Alessandro
Serenelli, huérfano de madre a los pocos meses, vivía con su anciano padre y un
hermano en la misma casa (aunque en una parte separada) que la familia de Sta.
María Goretti (1890-1902): en la hacienda del patrón de sus familias campesinas.
Tras ser rechazado un par de veces en otras ocasiones, intentó violar a Sta.
María Goretti (que tenía 11 años) cuando se quedó en casa sola cuidando de una
hermanita, en julio de 1902. Al no tener éxito, apuñaló a la santa 14 veces con
un punzón antes de huir.
Como
Alessandro era menor de edad, no se le pudo condenar a cadena perpetua, sino a
30 años de cárcel. No se mostraba arrepentido de lo que hizo, a pesar de que la
santa le había perdonado y había rezado y ofrecido sus sufrimientos por él.
Parecía un caso perdido.
Pero,
no acabó así su vida. Aunque todos le consideraban un criminal endurecido, el
obispo le visitó para recordarle el perdón de Dios y de la santa. Él no mostró
ningún cambio de actitud durante la visita, pero después otros vieron lágrimas
salir de sus ojos.
Unos
días después, su comportamiento cambió por completo cuando pidió ponerse en
contacto con el obispo para decirle que vió a Sta. María Goretti en sueños con
14 lirios, sonriéndole y resplandeciente. Por su buen comportamiento desde
entonces, le dejaron salir de la cárcel unos años antes de cumplir toda su
condena.
Comenzó
una nueva vida seglar como portero en un convento capuchino. La Navidad de 1934
visitó a Assunta, la madre de Sta. María Goretti para pedirle perdón. Ella le dijo
que ya le había perdonado, habiéndole perdonado Dios y su hija, y fueron juntos
a la Misa de Navidad, sorprendiendo a toda la comunidad. Se mantuvieron en
contacto, pudieron ver en vida a Sta. María Goretti canonizada en 1950 y él
estuvo junto a Assunta cuando ella murió.
Testamento de Alessandro.
"Soy
un viejo de casi 80 años, pronto voy a terminar mis días.
Echando
una mirada al pasado, reconozco que en mi primera juventud recorrí un sendero
falso, la vía del mal que me condujo a la ruina.
Veía
todo a través de la prensa, los espectáculos y los malos ejemplos que siguen la
mayoría de los jóvenes sin siquiera pensarlo. Y yo hice lo mismo. No me
preocupaba.
Personas
creyentes y practicantes tenía cerca de mí, pero no les prestaba atención,
cegado por una fuerza brutal que me empujaba hacia un sendero malo.
A
los 20 años cometí el delito pasional, del que hoy me horrorizo con sólo
recordarlo.
María
Goretti, ahora santa, fue el ángel bueno que la Providencia había puesto ante
mis pasos para guiarme y salvarme. Todavía tengo grabadas en mi corazón sus
palabras de compasión y de perdón. Rezó por mí e intercedió por su asesino.
Siguieron
treinta años de prisión. Si no hubiera sido menor de edad, hubiera estado
condenado a cadena perpetua. Acepté la merecida condena. Expié mi culpa.
La
pequeña María fue verdaderamente mi luz, mi protectora; con su ayuda, me porté
bien en mis 27 años de cárcel e intenté vivir honradamente cuando la sociedad
me aceptó de nuevo entre sus miembros.
Los
Hermanos de San Francisco, los Capuchinos de las Marcas, me acogieron con
caridad seráfica en su monasterio no como un siervo, sino como un hermano y con
ellos convivo desde hace 24 años.
Ahora
espero sereno el momento de ser admitido en la visión de Dios, de abrazar a mis
seres queridos de nuevo, y de estar junto a mi ángel protectora y su querida
madre, Assunta.
Los
que lean esta carta, ojalá que quieran seguir la feliz enseñanza de huir del
mal y seguir el bien siempre.
Pienso
que la religión con sus preceptos no es una cosa que se pueda menospreciar,
sino que es el verdadero consuelo, el único camino seguro en toda
circunstancia, hasta las más dolorosas de la vida. ¡Paz y bien!
Alessandro
Serenelli
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