La resurrección de Lázaro (Jn 11,1-41) es la última de
las siete señales, y al mismo tiempo, el punto culminante de la practica
liberadora de Jesús. El relato
profundiza el prólogo, que afirma: En la Palabra estaba la vida y la vida era
la luz de los hombres (Jn 1,4), está también estrechamente ligada con el
capítulo 10, pues Lázaro es la oveja que escucha la voz del pastor y sale hacia
la libertad y la vida.
El texto puede dividirse en cinco grandes secciones:
Presentación de los personajes y la situación (Jn 11,1-5).
Decisión de salir para Betania (Jn 11,6-16).
Diálogo entre Jesús y Marta (Jn 11,17-27).
Diálogo entre Jesús y María (Jn 11,28-32).
Dolor y resurrección (Jn 11,33-44).
El acontecimiento que se narra es substancialmente del
mismo género que los seis retornos a la vida que nos cuenta la Biblia. Elías le
devuelve la vida al hijo de la viuda de Sarepta, Elíseo al hijo de la Sunamita,
Jesús a la hija de Jairo y al hijo de la viuda de Naím, Pedro a Tabita y Pablo
finalmente a Eutico (1 Re 17, 17-24; 2 Re 4, 18-37; Mc 5, 22-43 ; Lc 7, 11-17;
Hech 9, 36-42; 20, 9s).
La escena va a tener lugar en Betania. Puede
corresponder al hebreo Beth aniah. Etimológicamente podría tener, entre otros
significados, el de “casa del dolor” y “casa de ruego.” Así la prefieren
interpretar algunos críticos racionalistas para pensar que no tiene esta escena
realidad histórica, sino simbólica. Pero también puede corresponder a la
etimología de Annaniah, villorrio del A.T., en la tribu de Benjamín (Neh
11,32). Sería forma apocopada de esta raíz, ya que Nehemías conoce la forma
Aniah (Neh 8,4; 10,23) y Annaniah (Neh 3,23) como nombre de personas.
Topográficamente se la identifica con el actual
villorrio árabe de el-Azariye, alteración árabe del nombre latino Lazanum,
nombre con que se le conocía en tiempo de Eteria, en el flanco oriental del
monte de los Olivos, a unos 2.800 metros de Jerusalén. Ya es señalado en el
siglo IV por los “itinerarios” y peregrinos.
La enfermedad de Lázaro era mortal. Sus hermanas
envían un mensajero a Cristo, que distinguía con gran afecto a esta familia,
para decirle que estaba enfermo. La noticia no era sólo informativa; en ello
“el que amas está enfermo” (Jn 1,3), iba la súplica discreta por su curación.
La fórmula evoca el pasaje de Cana de Galilea (Jn 2,3); posiblemente es un
reflejo literario del evangelista. ¿Acaso hay también una evocación simbólica
de todo cristiano, al estilo del discípulo “al que Jesús amaba”?
Cristo estaba en Betania o Betabara de Perea, en
Transjordania, donde Juan había bautizado (Jn 10,40; 1,28). Al oír este
mensaje, Cristo anunció que aquella enfermedad no era de muerte, sino para que
la “gloria” de Dios se manifestase con ella. Los conceptos paleotestamentarios
sobre el valor del dolor se iban enriqueciendo. Y se quedó aún allí “dos días”
más. Como en Cana, parece que rechaza el ruego. El evangelista quiere destacar
bien la presencia de Cristo. El tema joanneo de la “gloria” de Dios se destaca.
Jesús no fue de manera inmediata donde se encontraba
muerto su amigo Lázaro. Pero a los dos días dio a los apóstoles la orden de
partida de volver a Judea, de donde había salido hacía poco a causa de las
persecuciones de los judíos, era peligroso (Jn 10,39) Es lo que le recuerdan
ahora los discípulos. Más El, que tantas veces esquivó peligros de muerte, porque
aún no era “su hora,” está bien consciente que ésta ya llegó o está a punto de
llegar. Y se lo ilustra con una pequeña parábola (Jn 11,9-10). Se cita el día
con la división en doce horas según el uso grecorromano. Mientras es de día se
puede caminar sin tropezar; el peligro está en la noche. Aún es para él de día,
aunque se acerca la noche de su pasión. Por tanto, nadie podrá aún hacerle
nada. La parábola cobra también tintes de alegoría. Si se camina mientras hay
luz, El es la luz, al que no podrán vencer las tinieblas (Jn 9,4-5; 1,5). Y a
distancia de días y kilómetros les anuncia la muerte de Lázaro. Primero, en la
forma usual eufemística, Lázaro duerme, y Él va a despertarle (Jn 11,12). Los
rabinos señalan el sueño en los enfermos como uno de los diez síntomas que
juzgaban favorables a la curación. Los discípulos lo interpretan ingenuamente
del sueño natural. Por eso no hacía falta ir a curarlo. Probablemente esta
observación de los discípulos estaba condicionada algún tanto por el terror de
volver a Judea a causa de la persecución que estaba latente contra ellos. A
esto responden las palabras del impetuoso Tomás , al decir, “Vamos también
nosotros a morir con El” (v 16). Este discípulo, que sólo es citado en los
sinópticos en las listas de los apóstoles, en Jn aparece en relación con
misterios de la glorificación de Cristo (Jn 14,5; 20, 24-29; 21,2).
Y Cristo les anunció allí abiertamente que Lázaro
había muerto. Cuando Cristo llegó a Betania, hacía ya “cuatro días que Lázaro
había muerto.” El entierro se solía hacer el mismo día de la muerte (Hch
5,6.10). Pero no sería necesario suponer cuatro días completos de su muerte,
pues los rabinos computaban por un día entero el día comenzado. El evangelista
quiere destacar bien la presciencia de Cristo y la conciencia de su poder
vitalizador. La Luz y Vida del mundo van a Betania.
En la parte final del relato (Jn 11,38-44) “se
intensifica la tensión mediante el recurso estilístico del retraso. De nuevo se
«estremece» Jesús, mostrándose profundamente afectado y disgustado frente a la
incredulidad, como se da a entender en las manifestaciones de la multitud, que
pasan completamente por alto el asunto. Y entonces marcha a la tumba (v. 38a),
que se describe como la característica tumba cueva, cerrada con una piedra. Se
piensa probablemente en la forma muy difundida de tumba cueva, de la que
todavía hoy se muestran numerosos ejemplos precisamente en Jerusalén y sus
cercanías. Llegado allí, Jesús da orden de que retiren la piedra de la boca de
la cueva (v. 39). Marta, la hermana del difunto, interviene recordando que el
cadáver lleva ya cuatro días allí y que huele mal, puesto que la descomposición
ya ha empezado. La observación realista tiene que subrayar la imposibilidad del
propósito y, por esa vía, hacer que el lector cobre mayor conciencia de la
extraordinaria importancia del suceso. Jesús replica recordando a Marta la
conversación que ha tenido con ella, así como la confesión de fe de Marta (v.
40): «¿No te dije que, si crees, verás la gloria de Dios?» La reconvención
remite además al comienzo de la historia; ha llegado el momento de probar
claramente que esta enfermedad «no es de muerte sino para la gloria de Dios».
Se advierte cómo el evangelista amontona en esta
perícopa, inmediatamente antes del milagro, todos los motivos teológicos
importantes del relato para señalar al lector de qué se trata. Tras esas
palabras de Jesús retiran, por fin, la piedra de la entrada. Pero
ahora el evangelista vuelve a introducir otro motivo
retardante: una plegaria de Jesús (v. 41-42). Jesús adopta una actitud orante:
«levanta sus ojos a lo alto» (cf. asimismo 17,1) y reza en voz alta. Es una
acción de gracias. En la imagen joánica de Jesús entra también su plegaria como
un diálogo con el Padre (cf. 12,27ss; 17). Pero en Juan nunca ora Jesús para
sí; su oración, cuando de ruego se trata, es sobre todo una impetración a favor
de los discípulos, de los creyentes o del pueblo, sin más. El tratamiento de
«Padre» con que empieza la oración, es típico de Jesús. El contenido de la
plegaria es, sobre todo, una acción de gracias por la seguridad de que ha sido
escuchado, y que aquí se refiere en concreto al milagro inminente. Así lo
confirma el v. 42 al decir que Jesús sabe que Dios le escucha «siempre» y que,
por lo mismo, no tiene necesidad de pedir explícitamente la realización del
milagro. Está en comunión plena y directa con Dios. La plegaria la hace más
bien «por el pueblo que le rodea», «para que crean que tú me enviaste». También
aquí aparece perfectamente fundada una última referencia al sentido teológico
del «signo»: al igual que cuantos signos ha realizado Jesús hasta ahora,
también el más imponente debe llevar al reconocimiento de Jesús como «enviado
de Dios».
Concluida la oración Jesús clama con voz potente:
«¡Lázaro, sal fuera!» (v. 43). Y la palabra del donador escatológico de la vida
produce su efecto, resucitando al difunto Lázaro a nueva vida. El muerto sale
de la cueva ligado todavía con vendas y con el sudario sobre él. Con la
indicación de Jesús de que lo desaten y le dejen ir”1.
El evangelista ha seleccionado este milagro de Cristo,
como luz y vida, para vincularlo, ante una resolución política de los
dirigentes judíos, al acuerdo de matar a Cristo (Jn 11,45). Así, en el plan del
evangelista, la vida pública de Cristo comienza con un milagro sobre la
naturaleza, en las bodas de Cana, y termina con otro sorprendente sobre la
vida. Y en ambos se explícita que eran para manifestar la “gloria” de Dios y de
su divinidad.
ACTUALIZACIÓN
La resurrección de Lázaro por parte de Jesús implica
también nuestra practica de liberación, los cristianos deben desatar a las
personas de todos aquellos pecados, vicios y problemas que lo atan y que lo
llevan muchas veces a situaciones de muerte. Si obramos de esa manera,
estaremos continuando lo que el mismo Jesús hizo, con la única finalidad de que
todos tengan vida y la tengan en abundancia.
Un dato bien importante en el texto de Lázaro y sus
hermanas, es que el milagro se produce por la intimidad que existía entre esta
familia y Jesús, aunque no se dicen muchas cosas en los Evangelios, es fácil
comprender que las palabras de Marta “Ya
sé que será resucitado en la resurrección de los muertos, en el último día”,
las mismas hacen notar un grado tal de entendimiento respecto a la resurrección
que solamente Jesús los ha podido instruir.
1. Blank Josef , El
Evangelio Según San Juan, Herder, Barcelona 1984, pag 291-293
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