MUCHOS PROTESTANTES REGRESAN A LA IGLESIA CATÓLICA

lunes, 13 de febrero de 2012

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Muchos conversos se sintieron atraídos por la seguridad doctrinal y moral de la Iglesia Católica
Se celebró en Madrid el Congreso Internacional Path to Rome (Camino a Roma), un encuentro –iniciativa del Instituto católico Miles Iesu– en el que varios conversos explicaron su itinerario espiritual hasta llegar a la Iglesia Católica.
El congreso puso de relieve las abundantes conversiones que se dan en nuestros días. En Estados Unidos, por ejemplo, el año pasado se convirtieron 171 mil adultos y en estos últimos años han sido admitidos cerca de quinientos ministros protestantes.

En Inglaterra, la Iglesia Católica recibe un promedio de entre cinco mil y seis mil nuevos fieles adultos cada año. En la última década se convirtió un total de tres obispos y alrededor de trescientos sacerdotes anglicanos.

En Francia, donde se bautizan anualmente 9 mil adultos, se acaba de convertir el primer “inspector” luterano, Michel Viot.

Las conversiones y bautizos de adultos siguen siendo muy abundantes en Corea (140.000 al año), mientras África alcanza ya el millón de incorporaciones anuales.

Junto a los testimonios de Mons. Leonard Graham –antiguo Obispo anglicano de Londres– y de John Gummer, Parlamentario británico y ex-ministro en los gobiernos conservadores de Margaret Thatcher y John Major. Otra intervención destacada en el congreso Path to Rome fue la remitida por Linda Anne Poindexter, una norteamericana recientemente conversa (en 1999), que en su etapa anterior episcopaliana llegó a ser “ordenada” sacerdotisa en 1986.
Nacida en Indianápolis en 1938, fue bautizada en los Discípulos de Cristo, una rama protestante a la que perteneció hasta 1959.

Influjo católico
De pequeña recibió cierto influjo católico (amigos, películas, la capilla donde se casaron sus tíos, un chico católico con el que salía), “pero nunca se me pasó por la cabeza convertirme”.

Durante el noviazgo con quien sería luego su marido, John, acudía con él al oficio episcopaliano en la Academia Naval de Annapolis. “Allí nos acostumbramos ambos a la liturgia episcopaliana. Después nos resultó natural hacer de aquello nuestra casa espiritual. Nuestros cinco hijos fueron bautizados en la fe episcopaliana”.

En 1980, Linda Poindextersiente inquietud por ayudar activamente en su Iglesia, que a partir de 1976 “ordenaba” mujeres. El obispo la admite en el “seminario” de Alexandria, donde viaja a diario durante tres difíciles años.

Al ser “ordenada”, explica, “me encontré frente a obligaciones contrapuestas: las necesidades de mi familia y las necesidades de mi comunidad. Me resultaba complicado atender unas y otras. Mis hijos ya no vivían en casa, pero me daba cuenta de que la maternidad no acaba nunca. Cuando llegaron los nietos, fue duro no poder estar con ellos. Ahí comencé a entender la lógica del celibato sacerdotal como una auténtica bendición de Dios”.

 Cuestiones morales
Linda Poindexter afirma que nunca en su vida se sintió anticatólica, “pero por aquel entonces tenía una visión típicamente episcopaliana. Sentía orgullo de nuestra liturgia y creía que nuestros servicios eran más poéticos y hermosos que los católicos. También me sentía orgullosa de poder decidir con independencia en lo doctrinal, según un individualismo muy propio de la mentalidad americana. Rechazaba recibir la interpretación de la Palabra de Dios de una persona o de una institución”.

Sin embargo, todo aquello comenzó a entrar en crisis cuando “vi que la convención de la Iglesia episcopaliana se situaba siempre contra cualquier legislación restrictiva del aborto. La convención de 1997 ni siquiera quiso condenar parcialmente el aborto. Yo estaba muy preocupada ante una Iglesia que no censuraba abiertamente el asesinato de niños inocentes”.

“Al principio sostenía equivocadamente que no podía imponer mi propia moral a nadie, pero empecé a darme cuenta de que el aborto voluntario es siempre contrario al querer de Dios. Que yo llegara a este convencimiento tuvo que ver en parte con el testimonio valiente de la Iglesia Católica y de algunos líderes, como por ejemplo el presidente Reagan”.

 A disgusto
Por aquel entonces los debates sobre sexualidad acaparaban el interés de la comunión episcopaliana.“Me llegué a sentir muy a disgusto con bastantes clérigos episcopalianos que se manifestaban a favor de la ordenación de homosexuales y de que las uniones homosexuales fueran bendecidas por la Iglesia. A quienes no estábamos de acuerdo se nos tachaba de poco cristianos y de faltar a la caridad”.

“Un obispo episcopaliano incondicional de los derechos gay empezó a escribir cosas muy extrañas que no dejaban en pie ninguna verdad del Credo. Nadie le censuraba ni le rebatía oficialmente. Me di cuenta adónde conducía tanto subjetivismo y relativismo”.

“A menudo daba gracias a Dios por el testimonio tan coherente de la Iglesia Católica en cuestiones de moral y de doctrina y empecé a sentir un enorme respeto por el Santo Padre y a rezar por él”. “Llegó un momento en que no podía rezar en la Iglesia donde trabajaba: había demasiadas cuestiones pendientes”.

 En busca de paz
“En busca de refugio y paz, me fui a un templo católico cercano.Entré, hice la genuflexión y me arrodillé para rezar. Desde el primer momento sentí una paz y un bienestar enormes. Me pregunté si debía hacerme católica”.

“Empecé a ir con frecuencia a rezar. También iba a hurtadillas a la Misa del mediodía. Me iba enamorando del catolicismo”.

“También compré varios libros sobre la Virgen y se me ocurrió la idea de rezar el rosario. Me hizo un gran bien.
También me compré un catecismo católico”

“¡Qué gran regalo aquella exposición tan clara de la fe! Los anglicanos tenemos tres fuentes de autoridad: Escritura, Tradición y Razón. Sin embargo, yo comenzaba a tener en gran estima el Magisterio de la Iglesia”

En la Apología Pro Vita Sua del Cardenal John Henry Newman leí que no sorprende a inteligencia alguna que Dios estime conveniente establecer una autoridad investida con la prerrogativa de la infalibilidad en materia de fe.

“Comencé a asistir a misa una o dos veces entre semana y continué leyendo, rezando y reflexionando sobre mi posible conversión. Los domingos, seguía yendo con mi marido a la Iglesia episcopaliana, pero la liturgia se me hacía aburrida. No sentía ninguna devoción. Los domingos que mi marido no quería ir a la Iglesia, me escapaba a Misa”…

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