El mundo antiguo discriminaba a la
mujer. Las religiones orientales le negaban incluso la naturaleza humana. El
culto a mithra, que señoreó en el imperio romano en los primeros años del
cristianismo, excluía radicalmente a la mujer. Por su parte Sócrates las
ignoraba completamente. Aristóteles decía que “eran defectuosas o incompletas
por naturaleza”. En Roma en muchas tumbas decía “permaneció en su casa y se
dedicaba a hilar lana”.
Por su parte el hebraísmo se
consideraba una religión de varones. Para el año 150 d.C un rabino decía “todos
se alegran con el nacimiento de un varón, todos se entristecen con la llegada
de una niña”.
El libro del Eclesiástico 42, 9-11
presenta a la mujer como un conjunto de problemas.
Luego de este pequeño esbozo cabe preguntar
¿Cuál era la postura de Jesús?
Los tres sinópticos señalan un hecho
bien novedoso, el que Jesús se hiciera acompañar muy a menudo por un grupo de
mujeres que le fueron fieles hasta el final (Lc 8, 1-3; Mc 15, 40-41; Lc23,
27-29).
Jesús habla siempre positivamente de
las mujeres (Jn 8,2-11; Lc 7, 36), conversaba con ellas en público (Mt 20, 20;
Jn 4, 1-42). No tiene discriminaciones en sus milagros y también las cura (Mt
9, 22; Lc 13,10; Mc 1,29). No las discriminaba ni siquiera a la que fue
sorprendida en flagrante adulterio (Jn 8, 2-11).
En conclusión, el papel de la mujer en
el ministerio de Jesús jugó un papel importante ya que eran parte del mismo. Jesús
no consideraba superior al hombre, los dos son personas con igualdad de
derechos y la escena cuando le preguntan si le era licito un hombre separarse
de su mujer así lo demuestra ya que su respuesta fue tajante “el que se
divorcia de su mujer y se casa con otra
comete adulterio” (Mc 10,11)
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