SALMO 27: EL SEÑOR ES MI LUZ Y MI SALVACIÓN:¿A QUIÉN TEMERÉ?

martes, 11 de noviembre de 2014

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Dios ilumino la vida de la familia de Nazaret
Estamos ante un salmo de confianza individual, con elementos de súplica. Una persona, que se ha refugiado en el templo de Jerusalén, confía plenamente en que el Señor la declarará inocente. 


Las expresiones «¿a quién temeré?», «¿ante quién puedo temblar?» , «¡mi corazón no temblará!» y «¡yo seguiré confiando!» muestran que se trata de un salmo de confianza individual.
Tiene dos partes (1-6; 7-13) y una conclusión (14). La primera (1-6) expresa la confianza absoluta que el salmista deposita en el Señor. El fiel se sirve de imágenes relacionadas con el ámbito militar para expresar lo que siente. Para él, el Señor es como una fortaleza que nadie consigue destruir. Aunque sus enemigos sean tan numerosos como un ejército y le declaren la guerra, él seguirá confiando en Dios. También se compara a los adversarios con animales salvajes que desgarran y devoran la carne de las personas. El salmista manifiesta su deseo de habitar para siempre en el templo, que recibe los nombres de «casa del Señor» , «cabaña»  y «tienda» .

La segunda parte (7-13) es una súplica nacida de la confianza. Los verbos en modo imperativo «

¿Por qué surgió este salmo?
El salmista está en el templo de Jerusalén. Hay unas cuantas frases que lo confirman. Por ejemplo: «Oigo en mi corazón: "¡Buscad mi rostro!". -Tu rostro es lo que busco, Señor. No me escondas tu rostro» (8-9a). La expresión «buscar el rostro del Señor» significa «consultar a Dios» en su santuario para saber qué es lo que tiene que decir. Hay otro versículo que nos ayuda  a darnos cuenta de que el fiel ha decidido habitar en el templo para siempre: «Una cosa pido al Señor, y sólo eso es lo que busco: habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida, para gozar de la dulzura del Señor y contemplar su templo».


El salmista se siente vigilado, acechado y cercado por sus enemigos, huye y se refugia en el templo de Jerusalén, que funcionaba como lugar de asilo, hasta recibir una sentencia del Señor, por medio de uno de los sacerdotes que echaban las suertes.
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