Algunos de nuestros hermanos
protestantes hablan de la Virgen María de una forma grosera y ofensiva, sin
embargo existen otros que la respetan y le dan el verdadero puesto que tiene en
la historia de la salvación como Madre de Dios, Virgen pura y casta e
intercesora. Los que la ofenden y la rechazan seguro estoy es porque o no han
leído a su reformador Martin Lutero y reflejan una total ignorancia dejándose
llevar por palabras falaces de hombres o
porque esconden intereses perjudiciales para su propio intereses. Hoy quiero
presentarles un extracto de su obra, el “Magnificat”, que fue compuesto de noviembre de 1520 a junio
del año siguiente, es decir, entre el tiempo posterior a la condenación de su
doctrina, de su excomunión. Lutero cataloga a la nuestra Madre como: Virgen,
Madre de Dios, Espejo de la gracia de Dios e Intercesora.
·
La bienaventurada Virgen no detalla ninguno de los
bienes, sino que los canta todos conjuntamente al exclamar “ha realizado
grandes cosas en mí”, es decir, es grande cuanto en mí ha hecho. Nos enseña con
estas palabras que cuanto mayor sea el fervor espiritual menos palabras pronuncia.
Porque, aunque lo sienta, aunque quiera expresarlo, se da cuenta perfecta de
la incapacidad de encerrarlo en palabras. Por ello estas palabras escasas del
espíritu son tan enormes, tan profundas, que nadie puede comprenderlas, a no
ser quien llegue a verse poseído por el mismo espíritu, al menos parcialmente.
·
Dios mismo ha dado con la solución: él, que puede
cumplir lo que promete, a pesar de que nadie lo comprenda hasta que sucede; por
eso, su palabra y su obra no están encadenadas a la razón y exigen una fe libre
y pura. Ahí tienes la manera en que ha conciliado estas dos cosas: ha dado a
Abrahán su descendencia, un hijo natural, de una Virgen pura, María, por medio
del Espíritu santo, sin obra de hombre. No ha sido un nacimiento natural ni se
ha concebido bajo maldición que pudiera haber afectado a esta descendencia. Y,
sin embargo, se trata de una descendencia de Abrahán tan verdadera como la de
los restantes hijos de Abrahán. Fíjate bien: ahí tienes la descendencia
bendecida de Abrahán, en la que el mundo entero se ha liberado de su maldición,
porque a quien cree en esta descendencia, la invoca, la confiesa, está
pendiente de ella, se le perdona toda maldición y se le imparte toda bendición,
en conformidad con las palabras del juramento divino: «En tu posteridad serán
benditos todos los pueblos de la tierra»; que quiere decir: todo lo que será
bendito, debe serlo, tiene que serlo por medio de esta descendencia y sólo por
ella. Observa que se trata de la descendencia de Abrahán que no nace de ninguno
de sus hijos, contra lo que tenían previsto y esperaban sin cesar los judíos,
sino de una sola de sus hijas.
Madre de Dios:
·
He aquí lo que se dice glorificar, magnificar sólo
a Dios y no apropiarnos nada nosotros. También se puede ver en esto los motivos
crecidos que María tuvo para caer y pecar, puesto que no es de menos entidad el
milagro de haber rechazado la soberbia y la arrogancia, que el de haber sido
depositaria de estas grandezas. ¿No te parece maravilloso el corazón de María?
Se sabe Madre de Dios, ensalzada por todos los humanos, y a pesar de ello
permanece tan tranquilamente sencilla, que no hubiera menospreciado a la más
humilde criada. ¡Pobres de nosotros! Basta con que poseamos algún bien
insignificante, algún poder u honor, o, sencillamente, con que seamos un poco
más agraciados que los demás, para que creamos que no es digno de compararse
con nosotros cualquiera menos favorecido y para que nuestro orgullo rompa
todas las barreras. ¿Qué haríamos si fuésemos dueños de tales y tan excelsos
bienes?
Espejo de la gracia de Dios:
·
María es elevada por encima de todo ejemplo, cuando
debería ‑y preferiría‑ aparecer como el mejor espejo de la gracia de Dios, que
atrajese a todo el mundo a la gracia divina, a la firme confianza, al amor, a
la alabanza, de tal forma, que precisamente por mediación suya, todos los
corazones llegasen a adquirir una opinión de Dios tal, que pudieran decir
confiadamente: «Oh, tú, bienaventurada Virgen y Madre de Dios, qué estupendo
consuelo nos ha manifestado Dios por tu medio; porque se ha fijado tan
graciosamente en tu indignidad, en tu bajeza, que esto mismo nos hace pensar
que en adelante, y siguiendo tu ejemplo, no nos despreciará a nosotros, pobres
hombres insignificantes, sino que nos mirará también graciosamente».
Intercesora:
·
Dejemos esto aquí por el momento, y pidamos a Dios
que no se contenta con iluminar y hablar, sino que inflame y viva en el cuerpo
y en el alma. Que Cristo nos lo conceda por la intercesión y la voluntad de su
querida Madre María. Amén.
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