El
uso de los misales por parte de los fieles laicos, al menos en los principales
países europeos, se practica desde hace más de dos siglos. En los países que
conocieron persecuciones religiosas, la posesión de tales libros representaba,
para los opositores de la fe católica, una prueba suficiente de adhesión al
“papismo”. Entre
1788 y 1792 aparecieron traducciones en italiano de la Misa, tanto del rito
ambrosiano como del romano, con el añadido de explicaciones sobre las
principales fiestas, contenidas dentro de una guía a la oración para los fieles
devotos. Hechos similares tuvieron lugar en Francia y en Alemania y se
desarrollaron rápidamente, inspirados por las iniciativas litúrgicas de Prosper
Guéranger, en el siglo XIX. El uso de pequeños misales favoreció un apego a la
liturgia que introdujo a aquellos que sabían leer en los meandros de la
liturgia celebrada en latín. Los misales a menudo incluían los textos de las
vísperas del domingo, que se convirtieron en práctica de muchas parroquias
especialmente en Francia, en los Países Bajos y en Alemania. Durante el siglo
XX, estos subsidios fueron enriquecidos progresivamente con material
catequético sobre el año litúrgico, comentarios a la Sagrada Escritura y textos
eucológicos.
Actualmente,
en las celebraciones según la “forma extraordinaria” (o de san Pío V), los
misales se consideran un requisito previo, no sólo como medio de participación
en el conocimiento de los textos eucológicos, que a menudo son intencionalmente
leídos en silencio, sino, más importante aún, como instrumentos para seguir los
textos de la Escritura, como también de algunos ritos particulares ligados a
ciertos días. Estos contienen una versión abreviada de las rúbricas del Misal
del altar y proporcionan una colección de textos e ilustraciones de arte sacro
que apoyan la oración y ayudan a reducir las inevitables distracciones.
En
el contexto de la “forma ordinaria” (o de Pablo VI), el fin de los misales de
cara a la participación en la Misa es menos claro. A pesar de que muchas
personas [sobre todo fuera de Italia, ndt] decidan tener uno, quizás inspirados
en el ejemplo del pasado, la hermenéutica de la participación ha cambiado. Este
cambio ha influido en los fieles hasta el punto de que muchos de ellos han
dejado simplemente de usarlos. A pesar de ello, el misal sigue siendo de ayuda
para los sordos y para aquellas situaciones particulares en las que la
proclamación de los textos es incomprensible.
La
mayoría de los católicos se ha dado cuenta de que el movimiento litúrgico del
siglo XX ha luchado por la reforma de la liturgia. Pocos han apreciado el hecho
de que, cuando la Sacrosanctum Concilium (SC) ha invocado la reforma de la
liturgia, lo hizo pidiendo que la reforma fuese acompañada de la promoción del
culto litúrgico (cf. n. 1). Con este objetivo, era necesario que la liturgia
comunicara efectivamente lo que celebra, para que las mentes y los corazones de
quienes toman parte en ella fuesen capaces de articular lo que era promovido.
Esta hermenéutica sustenta la directiva de SC 11: “los pastores de almas deben
vigilar para que en la acción litúrgica no sólo se observen las leyes relativas
a la celebración válida y lícita, sino también para que los fieles participen
en ella consciente, activa y fructuosamente”.
Después
del Vaticano II, los pequeños misales perdieron mucho de su papel en la
promoción de la vida litúrgica, dado que los fieles aprendieron las partes de
la celebración que les correspondían y a recitarlas juntos “de forma
comunitaria” (SC 21). Las lecturas son proclamadas ahora en voz alta y con el
apoyo de sistemas de amplificación, desde un ambón dirigido hacia la asamblea.
Muchos de quienes seguían antes los textos sobre los misales, se convirtieron
en los pioneros del n. 29 de SC, porque, siendo ahora lectores, han descubierto
una nueva y “sincera piedad”, al encontrarse ejerciendo una verdadera función
litúrgica. El clero, animado por SC 24, ha comenzado a predicar de un modo
ideal sobre la Escritura proclamada, con el resultado que desde los sermones se
ha pasado a las homilías, arraigadas en la predicación litúrgica y destinadas a
hacer accesible la palabra de Dios proclamada. En consecuencia, en la medida en
que se hacían familiares con los ritos, los fieles necesitaban cada vez menos
leer material de apoyo, que les diese indicaciones estructurales. Ellos habían
mayormente dejado de lado los misales. Irónicamente, sin embargo, el uso de
misales y de folletos va a volver a empezar, pues las parroquias deberán pronto
utilizar las nuevas traducciones de la tercera edición del Misal Romano.
Es
desalentador que muchas parroquias se hayan servido durante tantos años de
folletos preparados de semana en semana. El desorden generado por ellos no sólo
disminuye fuertemente el valor de un espacio armónico de recogimiento dentro
del edificio sagrado; sino que ellos mismos se presentan a menudo mal
redactados. Algunos editores de folletos añaden estrofas de cantos del todo
irrelevantes respecto a los textos litúrgicos. La confianza depositada en estos
cantos ha ayudado ciertamente a evitar enfrentarse con el reto, que se presenta
de forma muy intensa, respecto al hecho de que hoy se canta de todo, pero se
han perdido o descartado textos de las antífonas de entrada y de comunión.
Además, la dignidad reconocida a las Escrituras no se valora de hecho cuando la
asamblea gira la página del folleto, quizás a medias de la segunda lectura.
Queda
por ver si la renovación en la publicación de los misales para la “forma
ordinaria”, a la luz de las próximas traducciones nuevas, inaugurará un nuevo
interés hacia un uso difundido de ellos a largo plazo. Lo que es cierto es que
estas publicaciones necesitan empaparse del espíritu de la liturgia y promover
la conformidad con lo que la Iglesia pide de nosotros, en esta renovada oportunidad
para una auténtica catequesis sobre la Misa, ofrecida por las sugerencias
procedentes de las nuevas traducciones. Para que los fieles sean reconducidos a
una verdadera “plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas”(SC
14), es necesario aquellos a quienes se han confiado las mejoras del nuevo
Misal “aprendan al mismo tiempo a observar las leyes litúrgicas”(SC 17).
Entonces, los misales pequeños y cualquier otro material suplementario,
resplandecerá como faro de unidad, es decir, de una liturgia celebrada,
fielmente reformada y promovida de tal forma que se enseñe “tanto bajo el
aspecto teológico e histórico como bajo el aspecto espiritual, pastoral y
jurídico”(SC 16).
(OFICINA PARA LAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS DEL SUMO PONTÍFICE, Marzo 2011)
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