El
relato del ciego de nacimiento (Jn
9,1-41) es una de las narraciones más vivas y mejor logradas de los evangelios.
Esta narración trae a la memoria el Salmo 27, al igual que el salmista, el
ciego podrá decir “El Señor es mi luz y salvación ¿a quién temeré?
La
nota introductoria del pasaje nos dice
“al pasar” (Jn 9,1) que sugeriría una relación inmediata con la escena
anterior. “Jesús ha salido del templo; al pasar, se detiene ante un ciego al
que devuelve la vista y del que obtiene un acto de fe; luego replica con
firmeza a los fariseos, desconcertados al ver cómo denuncia su ceguera.
El
texto de Juan recuerda las curaciones de ciegos que nos trasmite la tradición
sinóptica, cuya función era la de mostrar que con Jesús habían llegado los
tiempos mesiánicos. Cuando los discípulos del Bautista vinieron a preguntarle
si era él el esperado de Israel, Jesús respondió citando a Isaías: «Los ciegos
ven...». Además de esta significación de cumplimiento, el acontecimiento que se
narra tiene en sí mismo un alcance simbólico: el hombre curado de su ceguera
representa al creyente iluminado por la fe. En un relato que le es propio,
Marcos (8, 22-26) describe la curación de un ciego que no es instantánea, sino
que sigue un proceso en el que Jesús participa dos veces; además, el episodio
va precedido de una palabra de Jesús que reprocha a los discípulos su ceguera
para con él (8, 17s) y que va seguido por su confesión de fe (8,29). En Jn, el
simbolismo de la iluminación adquiere todo su relieve por el hecho de que se
trata de un ciego de nacimiento, situación que no tiene paralelos en la
tradición sinóptica. Más que como un acto de poder (dýnamis) que realiza el
anuncio profético, este don de la vista se presenta como un «signo» (sémeîon:
cf. 9, 16), cuyo sentido explica Jesús incluso antes de realizarlo: Jesús
afirma a sus discípulos que es la luz del mundo (9, 5). Pero el simbolismo de
la luz juega también en sentido opuesto: los fariseos clarividentes que,
puestos en presencia del hombre curado milagrosamente, negaron el signo, se
vuelven «ciegos». De este modo la perspectiva de Jn abraza el misterio en su
totalidad: al venir al mundo, la luz ilumina o deslumbra, según como sean las
disposiciones subjetivas de los hombres. De hecho, el relato va encuadrado
entre dos palabras de Jesús relativas a su misión (9, 3-5 y 9, 39): la primera
la define como una obra de revelación, mientras que la segunda la pone en
vinculación con el «juicio». Si se compara el relato del ciego de nacimiento
con el del enfermo de Bethesda (Jn 5), se observan claras semejanzas. En primer
lugar en la estructura, que es tripartita: el episodio del milagro va seguido
de una controversia entre el protagonista y los judíos, luego entre Jesús y
estos últimos, esperando a que se despliegue el discurso. Es que cada uno de
estos dos signos; el de poder caminar y el de poder ver, tienen en común el
hecho de que muestran la transformación que lleva a cabo Jesús de la condición
humana: el Hijo hace presente el obrar escatológico del Padre; lo que parece
ser una infracción del sábado (5, 9b y 9, 14ss) motiva la hostilidad de las
autoridades judías. A nivel narrativo, es Jesús el que lleva la iniciativa en
los dos casos: el «ve» (el mismo verbo “horáo” 5, 6 y 9, 1) la desgracia del
hombre e interviene sin que se le haga ninguna petición; luego, después de la
reacción de los judíos ante el hombre que ha sido curado, se encuentra con él
una vez más y le habla, esta vez a propósito de un compromiso espiritual.
Pero
también son notables las diferencias. En el capítulo 5, el simbolismo de la
vida, sugerida en el hecho de levantar al enfermo, sólo se hará manifiesto por
medio del discurso; en el capítulo 9, el simbolismo de la luz está ya presente
desde el diálogo inicial entre los discípulos y Jesús; luego, después de tomar
cuerpo en el ciego de nacimiento que «se hace vidente», acontecimiento que se
recuerda a lo largo de todo el texto (En catorce ocasiones: 9, 10.11.13.14.15
(bis). 17.18.19.21.25.26.30.32.), se evoca de nuevo en los v. 39-41 en la
oposición «ver-no ver». El discurso que sigue puede centrarse entonces en otra
metáfora, la del pastor que reúne a sus ovejas. La diferencia más marcada entre
los dos relatos es el comportamiento respectivo de los protagonistas: a
diferencia del enfermo de Bethesda, el ciego se convierte en un verdadero
testigo de Jesús ante los fariseos; luego, cuando Jesús se le reveló como el
Hijo del hombre, proclama sin reservas su fe. Es por tanto un personaje activo
desde el principio hasta el fin, obedeciendo primero a la orden de dirigirse a
Siloé con los ojos cubiertos de barro, luego a través de las pruebas que sufre,
finalmente ante el misterio que se le manifiesta. La actividad de Jesús y la
del antiguo ciego se conjugan entonces dentro del itinerario que se presenta al
lector; el texto muestra la eficacia soberana de la luz, resaltando además el
compromiso por parte del hombre.
Algunas
observaciones importantes1
§ En
el Antiguo Testamento la metáfora de la ceguera indica una obcecación
voluntaria, resultado del pecado. Jeremías y Ezequiel la utilizan recogiendo el
anuncio hecho a Isaías, donde se le predecía el fracaso de su misión. En
nuestro relato, será ésta la ceguera de los fariseos (9, 39; cf. 12, 40), pero
sólo se menciona en segundo lugar, después de que han rechazado la luz
manifestada por el signo.
§ El
protagonista del relato (ciego) demuestra que es un hombre religioso, ilusionado
por la ley judía; en efecto, gracias a ella es como reconoce que Jesús viene de
Dios (9, 30s).
§ Siloé
es el único lugar que se menciona en el relato. La orden de Jesús hace pensar
en la que le había dado el profeta Elíseo a Naamán el sirio de que fuera a
sumergirse siete veces en el Jordán (2 Re 5); Naamán se había mostrado
reticente, pero el ciego de nacimiento, como el funcionario real (Jn 4, 50),
obedeció a la palabra de Jesús «con los ojos cerrados».
§ La
piscina de Siloé, situada al suroeste de la ciudad vieja, se encontraba a la
salida de un túnel construido por Ezequías (por el año 740 a. C.) para traer
hasta Jerusalén las aguas del Guihón (1 Re 1, 33, 2 Re 20, 20, 2 Crón 32, 30,
Eclo 48, 17). Según el rito de la fiesta de las Tiendas que tenía un sentido
mesiánico, una procesión solemne venía a sacar agua de este único depósito de
la ciudad; se honraba así a la dinastía davídica a la que había llegado a
simbolizar, desde que Isaías le había reprochado al pueblo despreciar esas
«aguas que corren mansamente» (Is 8, 6). Todos estos datos bíblicos están en el
trasfondo de la identificación que establece el narrador entre Siloé y el
«Enviado», gracias a una etimología que puede justificarse plenamente. Una vez
más, la tradición judía se ve cumplida en la persona de Cristo.
§ Jn
presenta a los fariseos en 1, 24 y en 4, 1 como observadores recelosos de la
actividad del Bautista y de Jesús, pero no en bloque, puesto que Nicodemo era
uno de ellos (3, 1) y se dice que muchos dirigentes creían en Jesús (12, 42). A
partir de 7, 32 es cuando aparecen como adversarios declarados, y en el
capítulo 9 tienen autoridad para expulsar de la sinagoga. La intención de estos
«discípulos de Moisés» (Jn 9,28), es
ciertamente la de honrar a Dios, pero Jn los presenta como incapaces de
entender un mensaje que no entra en el sistema teológico en el que ellos
fundamentan su seguridad.
§ El
ciego de nacimiento, al hacerse vidente, percibe al Señor en la
fe, «cree» (9, 38), sin
precisar ciertamente esa fe, pero haciendo un
gesto por el que da
gloria a Dios en un sentido distinto del que exigían los fariseos (9, 24). El
verbo «postrarse» (proskynéó) adquiere el sentido fuerte de adorar cuando tiene
como objeto a Dios, como en el diálogo con la samaritana (4, 20-23); en los
demás casos expresa un profundo respeto (“proskynéó” puede tener el sentido
débil de «postrarse» (Mt 8,2; 9,18; 15,25; 20,20; Mc 5,6; 15,19). Cuando se
refiere al Resucitado, está cerca del sentido de adoración (Mt 28, 9.17; Lc 24,
52).
ACTUALIZACIÓN
El
Hijo del Hombre es la figura divina que viene para juzgar, aunque a muchos no
les guste esa palabra. Los que creen ver son ciegos, mientras los que son ciegos verán la gloria de Dios manifestarse
en ellos.
Jesús
ha venido al mundo a curar nuestras cegueras espirituales, vivimos creyendo que
lo sabemos todo, sin embargo para Dios muchos vivimos errantes sin un rumbo
fijo en la vida.
El
que acepta a Jesús como su Señor y salvador, tarde o temprano, será
rechazado por el mundo de las tinieblas,
y si no es rechazado tendrá que salirse de allí, porque pertenece al nuevo
mundo de la comunidad cristiana que no se apega a las cosas, sino que se centra
y se reúne en torno a Jesús.
1. El Evangelio de Juan, Dufour, Xavier,
Salamanca 1992, p 265-277
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