El
evangelista Marcos nos informa que Juan
el Bautista predicaba de la siguiente manera: “Detrás (ὀπίσω gr. opíso) de
mi viene más poderoso (ἰσχυρότερός gr. ischuroteros)
que yo, y yo no soy digno de inclinarme a desatar la correa de sus sandalias (ὑποδημάτων gr. hupodemáton). Yo los he “sumergido” (ἐβάπτισα
gr. ebaptisa) con agua, pero él los sumergirá (βαπτίσει gr. baptisei) con Espíritu Santo (Πνεύματι Ἁγίῳ gr. Pneúmati Hagío).
Jesús
se presenta en Galilea y se hizo bautizar por Juan “en el Jordán” (eis ton
Iordánen). Inmediatamente (εὐθὺς gr. euthus) salió del “agua” (ὕδατος gr.
hudatos), “vio” (εἶδεν gr. eiden) los “cielos abiertos” (οὐρανοὺς σχιζομένους
gr. ouranous schizoménous. Tanto el nombre como el participio se encuentran en
plural) y al “Espíritu” (Πνεῦμα gr. Pneuma) “descendiendo” (καταβαινον gr.
katabainon) sobre él como una “paloma” (περιστερὰν gr, peristeran). Del cielo
vino un “sonido” (φωνὴ gr. fone) del cielo que dijo: Tu eres mi “Hijo” (Huios) el “amado” (ἀγαπητός gr. agapetós), en quien me “complazco” (εὐδόκησα
gr. eudókesa).
En
este relato existen 3 protagonistas: La Trinidad, el Hijo viene a redimir, el Espíritu
Santo a santificar y el Padre a complacerse de su Hijo por su entrega amorosa.
Dios hoy también se complace con cada Hijo que hace el bien, que sigue sus
caminos por el sendero correcto.
Jesús
no necesitaba bautizarse, por ello San Juan Crisóstomo dice: “Puesto que
preparaba otro bautismo, viene al bautismo de San Juan, que era incompleto
respecto al suyo. Y sin embargo era también distinto del de los judíos, como si
fuera un término medio entre ambos. Así, pues, por la naturaleza del bautismo,
manifiesta que no se bautiza para obtener el perdón del pecado ni por la
necesidad de recibir al Espíritu Santo. De ambas cosas carecía el bautismo de
San Juan. Fue bautizado para que se hiciera manifiesto a todos, para que
creyeran en El, y para que toda justicia hallase su plenitud por la observancia
de los mandamientos, ya que se había mandado a los hombres que recibiesen el
bautismo del profeta”.
Los
cielos se abrieron para siempre, como dice San Beda “no porque se abran los
elementos naturales, sino porque se abren a los ojos espirituales. De este modo
estaban abiertos también para Ezequiel, como lo recuerda en el principio de su
libro. Fue para nuestro beneficio que viese abiertos los cielos después del bautismo,
dando a entender que por el baño de la regeneración se nos abre la puerta del
reino celestial”. El cristiano debe tener claro que ningún problema o
enfermedad tendrá control sobre su vida,
con Jesús las puertas del cielo permanecen abiertas para bendición de todos.
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