LO QUE NO SE DICE DE LUTERO

jueves, 6 de septiembre de 2012

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Algunos de nuestros hermanos protestantes hablan de la Virgen María de una forma grosera y ofensiva, sin embargo existen otros que la respetan y le dan el verdadero puesto que tiene en la historia de la salvación como Madre de Dios, Virgen pura y casta e intercesora. Los que la ofenden y la rechazan seguro estoy es porque o no han leído a su reformador Martin Lutero y reflejan una total ignorancia dejándose llevar por palabras falaces de hombres  o porque esconden intereses perjudiciales para su propio intereses. Hoy quiero presentarles  un extracto de su obra,  el “Magnificat”,  que fue compuesto de noviembre de 1520 a junio del año siguiente, es decir, entre el tiempo posterior a la condenación de su doctrina, de su excomunión. Lutero cataloga a la nuestra Madre como: Virgen, Madre de Dios, Espejo de la gracia de Dios e Intercesora.


 Virgen:
·         La bienaventurada Virgen no detalla ninguno de los bienes, sino que los canta todos conjuntamente al exclamar “ha realizado grandes cosas en mí”, es decir, es grande cuanto en mí ha hecho. Nos enseña con estas palabras que cuanto mayor sea el fervor espiritual menos palabras pronuncia. Porque, aunque lo sienta, aun­que quiera expresarlo, se da cuenta perfecta de la incapacidad de encerrarlo en pa­labras. Por ello estas palabras escasas del espíritu son tan enormes, tan profundas, que nadie puede comprenderlas, a no ser quien llegue a verse poseído por el mis­mo espíritu, al menos parcialmente.
·         Dios mismo ha dado con la solución: él, que puede cumplir lo que promete, a pesar de que nadie lo comprenda hasta que sucede; por eso, su palabra y su obra no están encadenadas a la razón y exigen una fe libre y pura. Ahí tienes la manera en que ha conciliado estas dos cosas: ha dado a Abrahán su descendencia, un hijo natural, de una Virgen pura, María, por medio del Espíritu santo, sin obra de hombre. No ha sido un nacimiento natural ni se ha concebido bajo maldición que pudiera haber afectado a esta descendencia. Y, sin embargo, se trata de una descendencia de Abrahán tan verdadera como la de los restantes hijos de Abrahán. Fíjate bien: ahí tienes la descendencia bendecida de Abrahán, en la que el mundo entero se ha liberado de su maldición, porque a quien cree en esta descendencia, la invoca, la confiesa, está pendiente de ella, se le perdona toda maldición y se le imparte toda bendición, en conformidad con las palabras del juramento divino: «En tu posteridad serán benditos todos los pueblos de la tierra»; que quiere decir: todo lo que será bendito, debe serlo, tiene que serlo por medio de esta descendencia y sólo por ella. Observa que se trata de la descendencia de Abrahán que no nace de ninguno de sus hijos, contra lo que tenían previsto y esperaban sin cesar los judíos, sino de una sola de sus hijas.
Madre de Dios:
·         He aquí lo que se dice glorificar, magnificar sólo a Dios y no apropiarnos nada nosotros. También se puede ver en esto los motivos crecidos que María tuvo para caer y pecar, puesto que no es de menos entidad el milagro de haber rechazado la soberbia y la arrogancia, que el de haber sido depositaria de estas grandezas. ¿No te parece maravilloso el corazón de María? Se sabe Madre de Dios, ensalzada por todos los humanos, y a pesar de ello permanece tan tranquilamente sencilla, que no hubiera menospreciado a la más humilde criada. ¡Pobres de nosotros! Basta con que poseamos algún bien insignificante, algún poder u honor, o, sencillamente, con que seamos un poco más agraciados que los demás, para que creamos que no es digno de compararse con nosotros cualquiera menos favorecido y para que nues­tro orgullo rompa todas las barreras. ¿Qué haríamos si fuésemos dueños de ta­les y tan excelsos bienes?

Espejo de la gracia de Dios:
·         María es elevada por encima de todo ejemplo, cuan­do debería ‑y preferiría‑ aparecer como el mejor espejo de la gracia de Dios, que atrajese a todo el mundo a la gracia divina, a la firme confianza, al amor, a la alabanza, de tal forma, que precisamente por mediación suya, todos los corazones llegasen a adquirir una opinión de Dios tal, que pudieran decir confiadamente: «Oh, tú, bienaventurada Virgen y Madre de Dios, qué estupendo consuelo nos ha manifestado Dios por tu medio; porque se ha fijado tan graciosamente en tu in­dignidad, en tu bajeza, que esto mismo nos hace pensar que en adelante, y siguien­do tu ejemplo, no nos despreciará a nosotros, pobres hombres insignificantes, sino que nos mirará también graciosamente».

Intercesora:
·         Dejemos esto aquí por el momento, y pidamos a Dios que no se contenta con iluminar y hablar, sino que inflame y viva en el cuerpo y en el alma. Que Cristo nos lo conceda por la intercesión y la voluntad de su querida Madre María. Amén.




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