La esperanza en las Sagradas Escrituras es siempre la espera de una salvación que llega.
La aparición con Cristo del Reino de Dios garantiza que la esperanza no es una utopía ni, peor aún, una ilusión.
Esta esperanza está fundada firmemente sobre la fidelidad de Dios (Sal 71) y no consiste solamente en tener paciencia.
Se ve cumplida con la vuelta de Cristo (parusía), pero la promesa se ha hecho ya a este mundo (Rm 8,19). Hace de los cristianos hombres alegres y animosos (Rm 12,12; 2Co 3,12), diferentes de aquellos que no tienen ninguna esperanza (Ef 2,12) y sienten el mundo como absurdo.
La esperanza da sentido a la vida. La esperanza es un detonante para ponernos en marcha y enviarnos a trabajar con fuerza detrás de un ideal. En la práctica trabajamos, nos movemos y actuamos porque tenemos la esperanza de llegar a alguna parte, de lograr un objetivo, de alcanzar una meta o hacer realidad un sueño. En el ejemplo citado de los secuestrados en Colombia, ellos se mantienen vivos porque confían en que tarde o temprano terminará esta pesadilla y verán a sus seres queridos.
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