Ya
hay alguna luz en el túnel para los que viven esta difícil situación, presento
el resumen de la Undécima Congregación general: “Relatio post disceptationem“
del Relator General, Cardenal Péter Erdő
Sanar
las familias heridas (separados, divorciados no vueltos a casar, divorciados
vueltos a casar
En
el Sínodo ha resonado la clara necesidad de opciones pastorales valientes.
Reconfirmando con fuerza la fidelidad al Evangelio de la familia, los Padres
sinodales, han advertido la urgencia de nuevos caminos pastorales, que partan
de la efectiva realidad de las fragilidades familiares, reconociendo que estas,
la mayoría de las veces, han sido “sufridas” más que elegidas en plena
libertad. Se trata de situaciones diversas por factores ya sean personales o
culturales y socio-económicos. No es sabio pensar en soluciones únicas o
inspiradas en la lógica del “todo o nada”. El diálogo y el debate vividos en el
Sínodo deberán continuar en las Iglesias locales, involucrando los diversos
componentes, en manera de que las perspectivas que se han delineado puedan
encontrar la plena madurez en el trabajo de la próxima Asamblea General
Ordinaria. La guía del Espíritu, constantemente invocado, permitirá a todo el
pueblo de Dios vivir la fidelidad al Evangelio de la familia como un
misericordioso hacerse cargo de todas las situaciones de fragilidad.
Cada
familia herida debe ser primero escuchada con respeto y amor haciéndose de
ellas compañeros de camino como Cristo con los discípulos de Emmaus. Valen en
manera particular para estas situaciones las palabras del Papa Francisco: «La
Iglesia tendrá que iniciar a sus hermanos –sacerdotes, religiosos y laicos– en
este “arte del acompañamiento”, para que todos aprendan siempre a quitarse las
sandalias ante la tierra sagrada del otro (cf. Ex 3,5). Tenemos que darle a
nuestro caminar el ritmo sanador de projimidad, con una mirada respetuosa y
llena de compasión, pero que al mismo tiempo sane, libere y aliente a madurar
en la vida cristiana» (Evangelii Gaudium, 169).
Un
tal discernimiento es indispensable para los separados y divorciados. Debe ser
respetado sobretodo el sufrimiento de aquellos que han sufrido injustamente la
separación y el divorcio. El perdón por la injusticia sufrida no es fácil, pero
es un camino que la gracia hace posible. Del mismo modo, va siempre subrayado
que es indispensable hacerse cargo de manera leal y constructiva de las
consecuencias de la separación o del divorcio, en los hijos: ellos no pueden
convertirse en un “objeto” de contienda y se deben buscar las formas mejores
para que puedan superar el trauma de la división familiar y crecer en el modo
más posible sereno.
Diversos
Padres han subrayado la necesidad de hacer más accesibles y ágiles los
procedimientos para el reconocimiento de casos de nulidad. Entre las propuestas
han sido indicadas la superación de la necesidad de la doble sentencia
conforme; la posibilidad de determinar una vía administrativa bajo la
responsabilidad del obispo diocesano; un proceso sumario para realizar en los
casos de nulidad notoria. Según propuestas autorizadas, se debe considerar la
posibilidad de dar relevancia a la fe de los novios en orden a la validez del
sacramento del matrimonio. Hay que destacar que en todos los casos se trata de
establecer la verdad sobre la validez del vínculo.
Sobre
la agilización del procedimiento de las causas matrimoniales, solicitado por
muchos, además de la preparación de suficientes operadores, clérigos y laicos
con dedicación prioritaria, se pide el aumento de la responsabilidad del obispo
diocesano, el cual en su diócesis podría encargar a un sacerdote debidamente
preparado que pueda gratuitamente aconsejar a las partes sobre la validez del
matrimonio.
Las
personas divorciadas pero no vueltas a casar son invitadas a encontrar en la
Eucaristía el alimento que los sostenga en su estado. La comunidad local y los
pastores deben acompañar a estas personas con preocupación, sobre todo cuando
hay hijos o es grave su situación de pobreza.
También
las situaciones de los divorciados y vueltos a casar requieren un
discernimiento atento y un acompañamiento lleno de respeto, evitando cualquier
lenguaje o actitud que les haga sentir discriminados. Hacerse cargo de ellos no
supone para la comunidad cristiana un debilitamiento de la fe y del testimonio
de la indisolubilidad matrimonial, sino que expresa su caridad con este
cuidado.
Con
respecto a la posibilidad de acceder a los sacramentos de la Penitencia y de la
Eucarística, algunos han argumentado a favor de la disciplina actual en virtud
de su fundamento teológico, otros se han expresado por una mayor apertura a las
condiciones bien precisas cuando se trata de situaciones que no pueden ser
disueltas sin determinar nuevas injusticias y sufrimientos. Para algunos, el
eventual acceso a los sacramentos debe ir precedido de un camino penitencial
–bajo la responsabilidad del obispo diocesano-, y con un compromiso claro a
favor de los hijos. Se trataría de una posibilidad no generalizada, fruto de un
discernimiento actuado caso por caso, según una ley de la gradualidad, que
tenga presente la distinción entre el estado de pecado, estado de gracia y
circunstancias atenuantes.
Sugerir
de limitarse a la sola “comunión espiritual” para no pocos Padres sinodales
plantea algunas preguntas: ¿si es posible la comunión espiritual, por qué no es
posible acceder a la sacramental? Por eso ha sido solicitada una mayor
profundización teológica a partir de los vínculos entre el sacramento del
matrimonio y Eucaristía en relación a la Iglesia-sacramento. Del mismo
modo, debe ser profundizada la dimensión
moral de la problemática, escuchando e iluminando la consciencia de los
cónyuges.
Los
problemas en relación a los matrimonios mixtos han estado presentes a menudo en
las intervenciones de los Padres sinodales. La diversidad de la disciplina
matrimonial de las Iglesias ortodoxas plantea en algunos contextos graves
problemas a los que se deben dar respuestas adecuadas en comunión con el Papa.
Lo mismo vale para los matrimonios interreligiosos.