Los
padres de Jesús, fieles a las tradiciones de su pueblo y a lo mandado por el
Señor, cumplen con tres ritos establecidos por la Ley: La circuncisión del niño
a los ocho días (Lv 12,3), la presentación al Templo por tratarse del primogénito varón (Ex 13,2)
y la purificación de “ellos” (αὐτῶν gr.
auton), algunos manuscritos dicen de “ella”.
Al presentar a Jesús en el Templo sus padres no tenían para ofrecer un
cordero y ofrecieron un par de tortolas (τρυγόνων gr. trugónon) o dos pichones
(νοσσοὺς gr. nossous) tal como lo establece el Levítico 12,6-8: “Al cumplirse los días de su purificación,
sea por niño o niña, presentará al sacerdote, a la entrada de la Tienda de las
Citas, un cordero de un año como holocausto, y un pichón o una tórtola como
sacrificio por el pecado. El sacerdote lo ofrecerá ante Yavé haciendo expiación
por ella, y quedará purificada del flujo de su sangre. Esta es la ley referente
a la mujer que da a luz a un niño o una
niña. Si la mujer no puede ofrecer una res menor, ofrecerá dos tórtolas o dos
pichones, uno como holocausto y otro como sacrificio por el pecado; el
sacerdote hará expiación por ella y quedará pura”. La situación económica
de los padre de Jesús no era de la mejor, sin embargo no vivían en la
precariedad absoluta ya que si no se tenía para dos tórtolas o pichones, debían
hacer una ofrenda de una “decima de medida de flor de harina” (Lv 5,11).
En
Jerusalén (Ἰερουσαλὴμ gr. Ierousalem) había
un hombre llamado Simeón (Συμεών gr. Sumeón) que era un hombre justo (δίκαιος
gr. díkaios) y piadoso (εὐλαβής gr. eulabes). El evangelista llama también
justo a José el padre de Jesús (Mt 1,19), y piadoso a Ananías hombre observante
de la Ley (Hch 22,12; También aparece 3 veces más Lc 2,25; Hch 2,5: 8,2).
Simeón era un hombre que esperaba la
consolación (παράκλησιν gr. paráklesin) de Israel. El libro del profeta Isaías
(40,1-2 cf. 49,13; 57,18; 61,2) dice acerca de la esperanza mesiánica: “Consuelen, dice Yavé, tu Dios, consuelen a
mi pueblo. Hablen a Jerusalén, hablen a su corazón, y díganle que su jornada ha
terminado, que ha sido pagada su culpa, pues ha recibido de manos de Yavé doble
castigo por todos sus pecados”. A Simeón el Espíritu Santo “le había revelado”
(ἦν αὐτῷ κεχρηματισμένον gr. en autoi kechrematismenon) que no moriría sin antes haber visto al “Cristo del Señor” (Χριστὸν Κυρίου gr. Jriston kuríou). Movido (También
“conducido, hacer entrar” viene del verbo en griego eisago. La palabra utilizada
por el evangelista es “eisagagein”) por el Espíritu (Πνεύματι gr. Pneúmati),
vino al Templo (ἱερόν gr. hierón), y en
el momento en que los padres del niño (παιδίον gr. paidíon) Jesús lo
introdujeron para cumplir con lo que la
Ley prescribía sobre él, entonces Simeón lo tomó entre sus brazos y “bendijo” (εὐλόγησεν
gr. eulógesen del verbo “eulogeo” que significa “agradecer, hacer invocación
sobre, prosperar”). Simeón dijo que “ahora “(Νῦν, gr.nún), podía, según su “palabra”
(ῥῆμά gr. rhéma) “dejar que tu siervo se vaya en paz (gr. eirene. El texto
original (Lc 2,30) continua diciendo que Simeón había visto la “salvación” (σωτήριόν
gr. sotérion cf. ) de Dios. Es de hacer
notar que en muchas biblias la palabra “sotérion” la traducen por “”Salvador”
siendo la misma incorrecta aunque este implícito.
Las
palabra finales del llamado cantico de Simeón (Lc 2,31-32) tienen un valor
incalculable para los cristianos, ya que nos dice para que vista está preparada
la salvación (Lc 2,31): “de todos los pueblos” (πάντων τῶν λαῶν gr. pánton ton
laon). Luego afirma que el objetivo primordial del nacimiento del Salvador es
proporcionar “luz” (φῶς gr, fós) a las gentes y él será “gloria” (δόξαν gr,
dóxan) de su pueblo.
Tanto
María como José estaban “admirados” (θαυμάζοντες gr. thaumazontes) de lo que se
decía de Jesús. Simeón los bendijo y le dijo a María que el niño esta puesto
para “caída” (gr.ptosin), y “levantamiento” (gr. anástasin) de “muchos” (gr. pollon) en Israel. Otra
observación gramatical es que aparece en algunas biblias la palabra “pollon”
traducida por “todos” cuando la correcta es “muchos”. María será traspasada por
una “espada” (ῥομφαία gr. romfaía) en su alma (gr. psujé). Cuán duro para María
habrían sido las palabras de Simeón, que parecían tan fuera de lugar en medio
de las cosas gloriosas que habían sido anunciadas, una aguzada espina en sus
rosas, un anuncio verdaderamente agridulce. Pero un día María se encontrará
ante la Cruz de Cristo con esta jabalina
tracia traspasando limpiamente su alma (cf. Jn. 19,25).
A
la reunión también se había incorporado una profetisa (προφῆτις gr. profetis
cf. Ap 2,20 Jezabel profetiza que engañaba ) llamada Ana que no se apartaba del
Templo de unos 106 años aproximadamente por cuanto tenía quince años al casarse,
habiendo estado casada 7 años, y viuda durante 84. Ana se presentaba a la misma
hora de la Presentación de Jesús, y “alababa” a Dios (ἀνθωμολογεῖτο gr.
anthomologeito), y hablaba (ἐλάλει gr. elálei) del niño a todos los que esperaban
la redención (λύτρωσιν gr. lútrosin cf. Hb
9,12) de Jerusalén.
Actualización
Jesús
no quiere presentarse a nosotros como un modelo aislado, sino que quiso darnos
también un modelo familiar. Esa familia piadosa nos invita a preguntarnos si
nosotros tratamos de vivir nuestra fe en familia, si tratamos de darle un
sentido religioso a los momentos importantes que compartimos como familia. La
ofrenda que ellos entregan junto con el niño, un par de palomitas, era una de las
ofrendas de los más pobres, que no podían presentar una ofrenda mayor (Lev. 12,
8), y así se ve cómo Jesús quiso que también su familia viviera como las
familias más pobres de su pueblo. Y se descubre en ellos la actitud de profunda
docilidad (v. 27) y la capacidad de admiración (v. 33) propias de los pobres de
Yavé. Ellos son los que presentan al niño a los hombres y mujeres de su pueblo
para que el pueblo pueda descubrir su presencia. Y los piadosos del pueblo
reaccionan con una alabanza donde muestran que ese niño venía a realizar las
esperanzas del pueblo fiel. Con Jesús ya no había nada que esperar y las
promesas alcanzaban su cumplimiento.