Interesante comentario de San Agustín al Evangelio de este domingo 17 de agosto. San Agustín explica que debemos tener la fe de la mujer cananea para que el medico que es Jesús venga a nosotros. Esa
fe viene medida en grado de humildad. Jesús disimulo no escucharla para
acrecentar en ella el deseo.
1.Esta mujer cananea, que la lectura evangélica acaba de recomendarnos, nos
ofrece un ejemplo de humildad y un camino de piedad. Nos enseña a subir desde
la humildad a la altura.
Al
parecer, no pertenecía al pueblo de Israel, al que pertenecían los patriarcas,
los profetas, los padres de nuestro Señor Jesucristo según la carne, y también
la misma Virgen María, que dio a luz a Cristo. La cananea no pertenecía a este
pueblo, sino a los gentiles. Según hemos oído, el Señor se retiró a la parte de
Tiro y Sidón, y la mujer cananea, saliendo de aquellos contornos, solicitaba
con calor el beneficio de que curase a su hija, que era maltratada por el
demonio. Tiro y Sidón no eran ciudades del pueblo de Israel, sino de los
gentiles, aunque vecinas de Israel.
Ella
gritaba, ansiosa de obtener el beneficio, y llamaba con fuerza; Él disimulaba, no para negar la
misericordia, sino para estimular el deseo, y no sólo para acrecentar el deseo,
sino también, como antes dije, para recomendar la humildad. Clamaba, pues,
ella al Señor, que no escuchaba, pero que planeaba en silencio lo que iba a
ejecutar. Los discípulos rogaron por ella al Señor y le dijeron: Despáchala,
pues grita detrás de nosotros. Pero él replicó: No he sido enviado sino a las
ovejas que perecieron de la casa de Israel.
2.
Aquí se plantea el problema de estas palabras. ¿Cómo hemos venido nosotros
desde los gentiles al redil de Cristo, si él no ha sido enviado sino a las
ovejas que perecieron de la casa de Israel? ¿Qué significa la manifestación tan
profunda de este secreto? El Señor sabía
por qué había venido, esto es, para tener una Iglesia en todas las naciones.
¿Por qué dice que no ha sido enviado sino a las ovejas que perecieron de la
casa de Israel? Entendemos que tenía que
manifestar en aquel pueblo la presencia de su cuerpo, su nacimiento, la
exhibición de sus milagros y la virtud de su resurrección-, entendemos que así había
sido planeado, propuesto desde el principio, predicho y realizado; entendemos
que Cristo Jesús debía venir al pueblo de los judíos para ser visto, asesinado
y para recobrar de entre ellos a los que preestableció. Porque el pueblo
aquel no fue condenado, sino beldado. Había allí muchedumbre de paja, pero también
una oculta dignidad de los granos; había material de hoguera, y también para
llenar el granero. ¿De dónde salieron los Apóstoles sino de ahí? ¿De dónde
salió Pedro? ¿De dónde salieron los demás?
3.
¿Y de dónde salió Pablo, antes Saulo, es decir, primero soberbio y después
humilde? Cuando era Saulo, su nombre venía de Saúl. Y Saúl fue un rey soberbio;
en su reino perseguía al humilde David. Cuando era Saulo, el que luego fue Pablo,
era soberbio, perseguidor de inocentes, devastador de la Iglesia. Recogió
cartas de los sacerdotes, como ardiendo de celo por la sinagoga y persiguiendo el
nombre cristiano, para arrastrar a todos los cristianos que pudiera hallar a
sufrir el suplicio. Y cuando caminaba, cuando ansiaba matar, cuando olfateaba
la sangre, fue postrado por la voz celeste de Dios el perseguidor y se alzó
como predicador. En él se cumplió lo que está escrito en el profeta: Yo heriré
y yo sanaré. Dios hiere lo que en el hombre
se levanta contra Dios. No es cruel el médico cuando abre un tumor, cuando
corta o quema lo podrido. Produce dolor, interviene, pero para llevar a la
salud. Es molesto; pero, si no lo fuese tampoco sería útil. Así Cristo con una
voz postró a Saulo y erigió a Pablo. ¿Cuál fue la razón del cambio de nombre,
ya que antes se llamaba Saulo y después Pablo, sino el que reconocía el nombre
de Saulo en sí mismo, nombre de soberbia, cuando era perseguidor? Eligió, pues,
un nombre humilde, llamándose Pablo, esto es, mínimo. Paulo significa pequeño. Gloriándose ya de este nombre y recomendando
la humildad, dijo: Soy el mínimo de los Apóstoles. ¿Y de dónde era, de
dónde era éste, sino del pueblo de los judíos? De él eran los otros apóstoles, de
él era Pablo, de él eran los que el mismo Pablo recomienda, porque habían visto
al Señor después de la resurrección. Dice que le habían visto casi quinientos
hermanos juntos, de los cuales muchos viven aún y algunos han muerto.
4.
Eran también de aquel pueblo aquellos que, al hablar Pedro, exaltando la
pasión, resurrección y divinidad de Cristo, al recibir el Espíritu Santo,
cuando todos aquellos sobre los que descendió el Espíritu Santo hablaron los
idiomas de todas las naciones, quedaron apesadumbrados de espíritu: eran
oyentes del pueblo de los judíos y pedían consejo para su salvación, entendiendo
que eran reos de la sangre de Cristo; ellos le habían crucificado y matado,
pero veían que en el nombre del muerto se hacían tantos milagros y veían la
presencia del Espíritu Santo. Pidiendo consejo recibieron la respuesta: Haced
penitencia, y que cada uno de vosotros se bautice en el nombre de nuestro Señor
Jesucristo y os serán perdonados vuestros pecados. ¿Quién perderá la esperanza
de que se le perdonen los pecados, cuando se perdonó el crimen de matar a
Cristo? Eran del mismo pueblo de los judíos y se convirtieron; se convirtieron
y fueron bautizados. Se acercaron a la mesa del Señor y bebieron con fe la
sangre que habían derramado con furor. Y cómo se convirtieron, cuan total y
perfectamente, lo indican los Hechos de los Apóstoles. Porque vendieron todo lo
que poseían y depositaron el precio de la venta a los pies de los Apóstoles; y
se distribuía a cada uno según lo que necesitaba; y nadie llamaba propio a
nada, sino que todas las cosas les eran comunes. Como está escrito: Tenían una
sola alma y un solo corazón dirigido a Dios. Estas son las ovejas de las que
dijo: No he venido enviado sino a las ovejas que perecieron de la casa de
Israel. A ellas manifestó su presencia, y al ser crucificado, oró por ellas,
que se ensañaban, diciendo: Y adre, perdónalos, pues no saben lo que hacen.
El médico veía a los frenéticos que
mataban al médico, perdida la razón, y al matar al médico sin saberlo, se
propinaban una medicina. Pues con ese Señor muerto nos hemos curado todos redimidos con su
sangre, liberados del hambre con el pan de su cuerpo. Esa presencia manifestó
Cristo a los judíos. Y por eso dijo: No he sido enviado sino a las ovejas que
perecieron de la casa de Israel. Quería,
pues, manifestarles la presencia de su cuerpo, pero no desdeñar o marginar a
las ovejas que tenía entre los gentiles.
5.
El no fue a los gentiles por sí mismo, pero envió a sus discípulos. Y entonces
se cumplió lo que dijo el profeta: Un pueblo, al que no conocía, me sirvió.
¡Vez cuan alta, evidente y clara profecía! Un pueblo, al que no conocía, me
sirvió, esto es, un pueblo al que no manifesté mi presencia, me sirvió. ¿Cómo?
Continúa: Con el oído de la oreja me escuchó, esto es, creyeron, no por la
vista, sino por el oído. Por eso es mayor la alabanza de los gentiles. Los judíos
vieron y asesinaron; los gentiles oyeron y creyeron. Y ese Pablo apóstol fue
enviado a llamar y reunir a los gentiles, para que se cumpliera lo que acabamos
de cantar: Congréganos de entre los gentiles, para que confesemos tu nombre y
nos gloriemos en tu alabanza. El mínimo fue engrandecido, no por sí mismo, sino
por aquel a quien perseguía y fue enviado ese apóstol mínimo, trabajó mucho entre
los gentiles y por él creyeron. Sirven de testimonio sus epístolas.
6.
Esto lo expresa una figura sagrada que tienes en el Evangelio. Cierta hija de
un archisinagogo había muerto y su padre rogaba al Señor que fuera a visitarla,
pues la había dejado enferma y en peligro de muerte. Iba el Señor a visitar y
curar a la enferma; pero en el camino se le anunció al padre que había muerto y
se le dijo: La niña ha muerto, no molestes ya al maestro. Mas el Señor, que sabía
que podía resucitar a los muertos, no quitó la esperanza al padre desesperado y
le dijo: No temas, basta que creas. Iba hacia la niña; pero en el camino, entre
las turbas, como pudo se deslizó una mujer que padecía flujo de sangre y en su
ya larga enfermedad había gastado en médicos y en vano todo lo que tenía. Al
tocar la orla de su vestido, se curó. Y el Señor dijo: ¿Quién me tocó? Se admiraron
los discípulos, ignorando lo sucedido; le veían oprimido por las turbas y que
se preocupaba por una que le había tocado ligeramente; le respondieron: La
turba te oprime y dices: «¿Quién me tocó?» Pero él replicó: Alguien me tocó.
Los demás oprimen, ésta tocó. Son muchos
los que oprimen molestamente el Cuerpo de Cristo, pocos los que lo tocan
saludablemente. Alguien me ha tocado, pues sentí que salía de mí una energía.
Cuando ella se vio descubierta, se arrojó a sus pies y confesó lo sucedido.
Después de esto, el Señor siguió, llegó adónde iba y resucitó a la niña, hija
del archisinagogo, que estaba muerta.
7.
Tal es el suceso, realizado según se cuenta. Con todo, las mismas cosas que el
Señor hizo tenían alguna significación; eran como palabras visibles, si podemos
hablar así, y significaban algo. Eso se muestra principalmente cuando busca
fruto en el árbol fuera de tiempo y, al no encontrarlo, lo maldice y lo
esteriliza. Si este suceso no se interpreta como simbólico, parecerá necio;
primero, porque se busca fruto en el árbol cuando no es tiempo de que los
árboles den fruto; y luego, aunque hubiese sido tiempo de él, ¿qué culpa tenía
el árbol de no tener fruto? Pero se daba a entender que se buscan no sólo
hojas, sino fruto, esto es, no sólo palabras, sino hechos, de los hombres. Al
esterilizar al árbol en que sólo halló hojas, da a entender la pena de los que
pueden hablar cosas buenas, pero no quieren realizarlas. Así también aquí; pues
también hay misterio. El que todo lo sabe de antemano, dice: ¿Quién me tocó? El Creador se hace semejante al ignorante y pregunta
el que no sólo sabía esto, sino también todo lo demás de antemano. Algo es, sin
duda, lo que Cristo nos dice mediante un símbolo significativo.
8. La hija del archisinagogo
significaba al pueblo de los judíos, por el que había venido Cristo, quien
dijo: No he sido enviado sino a las ovejas que perecieron de la casa de Israel.
Y la mujer que padecía flujo de sangre representaba a la Iglesia de los
gentiles, a la que Cristo no había sido enviado en cuanto a su presencia
corporal. Iba a visitar
a la primera, buscando su salud; pero la segunda se interpuso, tocó la orla
como si él no se diese cuenta, esto es, queda curada como por un ausente.
Mas él dice: ¿Quién me tocó?, como si dijera: No conozco a ese pueblo. Un pueblo, al que no conocía, me sirvió.
Alguien me tocó, pues he sentido que de mí salía una energía, es decir, que el
Evangelio emitido ha llenado todo el mundo. Es tocada la orla, parte
pequeña y extrema del vestido. Haz de los apóstoles como un vestido de Cristo.
Pablo era la orla, es decir, el último y mínimo, pues lo dijo él: Soy el mínimo
de los apóstoles. Fue llamado después de todos, creyó después de todos y curó
más que todos. No había sido enviado el Señor sino a las ovejas que perecieron
de la casa de Israel. Mas ya que el
pueblo al que no conocía le iba a servir, y por el oído de la oreja le iba a
escuchar, no calló cuando se encontró con él. Por eso dice en otro lugar el
mismo Señor: Tengo otras ovejas que no son de este redil; conviene que también
traiga a éstas, para que haya un solo rebaño y un solo pastor.
9.
A éstas pertenecía la mujer y, por eso,
no era desdeñada, sino postergada. No he sido enviado, dijo, sino a las
ovejas que perecieron de la casa de Israel. Ella gritando insistía, perseveraba,
llamaba, como si hubiese oído: «Pide y recibirás, busca y encontrarás, llama y
te abrirán». Reiteró, llamó. Cuando el Señor dijo tales palabras: Pedid y
recibiréis, buscad y encontraréis, llamad y os abrirán, había dicho antes: No
deis lo santo a los perros, ni arrojéis vuestras perlas ante los puercos, no
sea que las pisoteen con sus pezuñas y revolviéndose os destrocen, es decir,
quizá después de despreciar vuestras perlas os causen molestias. No les
ofrezcáis, pues, lo que desprecian.
10.
Y por si ellos preguntasen: ¿Cómo
sabemos quiénes son perros o puercos?, se da la respuesta a la mujer; pues
cuando ella insistía, respondió el Señor: No está bien quitar el pan a los
hijos y darlo a los perros. Tú eres perro,
uno de los gentiles, adoras a los ídolos. ¿Hay para los perros cosa más
familiar que lamer las piedras? No está bien quitar el pan a los hijos y darlo
a los perros. Si ella se hubiese retirado ante esa respuesta, hubiese venido
siendo perro y se hubiese vuelto siendo perro; pero llamando, de perro se
convirtió en hombre. Reiteró su petición y, con lo que parecía un insulto,
demostró su humildad y alcanzó misericordia. No se alteró, ni se enojó porque,
al pedir un beneficio y demandar misericordia, la llamaran perro, sino que
dijo: Así es, Señor. Me has llamado perro; reconozco que lo soy, acepto mi
nombre; habla la Verdad. Pero no por eso he de ser eliminada del beneficio.
Aunque soy perro, también los perros comen de las migajas que caen de la mesa
de sus señores. Deseo un pequeño beneficio; no invado la mesa, sino que recojo
las migas.
11.
Ved cómo se recomendó la humildad. El Señor la había llamado perro y ella no
replicó «no lo soy», sino que dijo «lo soy». Pero el Señor, como ella se
reconoció perro, le dijo: ¡Oh mujer, qué grande es tu fe! Sea como lo pediste.
Tú te reconociste perro, y yo ya te reconozco hombre. ¡Oh mujer, qué grande es
tu fe! Pediste, buscaste, llamaste; recibe, encuentra, que te abran. Mirad, hermanos, cómo en esta mujer que era
cananea, esto es, que venía de la gentilidad y mantenía el tipo, esto es, la
figura de la Iglesia, se recomienda ante todo la humildad. Precisamente el pueblo judío fue rechazado
del Evangelio al haberse inflado de soberbia porque había merecido recibir la
Ley, porque de su linaje procedían los patriarcas y profetas, porque Moisés,
siervo de Dios, había realizado en Egipto esos grandes milagros que hemos
escuchado en el salmo, porque había conducido al pueblo por el mar Rojo,
retirándose las aguas, y había recibido la Ley que dio al mismo pueblo. Tenía
de qué vanagloriarse el pueblo judío; pero por esa soberbia sucedió que no
quiso humillarse ante Cristo, autor de la humildad, cortador del tumor, Dios
médico, que por eso se hizo hombre siendo Dios, para que el hombre se
reconociese hombre. ¡Qué gran medicina! Si con esta medicina no se cura la
soberbia, no sé qué podrá curarla. Es
Dios y se hace hombre; margina la divinidad, la secuestra en cierto modo,
esto es, oculta lo que era suyo y aparece lo que ha recibido. Se hace hombre, siendo Dios, y el hombre no
se reconoce hombre, esto es, no se reconoce mortal, frágil; no se reconoce
pecador y enfermo, para buscar, ya que está enfermo, al médico. ¡Y lo que es
más peligroso, todavía se cree sano!
12.
Aquel pueblo no se acercó por eso, esto es, por la soberbia. Se convirtieron en
ramos naturales, pero tronchados del olivo, es decir, del pueblo creado por los patriarcas; así se hicieron estériles en
virtud de su soberbia; y en el olivo fue injertado el acebuche. El acebuche
es el pueblo gentil. Así dice el Apóstol que el acebuche fue injertado en el
olivo, mientras que los ramos naturales fueron tronchados. Fueron cortados por
la soberbia, e injertado el acebuche por la humildad. Y esa humildad mostraba la
cananea, diciendo: «Eso es, Señor, perro soy, migas deseo». Por esa humildad
agradó también al Señor el centurión: deseaba que el Señor curara a su hijo y
el Señor le dijo: Iré y lo curaré. Pero él respondió: Señor, no soy digno de
que entres bajo mi techo; pero dilo de palabra y curará mi hijo. No soy digno
de que entres bajo mi techo. No le recibía bajo el techo y ya le había recibido
en el corazón. Cuanto más humilde era, tanto era más capaz y se hallaba más
lleno. Los collados dejan correr el agua, los valles la recogen. Y cuando él
dijo: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo, ¿qué advirtió el Señor a
los que le seguían? En verdad os digo, no encontré tanta fe en Israel. ¿Qué
significa tanta? Tan grande. ¿De dónde procede esa magnitud? De la pequeñez, es
decir, lo grande procede de la humildad. No encontré tanta fe. Era semejante al
grano de mostaza, cuanto más pequeño, tanto más activo. Así injertaba ya el
Señor el acebuche en el olivo. Lo realizaba al decir: En verdad os digo, no
encontré tanta fe en Israel.
13.
En fin, atiende a lo que sigue. Puesto que no encontré tanta fe en Israel, esto
es, tanta humildad con fe, por eso os digo, que muchos vendrán de oriente y de
occidente y se sentarán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los
cielos. Dice se sentarán, esto es, descansarán. No debemos imaginar manjares
carnales, o desear cosas semejantes en el reino, no sea que sustituyamos a las
virtudes por vicios, en lugar de suprimirlos. Una cosa es desear el reino de los cielos por la sabiduría y la vida
eterna, y otra desearlo por una felicidad terrena, como si allí la tuviéramos
más abundante y ampliada. Si piensas que en aquel reino vas a ser rico, no
amputas, sino que permutas la cupididad. Cierto que serás rico, y que sólo allí
serás rico, puesto que aquí es tu indigencia la que recoge cosas. Una mayor pobreza reúne tesoros que parecen
mayores. Allí, en cambio, morirá la
misma indigencia. Y serás verdadero
rico cuando en nada serás indigente. Porque ahora no eres tú rico y el
ángel pobre porque no tiene jumentos, coches y familias. ¿Y por qué? Porque no
los necesita; porque cuanto más fuerte es, tanto es menos menesteroso. Allí hay
riquezas, auténticas riquezas. No pienses en los manjares de esta tierra. Los manjares de esta tierra son medicinas
cotidianas; son necesarios para una cierta enfermedad con la que nacemos. Todos
sienten esa enfermedad cuando pasa la hora de comer. ¿Quieres ver qué
enfermedad sea esta que, como una fiebre aguda, mata en sólo siete días? No te creas sano. La sanidad es la
inmortalidad. Esta es sólo una larga enfermedad. Con las medicinas cotidianas
templas tu enfermedad; te crees sano, pero quita las medicinas y verás lo que
puedes.
14.
Desde que nacemos es ya necesario que muramos. Es necesario que esta enfermedad
lleve a la muerte. Cuando los médicos visitan a los enfermos, dicen eso. Por
ejemplo, este hidrópico muere; la enfermedad no tiene curación; tiene elefantiasis,
y esa enfermedad es incurable; está tísico, ¿quién puede curarle?
Necesariamente perecerá, necesariamente morirá. Mira, ya lo dijo el médico,
está tísico y tiene que morir. Y aun algunas veces el hidrópico, el elefantíaco
y el tísico no mueren de su enfermedad, pero es necesario que quien nace muera de
esta enfermedad. Muere de ella, no puede ser de otro modo. Esto lo dicen el
médico y el ignorante. Y aunque tarde en morir, ¿dejará de morir? ¿Cuándo,
pues, hay auténtica sanidad, sino cuando hay auténtica inmortalidad? Si hay verdadera inmortalidad, no hay
corrupción, no hay defección, y para qué servirían los alimentos. Por ende,
cuando oyes: Se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob, no prepares el vientre,
sino la mente. Quedarás satisfecho, pues el vientre interior tiene también sus manjares.
Por razón de ese vientre, se dice: Bienaventurados los que tienen hambre y sed
de justicia, porque quedarán satisfechos. Tan satisfechos quedarán, que ya no
hambrearán.
15.
Ya injertaba al acebuche el Señor cuando decía: Muchos vendrán de oriente y de
occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos,
es decir, serán injertados en el olivo. Porque las raíces de este olivo son Abrahán,
Isaac y Jacob. ¡Pero los hijos del reino, esto es, los judíos incrédulos, irán
a las tinieblas exteriores! Serán cortadas las ramas naturales para injertar el
acebuche. ¿Y cómo merecieron ser cortadas las ramas naturales sino por la soberbia?
¿Y por qué se injertó el acebuche sino por la humildad? Por eso dijo la
cananea: Así es, Señor, pues los perros comen las migajas que caen de la mesa de
sus señores. Y por eso oyó: Oh mujer, ¡qué grande es tu fe! También el otro
centurión dijo: No soy digno de que entres bajo mi techo. Y oyó: En verdad os
digo, no hallé tan grande fe en Israel. Aprendamos
o, mejor, tengamos la humildad. Si aún no la tenemos, aprendámosla. Si la
tenemos, no la perdamos. Si no la tenemos, cobrémosla para ser injertados; si la
tenemos, retengámosla, para no ser amputados.