La
misión de los doce va dirigida á Israel. Jesús designó además públicamente a
otros setenta y dos discípulos, que fueron enviados también. Contra la lectura crítica
de 72, está otra casi igualmente atestiguada de 70. Generalmente se cree que
ambos números indican el número de naciones paganas consignadas en el capítulo
10 del Génesis: 70 según el texto hebreo y 72 en el texto griego. Para la antigua Iglesia tenía la mayor importancia
saber que además de los doce había otro grupo que tenía encargo misionero.
Además de los doce tienen también otros el nombre de apóstoles y llevan a cabo la
misión de Jesús.
El
Señor designó e invistió a los mensajeros, con lo cual les dio encargo oficial
y dio a su misión carácter jurídico. “Son enviados de dos en dos, pues tienen
que actuar como testigos. Si dos testigos están de acuerdo sobre una cosa,
entonces su testimonio tiene plena fuerza y validez jurídica (Dt 19,15; Mt
18,16). Los discípulos van delante del Señor; son sus pregoneros y tienen que
preparar su llegada. Van por delante de él a todas las ciudades y lugares. Se
traspasan los límites de Galilea, pero la acción está todavía restringida a
Palestina. Sin embargo, estos límites se borrarán cuando el Señor haya subido
al cielo”1.
La
verdadera y autentica vocación de toda persona es la entrega de toda su vida a
Jesús que nos llama a ser sus Discípulos. San Ignacio de Loyola afirma que “el
hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y
mediante esto salvar el alma”2.
Es
necesario que cada bautizado desde el
lugar donde se encuentra, donde trabaja, donde realice sus actividades sea
testigo y discípulo del Señor. En el evangelio de Lucas 10,1-12 Jesús envía a los setenta y dos discípulos para anunciar
su palabra, en ella se nos clarifica
cuáles son sus exigencias para poder ser
un fiel seguidor suyo:
Debe
existir plena identificación con el Señor: No es el
discípulo quien escoge al maestro, siempre ha sido Jesús el que ha llamado al
discípulo y lo ha invitado a seguirlo por eso “escogió a los setenta y dos y
los envió de dos en dos” (Lc 10,1).
Deben
ser personas de oración: Jesús les dijo a sus discípulos
“la cosecha es mucha pero los trabajadores son pocos, pidan al dueño de la
cosecha que mande trabajadores a recogerla” (Lc 10,2). La oración es el respiro
del alma es a través de ella donde entablamos un dialogo sincero y amoroso con
el Padre. Si nuestra vida no está
rodeada de una constante oración entonces no podemos ser discípulos.
·
Hay
que ser ciudadanos del cielo: Un discípulo es
aquella persona que siempre busca gozar de un cielo nuevo y una nueva tierra.
El mundo en el cual existimos, se hace cada vez más inhabitable y en lugar de ser
moldeado por el amor de Jesús, es el mundo quien nos arrastra hacia el
consumismo, el relativismo y el materialismo. Así como el Señor nos “envía como
cordero en medio de lobos” (Lc 10,3), también nos da su espíritu para poder
llevar a cabo la misión. El discípulo debe experimentar el gozo de ser
ciudadanos del cielo y debe compartir también “su dolor al ver
que Dios no es conocido y que su amor no es intercambiado, hoy el mundo
es una mentalidad una manera de pensar y de vivir que incluso puede contaminar
la iglesia y por tanto exige una
constante vigilancia y purificación. Estamos en el mundo y corremos el riesgo
de ser del mundo”3.
·
Formación
en la palabra de Dios: Para el anuncio de la Buena Nueva es
fundamental primeramente haber experimentado y conocido el amor de Dios y es a
través de su palabra donde podemos conocerlo a plenitud. Un discípulo debe ser
una persona que ha escrudiñado suficientemente las sagradas escrituras y en
ella ha encontrado el verdadero sentido de su vida. Es importante ir progresando
en la fe a través de la lectura asidua de la palabra de Dios para dejar de ser niños
que tienen que tomar leche en lugar de
una “comida solida” (1 Co 3,2). El Señor al enviarnos al anuncio de su palabra
nos dice expresamente que no debemos de llevar absolutamente nada “ni
sandalias, ni provisiones, ni dinero” (Lc 10,4) solo hace falta una cosa:
conocerlo.
·
Inmediatez:
No existe tiempo para el ocio, el mundo necesita transformarse y la única constante que hay en él es el
cambio, pero que triste es que dentro de ese cambio no se encuentra el
reconocer a Jesús como nuestro salvador. Cada segundo que pase una persona sin
conocer al Rey de Reyes se ha perdido un segundo de eternidad, y en la que sus
discípulos son muchas veces culpables por ello, por permanecer indiferente ante
tal situación. El mismo Jesús nos dice
“no se detengan a saludar a nadie en el camino” (Lc 10,4) lo cual nos quiere decir la prontitud por
llevar su mensaje, no detenerse en cosas triviales.
·
Buen
espíritu: Ser discípulos es ir detrás de Jesús para aprender
su estilo de vivir de trabajar, de amar y servir, para adoptar su manera de
pensar y de sentir, es actuar siempre con buen espíritu tal y como lo hizo
Nehemías al reconstruir la muralla de Jerusalén en tan solo cincuenta y dos
días. La fragancia del espíritu del Señor debe quedar impregnada al
visitar cada casa por eso el mandato es
de bendecirla y desearle la paz.
·
Acompañamiento
y no forma publicitaria: La proclamación del Evangelio “no debe ser en forma
publicitaria”4 es decir que se convierta en una hermosa
presentación en todas las casas, después
de lo cual nos marchamos, por eso el Señor dice “quédense en la misma casa
coman y beban de lo que ellos tengan” (Lc 10,9). Al proclamar el evangelio, si
es bien recibido debe existir un acompañamiento en donde se recorran caminos
que nos lleven a un puerto seguro que es el conocimiento y el amor que debemos
de tener por nuestro Padre.
·
Buen
uso de la autoridad conferida: La palabra autoridad
proviene del griego “exousia” que indica el poder que se tiene o que se ha
recibido. Jesús les confirió autoridad a los discípulos para expulsar los
demonios (Lc 10,18-20), hoy también nos da esa autoridad para llevar su Palabra,
para que expulsemos los demonios de la ignorancia, orgullo ,amor al dinero,
sexo y sobre todo de falta de fe. Se nos han proporcionado dones y carismas que
nos permiten realizar a la perfección la misión encomendada y para que
recordemos que es Jesús quien inicia la obra y es Él quien la termina. El
llevar su anuncio no es merito para nosotros es solo nuestro deber y
responsabilidad.
Bibliografía
1. STORGER, Alois, El
Evangelio Según San Lucas, Herder,
Tomo1, cap 3. Herder, Barcelona 1979, 1ra Edición, p 287-288.
2.
Autobiografía de San Ignacio de Loyola y Ejercicio Espirituales N. 23
3.
Homilía Benedicto XVI en la Ordenación de 19 Sacerdotes el 03-05-09
4.
FORESI, Pascual, Dios nos Llama.
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