hijos de Dios, que tendrá su plena eclosión en la vida eterna (cf. 1 Jn 3,1-2). Ese nombre no lo conoce sino el que lo recibe. Es el don del amor de alianza, del amor nupcial, de la intimidad con Dios, de la inhabitación de Dios en el interior del hombre, de la cena de amor de que se hablará en la última carta (3,20).

IGLESIA DE TIATIRA (2,18-29)
Tiatira, situada en el camino de Pérgamo a Sardes, era menos importante, aunque podía considerarse como un apreciable centro comercial. Lidia (cf. Hch 16,14), comerciante de púrpura, era de esta ciudad. Era célebre por sus gremios y las consiguientes formas de religiosidad de las fiestas paganas y del culto imperial. En un santuario de Tiatira había un oráculo femenino con características de inmoralidad e idolatría. La figura de Jezabel puede contener, según algunos, una alusión a esta práctica. El título “Hijo de Dios”, aplicado aquí a Cristo, se corresponde con la mención del “Padre” que hay en la promesa (2,28). Por su parte, el rasgo de los ojos como llamas de fuego, con la función de escudriñar los riñones y los corazones, está  tomado de la descripción de Dios en el libro de Daniel. Este rasgo se encontraba ya en la visión del Hijo del hombre (1,14), como igualmente la mención de los pies como de metal precioso (1,15). Son atributos divinos aplicados a Jesucristo.
La situación de la iglesia de Tiatira merece en primer lugar un completo elogio (2,19). La descripción contiene una especie de síntesis del cristianismo perfecto: caridad, fe, espíritu de servicio y esperanza firme (fortaleza en el sufrimiento); y todo ello en un afán de superación («tus obras últimas sobrepujan a las primeras», 2,19). No obstante, también a esta Iglesia le acecha el peligro de la seducción (2,20). Esta vez es obra de una profetisa, que lleva el nombre de la famosa reina Jezabel, esposa de Ajab, y que se nos describe como seductora del Reino del Norte en tiempos de Elías (2 R 9,22). Cristo advierte a esta Iglesia del peligro de esta seductora. Se trata pues de la misma forma de contaminación moral que hemos encontrado en Pérgamo. Un poco más adelante, en esta misma carta a la iglesia de Tiatira, se califica esta doctrina como conocer «las profundidades [secretos] de Satanás» (2,24). Dios ha dado tiempo a la seductora para arrepentirse de su fornicación, pero no quiere (2,21). Sigue una seria amenaza (2,22-23). El castigo de Jezabel y de sus seguidores hará comprender a la Iglesia que nada hay oculto a la mirada de Cristo, que dará a cada uno según sus obras. Como se ve, también aquí se aplican a Cristo las mismas funciones de Dios. Cristo consuela a los fieles de Tiatira, no imponiéndoles ninguna otra carga además de la que tienen (2,24), y les invita a la fidelidad (2,25). La promesa al vencedor (2,26-29) es también aquí espléndida. El vencedor, el que guarda las obras de Cristo hasta el fin, es decir, el que permanece fiel hasta la muerte, participará en el poder mesiánico de Cristo (2,26-27).

IGLESIA DE SARDES (3,1-6)
Fue en la antigüedad un centro de riqueza con un pasado histórico célebre (Creso). Su situación defensiva privilegiada (en una roca desmoronable) fue garantía de su seguridad, pero a la vez motivo de su derrota en dos ocasiones. La situación de la iglesia de Sardes es lamentable. Tiene nombre como de quien vive pero está muerta. Sus obras no son perfectas a los ojos de Dios (3,2). Cristo la invita a ponerse en vela, a reanimar el rescoldo que está a punto de apagarse, a recordar cómo escuchó la Palabra, a arrepentirse. De otra manera, el Señor vendrá como ladrón a la hora que menos piense (3,3). Esta seria advertencia es seguida por el reconocimiento de que algunos no se han contaminado (3,4). La imagen de las vestiduras blancas, símbolo no sólo de pureza, sino también de victoria y alegría (cf. nota de BJ a 3,5), se reitera en la promesa al vencedor (3,5). El premio, pues, es en primer lugar el don de las vestiduras blancas que, como hemos visto, se aplicaban a los pocos que se habían mantenido fieles en Sardes. En segundo lugar, Cristo promete al vencedor no borrar su nombre del Libro de la Vida, sino declararse por él delante de su Padre y de los ángeles. No borrar el nombre del Libro de la Vida es la promesa de la vida eterna (cf. 1 Jn 2,25). Esta promesa es el contenido de todas las cartas. La declaración de Jesús en favor del fiel delante del Padre y de los ángeles está tomada de las palabras de Jesús en la tradición sinóptica (Mt 10,32; Lc 9,26).

IGLESIA DE FILADELFIA (3,7-13)
Situada como ciudad de irradiación de la cultura griega entre Lidia y Frigia, fue sacudida por un fuerte terremoto el año 17 d.C. y cambió su nombre dos veces (en tiempo de Tiberio y en la época de los Flavios). Quizá el nombre nuevo del que se habla en la promesa al vencedor en esta carta (3,12) contenga una alusión a ese detalle. La comunidad judía, que era numerosa, es calificada como la “Sinagoga de Satanás”. La situación de la iglesia de Filadelfia es digna de alabanza, por la fidelidad con que se mantiene a pesar de las asechanzas de los enemigos. Los fieles han guardado la Palabra del Señor y no han rene-gado de su nombre (3,8). Los mismos enemigos se tendrán que postrar a sus pies (3,9). De nuevo aquí (como en 2,9, en la carta a la iglesia de Esmirna) encontramos la expresión “Sinagoga de Satanás”, aplicada a los que se proclaman judíos sin serlo. Como hemos indi-cado allí, el autor no confronta Judaísmo y Cristianismo, sino Cristianismo y un Judaísmo falseado por una secta. Los fieles han guardado la recomendación de ser pacientes en el sufrimiento (3,10a). En atención a ello, el Señor guardará a la Iglesia en la hora de la prueba que va a venir sobre el mundo entero, para probar a los habitantes de la tierra (3,10b). Es interesante esta mención de la “hora”. El autor piensa en las plagas de los cc. 8-9 y del c.16 (cf. nota de BJ a 3,10).

IGLESIA DE LAODICEA (3,14-22)
Situada ya en el interior, hacia el centro de la península anatólica, nos es conocida por las cartas de san Pablo (Col 4,15-16). Estaba situada en el camino principal de Éfeso a Siria. Era un importante centro de riqueza, con muchos bancos y famosa por su industria textil (lana negra) y por su escuela de medicina y producción de ungüentos para los oídos y colirios para los ojos. La situación de la Iglesia de Laodicea es la tibieza; pero no la tibieza en el sentido en que habitualmente se entiende (falta de fervor), sino la tibieza en el sentido de algo que provoca asco, es decir, de una situación espiritual pecaminosa grave, que provoca el desagrado divino. Los calificativos con que el Señor describe al ángel de la Iglesia son dignos de atención: pobre, ciego y desnudo (3,17). El Señor le aconseja remediar su pobreza comprando el oro acrisolado de la gracia, cubrir su desnudez con vestidos blancos y ponerse colirio en los ojos para remediar su ceguera espiritual (3,18).

La reprensión del Señor es fruto de su amor (3,19). Esta invitación al fervor y al arrepentimiento es seguida por una conmovedora “declaración de amor”, que solicita la respuesta del alma fiel (3,20). Cristo llama –está a la puerta– y quiere tomar posesión de la iglesia, su esposa. Pero respeta la libertad y espera delicadamente a que se le abra. La dicha de abrirle es formulada con una doble expresión. En primer lugar, «entraré en su casa»: Jesús vendrá a habitar en el corazón del fiel. Ello nos recuerda la promesa de la inhabitación divina en Jn 14,23: «si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él» (Jn 14,23b). En segundo lugar se habla de la cena, signo de amor: «cenaré con él y él conmigo». La alusión a la Eucaristía no agota la grandiosidad de la imagen. Es la promesa de la intimidad del Señor, de su amor nupcial, de la alianza mutua (cenaré con él y él conmigo). La comunión en el cielo se adelanta en la comunión de amor: la gracia y la Eucaristía.

MENSAJE DE CONJUNTO DE LAS SIETE CARTAS
·        Las cartas nos hablan del Dios y Padre de Jesucristo. Así, en la carta a la iglesia de Tiatira, Cristo aparece como “El Hijo de Dios”: «Esto dice el Hijo de Dios, cuyos ojos son como llama de fuego y cuyos pies parecen de metal precioso» (2,18). En la carta a la iglesia de Sardes, Jesucristo promete al vencedor: «El vencedor será así revestido de blancas vestiduras y no borraré su nombre del libro de la vida, sino que me declararé por él delante de mi Padre y de sus ángeles» (3,5). De la misma manera, en la carta a la iglesia de Filadelfia se dice: «Al vencedor le pondré de columna en el Santuario de mi Dios, y no saldrá fuera ya más; y grabaré en él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, que baja del cielo enviada por mi Dios, y mi nombre nuevo» (3,12). Finalmente, en la carta a la iglesia de Laodicea, se promete: «Al vencedor le concederé sentarse conmigo en mi trono, como yo también vencí y me senté con mi Padre en su trono» (3,21). Por ello, Jesucristo hace de los redimidos un reino de sacerdotes para su Dios y Padre(1,6). El Padre es el origen y meta de todo el designio salvador.

·        Las cartas contienen  un anuncio de la venida del Señor. Esta  venida se refiere bien a una intervención particular para corregir a determinada Iglesia (2,5; 3,3) bien a una visita para premiarla (3,11). Otras veces se habla de la vuelta del Señor como de un acontecimiento conocido por la catequesis, es decir, de la segunda venida (2,25) o de las tribulaciones de la hora de la prueba (3,10). De este modo, las cartas se encuadran en toda la tensión de espera del Señor que se da en el resto del libro, especialmente al final («Ven Señor Jesús»: 22,20).

·        Las cartas ponen de relieve también  la presencia y acción del Espíritu en la comunidad cristiana. La expresión «el que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias» es una indicación de que el contenido del Apocalipsis es una inspiración del Espíritu Santo. Al final se nos dirá: «El Espíritu y la Novia dicen: ‘Ven’» (22,17).

·        Las cartas proclaman el señorío de Cristo sobre la Iglesia y sobre el mundo. Los títulos cristológicos con que comienzan cada una de las cartas contienen una referencia a los rasgos de la figura majestuosa de Cristo Rey y Sacerdote de la visión inaugural del c. 1. Unas veces son títulos divinos: el Primero y el Ultimo, el Amén, el Santo, el Veraz, el Principio de las criaturas de Dios, aquel cuyos ojos son como llama de fuego y cuyos pies son como de metal precioso. Otros títulos, como el de Hijo de Dios, nos remiten al contenido esencial de la fe neotestamentaria. Otras veces son expresiones de su poder mesiánico: el que tiene la llave de David. Finalmente otros títulos expresan su señorío sobre la Iglesia: el que tiene las siete estrellas en su mano. La cristología de los títulos se completa con las alusiones cristológicas en el resto de las cartas (p.e. referencia a atributos divinos: 2,23; referencia a poderes mesiánicos: 2,26-27; etc.).

·        Las cartas contienen asimismo una eclesiología riquísima por vía de alusión: los ángeles de las iglesias son las estrellas en las manos del Señor, y las iglesias son los candeleros en medio de los cuales camina el Señor (1,20). Las iglesias participan delpoder mesiánico de Cristo (2,26-29). La Iglesia es la nueva Jerusalén que baja de lo alto (3,12).

·        Las cartas insisten en la dimensión  escatológica en múltiples afirmaciones y con las más variadas imágenes. el Señor Resucitado, el Viviente, ofrece al vencedor como premio la corona de la vida (2,10). Ello se encuentra de una u otra manera, como hemos visto, en todas las cartas: el árbol de la vida (2,7), el maná escondido y el nombre nuevo (2,17), el Lucero del alba (2,28), no borrar el nombre del libro de la vida (3,5), declararse ante el Padre por el vencedor (ibid.), ser columna en el Santuario de Dios (3,12), sentarse en el trono con Cristo en el cielo (3,21). El triunfo de Cristo y del cristiano sobre la muerte es el gran anuncio. El anuncio del juicio y de la prueba suprema del mundo completa esta dimensión escatológica (3,10). El mal y la seducción serán vencidos.

·        Las cartas contienen también una síntesis de la vida cristiana como fe, esperanza, amor, espíritu de servicio, fortaleza en el sufrimiento (2,19), testimonio explícito de Cristo (3,8), limpieza de la fornicación y repudio de la idolatría (2,14-16), fidelidad hasta la muerte (2,10).

·        Las cartas aluden a los sacramentos del Bautismo, con que son lavados los cristianos (vestiduras blancas, 3,4), y de la Eucaristía, con la mención del maná escondido (2,17) y con la evocación de la Cena del Señor (3,20).

·        Las cartas están llenas de la mística de la comunión de la Iglesia con el Señor resucitado. Es una unión nupcial (3,20) y una unión de amor; una unión de destino en la gloria; una unión de victoria (3,21). De esa manera se prepara el tema de las Bodas del Cordero.

EL OBJETIVO DE LAS CARTAS: ANIMAR A LA FIDELIDAD
Toda esta riqueza de contenido de las cartas tiene una finalidad: sostener a los cristianos en la hora difícil de la prueba que están pasando: la persecución. La victoria de Cristo a través del martirio es el gran argumento para mantener viva la esperanza y la fortaleza del cristiano. Esa fidelidad cubre dos frentes: fidelidad al Evangelio en el amor práctico y en la pureza de costumbres, manteniéndose alejado de la seducción de las doctrinas aberrantes de gnósticos y paganos; fidelidad a Cristo hasta la muerte, negándose a la idolatría y a las exigencias del culto al emperador como dios. El cristiano, fiel hasta la muerte, espera la corona de la vida.
La Palabra de Dios permanece para siempre. El mensaje de las cartas del Apocalipsis es para todos los tiempos, y muy especialmente para los tiempos difíciles. La doctrina de los nicolaítas y la seducción de Jezabel tiene hoy su continuidad en el hedonismo y agnosticismo de la sociedad consumista. La idolatría del culto al emperador se traduce hoy en la tiranía de otros ídolos. La persecución cruenta subsiste en muchos lugares, y en los demás es sustituida por una persistente campaña de descristianización y de pérdida del sentido de Dios. El nombre de Dios es blasfemado o silenciado, y no es reconocido su dominio sobre la creación. La vida pública renuncia a los signos que expresan su reconocimiento de Dios, Padre y origen del hombre. En estas circunstancias no deja a la vez de ser cierto que el Señor tiene en cada iglesia un número de fieles que no han manchado sus vestidos (3,4) ni conocen los secretos de Satanás (2,34). Antes al contrario, guardan la Palabra del Señor (3,8) y viven la plenitud de la vida cristiana: la caridad, la fe, el espíritu de servicio, la paciencia en el sufrimiento (2,19). Otros, en cambio, están a punto de morir (3,2) o caminan en la ceguera espiritual (3,17).

El Apocalipsis, y concretamente las siete cartas, contienen un mensaje de aliento a los cristianos que permanecen fieles: «al vencedor le daré la corona de la vida» (2,10). A la vez son una seria advertencia a los que están a punto de perder la fe: Jesús les ofrece el colirio que puede devolverles la visión de la fe (3,18). El Señor llama a su puerta solicitándoles dejarle entrar en su vida; les invita a su amistad, a la cena de amor (3,20), que llene de sentido su existencia. A todos, Cristo Rey les invita a ser fieles para sentarse con Él en su trono, como Él venció y se sentó con el Padre (cf. 3,21). El mensaje del Apocalipsis es de triunfo, un triunfo conseguido a través de la fidelidad, es decir, de mantenerse firmes en el pilar de la Palabra divina, de vencer las asechanzas del tentador.
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