«Mirad
hecho hombre al Creador del hombre para que mamase leche el que gobierna el
mundo sideral, para que tuviese hambre el pan, para que tuviera sed la fuente,
y durmiese la luz, y el camino se fatigase en el viaje, y la Verdad fuese
acusada por falsos testigos, y el juez de vivos y muertos fuera juzgado por
juez mortal, y la justicia, condenada por los injustos. y la disciplina fuera
azotada con látigos, y el racimo de uvas fuera coronado de espinas, y el
cimiento, colgado en el madero; la virtud se enflaqueciera, la salud fuera
herida, y muriese la misma vida» (Sermón 191,1: PL 38,1010).
En
la dialéctica, san Agustín quiere que los cristianos suban de lo temporal a lo
eterno, del mundo visible al mundo invisible: «Jesús yace en el pesebre, pero
lleva las riendas del gobierno del mundo; toma el pecho, y alimenta a los
ángeles; está envuelto en pañales, y nos viste a nosotros de inmortalidad; está
mamando, y lo adoran; no halló lugar en la posada, y Él fabrica templos suyos
en los corazones de los creyentes. Para que se hiciera fuerte la debilidad, se
hizo débil la fortaleza... Así encendemos nuestra caridad para que lleguemos a
su eternidad». (Sermón 190,4: PL 38,1009).
Humildad
de Cristo
De
maravilla en maravilla, de paradoja en paradoja, san Agustín va a dar siempre
en la humildad de Dios, de tanto escándalo para los paganos:
«Es
la misma humildad la que da en rostro a los paganos. Por eso nos insultan y
dicen: ¿Qué Dios es ése que adoráis vosotros, un Dios que ha nacido? ¿Qué Dios
adoráis vosotros, un Dios que ha sido crucificado? La humildad de Cristo
desagrada a los soberbios; pero si a ti, cristiano, te agrada, imítala; si le
imitas, no trabajarás, porque Él dijo: Venid a mí todos los que estáis
cargados». (Enarrat. in ps. 93,15: PL 37,1204).
La
doctrina de la humildad es la gran lección del misterio de Belén: «Considera,
hombre, lo que Dios se hizo por ti; reconoce la doctrina de tan grande humildad
aun en un niño que no habla» (Sermo 188, 3: PL 38,1004).
La
Madre Virgen y la Iglesia jubilosa
Juntamente
con el Hijo de Dios y su Madre siempre virgen, en el belén agustiniano está
presente la Iglesia, o la humanidad entera que salta de júbilo.
A
todos debe contagiar la alegría del nacimiento: «Salten de júbilo los hombres,
salten de júbilo las mujeres; Cristo nació varón y nació de mujer, y ambos
sexos son honrados en Él. Retozad de placer, niños santos, que elegisteis
principalmente a Cristo para imitarle en el camino de la pureza; brincad de
alegría, vírgenes santas; la Virgen ha dado a luz para vosotras para desposaros
con Él sin corrupción. Dad muestras de júbilo, justos, porque es el natalicio
del Justificador. Haced fiestas vosotros los débiles y enfermos, porque es el
nacimiento del Salvador. Alegraos, cautivos; ha nacido vuestro redentor.
Alborozaos, siervos, porque ha nacido el Señor. Alegraos, libres, porque es el
nacimiento del Libertador. Alégrense los cristianos, porque ha nacido Cristo»
(Sermo 184,2: PL 38,996).
La
alegría, pues, tiene una expresi6n de desbordamiento incontenible en el belén
de san Agustín para toda clase de personas. Toda la humanidad tiene parte en
este gozo: «Todos los grados de los miembros fieles contribuyeron a ofrecer a
la Cabeza lo que por su gracia pudieron llevarle» (Sermo 192,2: PL 38,1012).
Epifanía
del Señor
Aunque
el nombre de Epifanía se reserva hoy para la festividad de los Magos, en un
principio comprendía las dos fiestas del nacimiento y de la adoración de los
Magos, porque los «dos días pertenecen a la manifestación de Cristo» (Sermo
204,1: PL 38,1037). Primero se manifestó visiblemente en su carne a los judíos,
y luego a los gentiles, representados por los Magos del Oriente. Desde
entonces, el recién nacido comenzó a ser piedra angular de la profecía donde se
juntaban las dos paredes, los judíos y los gentiles.
Las
grandes paradojas de Belén continúan en este misterio: «¿Quién es este Rey tan
pequeño y tan grande, que no ha abierto aún la boca en la tierra, y está ya
proclamando edictos en el cielo?» (Sermo 199,2: PL 38,1027). El misterio del
Niño Dios se enriquecía de nuevas luces: «Yacía en el pesebre, y atraía a los
Magos del Oriente; se ocultaba en un establo, y era dado a conocer en el cielo,
para que por medio de él fuera manifestado en el establo, y así este día se
llamase Epifanía, que quiere decir manifestación; con lo que recomienda su
grandeza y su humildad, para que quien era indicado con claras señales en el
cielo abierto, fuese buscado y hallado en la angostura del establo, y el
impotente de miembros infantiles, envuelto en pañales infantiles, fuera adorado
por los Magos, temido por los malos» (Sermón 220,1: PL 38,1029).