Los
cristianos de los primeros siglos distribuían su jornada entre su familia, su
trabajo y la comunidad que lo acogió en el bautismo. «Vivir es velar» ; por eso
los romanos se levantaban con el alba; los cristianos hacían otro tanto; pero
éstos, además de disfrutar de los primeros rayos del sol que iluminaban el día,
lo hacían también por motivos religiosos. Los cristianos habían heredado del judaísmo,
y sobre todo de su Maestro, el gusto y la necesidad de la oración; como los
judíos, los cristianos oraban tres veces al día, y dos veces por la noche,
aunque no hubiese sido ordenado oficialmente por los Apóstoles, pero lo
recomendaban los Pastores para permanecer en contacto con Dios desde el
despuntar del alba hasta la medianoche; la oración era la llave que abría y
cerraba el día.
Tertuliano
encontró una motivación para la oración en los principales acontecimientos
cristianos para cada una de sus horas: Tertia, fue la hora en que el Espíritu
Santo descendió sobre la Iglesia naciente; Sexta, la hora de la visión de San
Pedro en Jope que ocasionó la conversión del primer pagano, el centurión
Cornelio; Nona, curación del paralítico por Pedro y Juan que, a esa hora,
subían a orar en el templo; Media noche, por ser la hora en que toda la
creación descansa y alaba a Dios juntamente con las almas de los justos; Canto del
gallo, porque fue la hora en que los judíos rechazaron a Jesús.
Pero
éstos no eran los únicos momentos de oración; los cristianos, siguiendo el
mandato de Jesús, oraban sin interrupción (Lc 18,1-8); las oraciones se
multiplicaban a lo largo del día, en todo tiempo y en toda ocasión: antes de
comer, antes del baño, al salir de casa. Para orar, los cristianos se volvían
hacia oriente porque de allí procede la luz verdadera; el oriente es el símbolo
de quien es nuestro «verdadero día».
Orígenes
aconsejaba a los cristianos que, si podían, tuviesen una habitación reservada
para la oración ; y Tertuliano pedía que los cristianos se santiguasen antes de
orar, haciendo el signo de la cruz sobre la frente; este acto de devoción lo
repetían los cristianos a cada instante: «Al salir de casa y caminar, al
comenzar o concluir cualquier tarea, al vestirnos y calzarnos, al bañarnos y
sentarnos a la mesa, en cualquier otro ejercicio diario, signamos nuestra frente
con la cruz».
La
oración más frecuente en labios cristianos era el Padre Nuestro, que fue objeto
de comentarios por parte de Tertuliano, Orígenes y San Cipriano. Por el
comentario de Orígenes se podría deducir que hubo una corriente herética que
negaba la utilidad de la oración; la Didajé aconsejaba rezar tres veces al día
el Padre Nuestro, «tal como el Señor lo mandó en su Evangelio».
Además del rezo del Padre Nuestro, tanto
Tertuliano como San Cipriano hablan de la oración en fórmulas espontáneas. En
los salmos encontraban los cristianos fórmulas de oración que empleaban con
naturalidad; y precisamente este uso particular abrió la puerta al salterio
para entrar a formar parte de la liturgia, por lo menos desde finales del siglo
II, puesto que a principios del siglo III el uso de los salmos, tanto en la
celebración de la eucaristía como en el culto en general, ya era común.
Aunque
Tertuliano aconseja orar de rodillas, sin embargo, los cristianos solían
hacerlo de pie, con los brazos en alto y las palmas extendidas, lo mismo que
Jesús había extendido los brazos en la cruz; éste es el gesto de la Orante
tantas veces repetido en las pinturas de las catacumbas y en los relieves de
los sarcófagos paleocristianos. Las comunidades de Siria practicaban la oración
de rodillas y postrándose hasta tocar la tierra con la frente, y también de
pie, pero con los brazos cruzados sobre el pecho, al estilo de los orantes de
la cultura sumeria. La forma actual de orar de rodillas y con las manos juntas,
es de origen medieval, como símbolo del sometimiento del vasallo al señor
feudal.
Después
de la paz constantiniana (313), la oración, que antes era individual y
realizada en la propia casa, se hace comunitaria y se organiza de dos maneras:
en las iglesias con los fieles en torno al obispo y los presbíteros (oficio
catedralicio), que más tarde se practicará únicamente por los sacerdotes
afiliados a la Iglesia (catedral); y en los monasterios (oficio monástico); el
oficio coral de los monjes será organizado, primero, por Juan Casiano a finales
del siglo IV , y después, de un modo definitivo, por San Benito de Nursia. La
organización benedictina prevalecerá, tanto en los monasterios como en las catedrales,
sobre todas las demás formas, hasta la reforma del Oficio de las Horas llevado
a cabo por el Concilio de Trento y por el Concilio Vaticano II.
Hoy
el mundo necesita de cristianos que oren con fervor a favor de la paz y el
amor, el mundo cada vez está más violento y los cristianos han dejado de rezar,
debemos volver a los orígenes de cristianismo, para ello también es necesario
las reuniones en las casas para orar y escuchar la Palabra de Dios entre
hermanos.
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