La Iglesia, por una tradición apostólica que trae su
origen del mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual
cada ocho días, el día que es llamado con razón “día del Señor o domingo” (SC 106). Este texto fundamental del
magisterio conciliar constituye el punto de referencia más autorizado, para una
reflexión sobre el significado original del domingo y sobre las características
que adquiere su celebración tradicional y en la experiencia actual de la
comunidad cristiana.
En el año 112, Plinio el Joven,
gobernador de Bitinia, escribe al emperador Trajano para hablarle de lo que
llama una “perniciosa” y extravagante superstición”, es el primer documento
profano que poseemos sobre los comienzos de la Iglesia, calificada ya por el contemporáneo Tácito como una “multitud
inmensa”. La investigación promovida por el gobernador ha dado como resultado
que los miembros de esta secta, es decir los cristianos, tienen la costumbre de
reunirse antes del alba en un día establecido para cantar himnos a Cristo como
si fuera un Dios. La policía de Plinio había visto la realidad, a pesar de que
la descripción es superficial y sumaria.
Esta reunión es considerada por los
mismos cristianos como un hecho original y típico de su fe. San Justino, en su
conocida Apología I, escrita para el emperador Antonino Pío hacia mediados del
siglo II, nos ofrece un precioso testimonio al respecto. Afirma que “en el día
llamado del sol” los cristianos “que habitaban en la ciudad y en los campos se reúnen
en un mismo lugar” y pasa luego a describir el desarrollo de la celebración,
que es el más antiguo que poseemos.
Desde el principio hasta nuestros días
hay una ininterrumpida continuidad, que tiene origen y fundamento en los
escritos del Nuevo Testamento. Los Hechos de los Apóstoles presentan la reunión
dominical como un hecho habitual en Tróade (He 20,7), pensando en ella, el
autor del Apocalipsis escribe el primer capítulo
de su libro como “Revelación” que le fue
concedida “en el día del Señor” (Ap 1,10), esto explica, finalmente la
insistencia y la precisión con que Juan data a las apariciones del Resucitado a
los discípulos reunidos, con intervalos de una semana (Jn 20,19.26), precisamente
el primer día después del sábado. La reunión dominical queda así vinculada a un hecho primordial y original: el
encuentro de los primeros creyentes con el Resucitado, encuentro en que se
realiza plenamente la palabra de Jesús: “donde dos o tres están reunidos en mi
nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,24).
Esta tradición ininterrumpida constituye
para la Iglesia una especie de pulsación que la hace vivir, hasta el punto que
cuando algunos cristianos de África, en el siglo IV, acusados de reuniones ilícitas,
comparecen ante el tribunal de Cartago y afirman con fuerza. “Hemos celebrado
la asamblea dominical porque no está permitido
suspenderla”.
La originalidad del domingo y el
sentido profundo que adquiere en la experiencia de fe de la primitiva comunidad
cristiana están encerrados en el término griego que lo designa:”kyriaché eméra”, de donde se deriva el
latin “diez dominicus”, y de ahí
nuestro domingo. El término califica al domingo como el día del “Kyrios”, día del Señor victorioso o,
mejor, día memorial de la resurrección. La Didajé, con una tautología poco
elegante, pero muy expresiva le llama “el día señorial del Señor”.
Algunos Padres de la Iglesia como
Tertuliano afirman que el domingo “es el día de la resurrección del Señor”,
para Eusebio de Cesarea “el domingo es el día de la resurrección salvífica de
Cristo”, por eso, sigue afirmando “cada semana, en el domingo del salvador,
nosotros celebramos la fiesta de nuestra Pascua”. San Basilio habla de “el
santo domingo honrado con la resurrección del Señor, primicia de todos los
otros días”. San Jerónimo se deja llevar del entusiasmo cuando afirma “el
domingo es el día de la resurrección, el día de los cristianos, es nuestro día”.
Fundándose en estos testimonios, la Constitución
litúrgica del Vaticano II afirma que “el domingo es la fiesta primordial, que
debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles” (SC 106), y por tanto
ha de considerarse como fundamento y núcleo de todo el año litúrgico.
Los textos de la tradición atestiguan el nexo Domingo-Pascua surge la
nota de la alegría, de la festividad, como dominante d la celebración. Incluso
autores austeros, como Tertuliano, exhortan a dar espacio a la alegría de este día,
no por una debilidad, sino por una exigencia de espíritu. Por su parte la
Didascalía de los Apóstoles llegará incluso a declarar que el que ayuna o está
triste en domingo comete pecado.
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