LA IDOLATRÍA, EL FANTASMA FORJADO POR LA FANTASÍA

jueves, 11 de septiembre de 2014

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Desde tiempos remotos el hombre se ha hecho innumerables ídolos, el mismo Dios ha luchado para que el hombre no ceda. Ídolo (en griego eídólon) es la traducción más común de unos nombres hebreos, diversos entre sí. La palabra eídólon significa propiamente la imagen, el fantasma forjado por la fantasía.

Un relato en la Biblia que muestra como el hombre puede hacerse un ídolo y las consecuencias que el mismo trae, es el relato del becerro de oro (Ex 32, 1-14). La tentación más fuerte que sufrió Israel a lo largo de su historia fue la de la idolatría. Rodeado de pueblos que daban culto a los ídolos, sentía el deseo de unirse a unos ritos que con frecuencia eran más vistosos y atractivos que los suyos. Sin embargo, no era esto lo más grave de su tentación. El pueblo de Dios experimentó un modo de tentación de idolatría aún más peligroso que el de la seducción de los pueblos paganos: la idolatría de la propia idea de Dios.
Moisés que había tardado en bajar del monte, el pueblo de Israel  decidió fabricarse un “dios que vaya delante de nosotros” (Ex 32,1), el pueblo se siente abandonado y proponen hacer una imagen de la divinidad a la que se sienten ligados, algo concreto que pueda verse y tocarse. No aceptan la idea de un Dios vivo que se manifiesta en la naturaleza y en la historia, un Dios incontrolable. Quieren un Dios concreto al que ellos puedan palpar. Es la tentación de la apariencia, de la inmediatez; un intento de materializar lo sagrado, lo trascendente. Su modo de hablar nos hace ver que no han comprendido el éxodo. El pueblo construye un “becerro de oro” con el oro sacado de Egipto. De algún modo este oro representaba el pasado, les vinculaba a la situación anterior, que en varias ocasiones habían añorado. Parece como si hubieran salido de Egipto, pero Egipto no hubiera salido de ellos. La conversión no se había realizado más que en apariencia porque no habían cambiado el corazón.
Dios le dice a Moisés que baje inmediatamente porque el pueblo se ha desviado del camino que se le ha señalado, Dios enciende en ira y dice que los “va a consumir”, pero que de Moisés hará un gran pueblo. Moisés tritura, quema y hace polvo  al becerro. Al final del relato Dios se arrepiente de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo. La mediación de Moisés fue determinante para calmar a un Dios que ha sacado su pueblo de Egipto y sin embargo, ellos no han podido ver su mano en todo el camino transitado.
El becerro de oro es símbolo de una actitud de indefinición religiosa, de querer compaginar lo incompaginable: la idea de un dios hecho a nuestro antojo con la de un Dios Señor de la historia; es aceptar el designio de Dios sin renunciar a la voluntad propia.

Actualmente  en el mundo se han construido innumerables ídolos; Hombres, animales, teléfonos, artistas etc. Es triste ver como el hombre se hace un ídolo de un propio ser humano, lo adora, le reza, le pide, y al Dios de la vida, creador del cielo y la tierra lo tienen domesticado en su casa. A esas personas que muchas veces suelen llamarse cristianos hay que decirles que no lo son, que enmienden su camino, que solamente se adora al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Es tiempo de ver las maravillas de Dios en nuestras vidas, Él es el único que puede ayudarnos en situaciones difíciles, el que puede cambiar el destino torcido por uno bien llevadero, siempre con la colaboración del hombre, que al fin y al cabo es el dueño de su destino. Las consecuencias pueden ser nefastas si el hombre quiere seguir confiando en ídolos que solo son el fantasma forjado por la fantasía.
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