HISTORIA DEL SÍMBOLO NICENO-CONSTANTINOPOLITANO

martes, 13 de enero de 2015

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El que generalmente se conoce como símbolo Niceno-Constantinopolitano y como profesión de fe de estos dos concilios, era en realidad la profesión de fe bautismal recomendada por el obispo Epifanio de Constancia en Chipre en su libro Ancoratus, y procedía probablemente de Jerusalén. En su primera parte era idéntico con el Niceno, pero contenía un aditamento que corroboraba la divinidad del Espíritu Santo: «Señor y vivificador, que procede del Padre, que con el Padre y el Hijo es igualmente adorado y glorificado, que habló por boca de los profetas.» Una vez que el concilio de Constantinopla de 381 obtuvo la aceptación como ecuménico, vino a ser esta profesión de fe la profesión clásica de la Iglesia griega. Incluso llegó a imponerse en la Iglesia de Occidente; todavía hoy está en vigor en la liturgia romana de la misa, si bien con un pequeño retoque que ha desempeñado en la historia un papel fatal. En efecto, los griegos entendían la fórmula «que procede del Padre» como una procesión «del Padre por el Hijo», mientras los occidentales entendían «del Padre y del Hijo». El aditamento «filioque», que apareció por primera vez en España y se halla también en el símbolo rítmico falsamente atribuido a san Atanasio «Quicumque vult salvus esse» (Todo el que quiera salvarse...) se convirtió en manzana de discordia entre la Iglesia oriental y la occidental, dado que los griegos no lo miraban como glosa explicativa, sino como falsificación del texto consagrado.


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