La
muerte de Herodes fue acompañada de un episodio particularmente dramático,
destinado a dejar constancia del instinto criminal del rey. Según cuenta Flavio
Josefo, una cláusula del testamento real consistía en que, para comunicar
oficialmente al pueblo su muerte, se convocara en el estadio de Jerusalén a los
principales del país, y que allí mismo irrumpieran los soldados y mataran a los
invitados. Así, la muerte del tirano no sería objeto de alegría, sino día
obligado de luto para todo el país.
Herodes
murió en su palacio de invierno de Jericó. De acuerdo con su testamento, fue
llevado a Belén y sepultado solemnemente en su fortaleza-palacio llamada
Herodium; pero la cláusula que obligaba a la matanza en el estadio afortunadamente
no fue cumplida.
El
reino quedaba dividido entre tres de sus hijos: Arquelao, que se llevaba la
mejor parte con Judea y Samaría; Herodes Antipas, a quien correspondían Galilea
y la Perea; y Filipo, que se quedaba con las regiones de la Gaulanítide, Traconítide,
Batanea y Auranítide. Además, Salomé, hermana de Herodes, recibió en posesión
los enclaves de Yamnia y Azoto en la costa mediterránea, así como de Fasael en
el valle del Jordán. Otros territorios, como las ciudades de Hipos y Gadara con
sus distritos, pasaron a engrosar la comarca de la Decápolis, a la que en su
día pertenecieron, y, por tanto, a depender directamente de la provincia
imperial de Siria. También Gaza, en la costa mediterránea, al sur, pasó a
depender del gobernador de la citada provincia.
Arquelao,
que llevaba el título honorífico de etnarca, era un hombre despótico como su
padre, y fue recibido muy negativamente por el pueblo. El evangelio participa
también en esta postura hostil hacia el nuevo monarca (Mt 2, 22). La situación
llegó a ser tan conflictiva, que se hizo precisa la intervención de las tropas
romanas, para lo cual el gobernador de Siria, Quintilio Varo, se puso al frente
de tres legiones, probablemente la VI Ferrata, la X Fretensis y la XII
Fulminata, y penetró en Judea, consiguiendo al fin, tras no pocos esfuerzos, devolver
la paz al país. Por su parte, una legación de notables judíos, que había sido
enviada a Roma, consiguió que el emperador depusiera al nuevo monarca, el cual
precisamente acudía entonces a la capital del imperio para recibir oficialmente
la confirmación de su título real. Era el año 6 d. C. Es posible que una de las
parábolas evangélicas esté precisamente inspirada en ese hecho (Lc 19, 12-14). En
consecuencia, la tetrarquía de Arquelao pasó a ser administrada directamente
por Roma, que envió de gobernador a un caballero romano de la clase media,
llamado Coponio, con el título de procurador, o tal vez de prefecto.
Herodes
Antipas, que llevaba el título de tetrarca (a diferencia de su padre que era
monarca, él tenía un poder compartido), era un hombre insidioso y débil,
adulador y hábil como su padre, pero sin la grandeza de él. Sus buenas
relaciones con Roma, principalmente con el nuevo emperador Tiberio, que veía en
él un delator y un confidente capaz de informarle de la situación general,
pero, sobre todo, del proceder de los magistrados romanos en aquella zona de
oriente, constituyó una pesada y molesta carga para todos los gobernadores. De
ahí la tensa situación entre Herodes y Pilato, a la que alude el evangelio (Lc
23, 12). Esta extraña relación entre el emperador y el tetrarca encaja bien con
la suspicacia y resentimiento de Tiberio. Por otra parte, Herodes Antipas en su
inmoderado afán de adulación levantó una nueva ciudad, convertida en capital de
su reino, a - la que dio el nombre del emperador . Se llama, puesto que aún
subsiste, Tiberias o Tiberíades, y de ella tomó su nombre el lago en cuya
orilla se encuentra, lago que iba a convertirse en escenario principal de la
predicación de Jesús. También erigió otra ciudad llamada Livias en honor de la
madre de Tiberio, la intrigante Livia, esposa que fue de Augusto.
Hombre
de instintos no controlados, acabó creando problemas muy graves para Roma. Su
ilícita y caprichosa unión con Herodías, mujer de su otro hermano Herodes
Filipo (distinto del tetrarca), no sólo le condujo a ordenar la prisión y muerte
de Juan Bautista, el profeta admirado por el pueblo, que en su predicación
recriminaba el incesto de Antipas, según se narra con gran detención en los
evangelios (Mt 14, 1-12; Mc 6, 14-29; y Lc 9, 7-9), sino que le llevó a un
peligroso conflicto político con Aretas IV, el rey de los nabateos. En efecto,
la mujer legítima de Herodes Antipas era la hija del rey nabateo y, viéndose
despechada por su marido, aprovechó su estancia en el palacio de Maqueronte,
cercano al territorio nabateo, para huir hacia su padre y contarle la
situación. Este, ofendido, declaró la guerra al tetrarca. Como los caprichos de
Antipas eran órdenes en Roma, el emperador mandó al gobernador de la provincia
de Siria, el legado pro-pretor L. Vitelio, que acu-diera con sus legiones y
penetrara a través del desierto hasta Petra, la capital nabatea, para castigar
al rey Aretas. Vitelio, de muy mala gana, se puso al frente de dos legiones y
atravesó con toda la vistosidad de su ejército los territorios de la tetrarquía
de Antipas, lo que llenó de satisfacción a éste, al poder mostrar a sus súbditos
que nadie osaba resistir a sus caprichos.
La
penosa marcha de las tropas hacia Petra fue intencionadamente lenta, y el
gobernador, que se hallaba en Jerusalén con motivo de la pascua, al fin tuvo
tanta suerte, que recibió la noticia de la muerte de Tiberio antes de que su
ejército penetrara en el Sik, la impresionante garganta entre montañas que conduce
a la capital nabatea. Vitelio dio orden de retroceder y suspender la
expedición, retirándose de nuevo a Siria con sus tropas. A partir de entonces,
cambiaron las tornas. Los informes de los gobernadores romanos empezaron a
tener mayor peso en Roma que las confidencias del reyezuelo. Al final, Herodes
Antipas acabó destituido y desterrado a las Galias, adonde fue con él su fiel
compañera Herodías. Era el año 39 d. C. Los gobernadores romanos de la región
respiraron.
Los
evangelios ponen en la boca de Jesús el calificativo de «zorro» referido al
tetrarca (Lc 13, 32). Por su carácter supersticioso y una cierta inclinación a
lo sobrenatural que ya había demostrado con Juan (Mc 6, 20), se interesó y
siguió a distancia la trayectoria de Jesús (Mt 14, 1-2; Mc 6, 14-16; Lc 9, 7-9;
13, 31). Al final, el Maestro se vio acusado ante su tribunal en unas
circunstancias extrañas, pues no se hallaba entonces bajo su jurisdicción
territorial. La reacción de Herodes Antipas es muy significativa: tenía interés
por presenciar algún milagro, y, al no ser atendido por Jesús, le hizo objeto
de burla y desprecio, pero no le condenó (Lc 23, 8-11).
El
tercero de los tetrarcas era Filipo, del que sabemos muy poco. Duró en su
puesto hasta su muerte, acaecida en el 34 d. C. En el evangelio no sale su
nombre más que como referencia histórica (Lc 3, 1), o al aludir a la ciudad de
Cesárea, capital de su tetrarquía (Mt 16, 13; y Me 8, 27).
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