CÓMO LEER LA PALABRA DE DIOS

lunes, 22 de diciembre de 2014

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Interesante comentario de San Isidoro de Sevilla, nos habla de las dos cosas que hay que hacer para captar el verdadero mensaje de Dios. “La oración nos purifica, la lectura nos instruye. Usemos una y otra, si es posible, porque las dos son cosas buenas. Pero, si no fuera posible, es mejor rezar que leer.
Quien desee estar siempre con Dios, ha de rezar y leer constantemente. Cuando rezamos, hablamos con el mismo Dios; en cambio, cuando leemos, es Dios el que nos habla a nosotros.

Todo progreso [en la vida espiritual] procede de la lectura y de la meditación. Con la lectura aprendemos lo que no sabemos, con la meditación conservamos en la memoria lo que hemos aprendido.

De la lectura de la Sagrada Escritura recibimos una doble ventaja, porque ilumina nuestra inteligencia y conduce al hombre al amor de Dios, después de haberlo arrancado a las vanidades mundanas. Doble es también el fin que hemos de proponernos al leer: lo primero, tratar de entender el sentido de la Escritura; y luego, esforzarnos para proclamarla con la mayor dignidad posible. Quien lee, en efecto, busca en primer lugar comprender lo que lee, y sólo luego trata de expresar del modo más conveniente lo que ha aprendido.

Pero el buen lector no se preocupa tanto de conocer lo que lee, cuanto de ponerlo por obra. Es menos penoso ignorar completamente un ideal que, una vez conocido, no llevarlo a la práctica. Por tanto, así como mediante la lectura demostramos nuestro deseo de conocer, así luego, tras haber conocido, hemos de sentir el deber de poner en práctica las cosas buenas que hayamos aprendido.

Nadie puede profundizar en el sentido de la Sagrada Escritura, si no la lee con asiduidad, como está escrito: ámala y ella te exaltará, será tu gloria si la abrazas (Pro 4:8). Cuanto más asiduo se es en la lectura de la Escritura, más rica es la inteligencia que se alcanza. Es lo mismo que sucede con la tierra: cuanto más se la cultiva, más produce.

Hay personas que, siendo inteligentes, descuidan la lectura de los textos sagrados. De este modo, con su negligencia, manifiestan su desprecio por aquello que habrían podido aprender mediante la lectura. Otros, en cambio, tienen deseos de saber, pero su falta de preparación les supone un obstáculo. Sin embargo, estos últimos, mediante una lectura inteligente y asidua, llegan a conocer lo que ignoran los otros, más inteligentes, pero perezosos e indiferentes.

De igual modo que una persona, aunque sea torpe de inteligencia, logra sacar fruto gracias a su empeño y a su diligencia en el estudio, así el que descuida el don de inteligencia que Dios le ha dado se hace culpable de condena, porque desprecia un don recibido y lo deja sin dar frutos.


Si la doctrina no está sostenida por la gracia, no llega al corazón aunque entre por los oídos. Hace mucho ruido por fuera, pero no aprovecha al alma. Sólo cuando interviene la gracia, la palabra de Dios baja desde los oídos al fondo del corazón, y allí actúa íntimamente, llevando a la comprensión de lo que se ha leído.
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