LA MUERTE DE HERODES Y LAS CIRCUNSTANCIAS QUE LO RODEARON

martes, 3 de febrero de 2015

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La muerte de Herodes fue acompañada de un episodio particularmente dramático, destinado a dejar constancia del instinto criminal del rey. Según cuenta Flavio Josefo, una cláusula del testamento real consistía en que, para comunicar oficialmente al pueblo su muerte, se convocara en el estadio de Jerusalén a los principales del país, y que allí mismo irrumpieran los soldados y mataran a los invitados. Así, la muerte del tirano no sería objeto de alegría, sino día obligado de luto para todo el país.

Herodes murió en su palacio de invierno de Jericó. De acuerdo con su testamento, fue llevado a Belén y sepultado solemnemente en su fortaleza-palacio llamada Herodium; pero la cláusula que obligaba a la matanza en el estadio afortunadamente no fue cumplida.

El reino quedaba dividido entre tres de sus hijos: Arquelao, que se llevaba la mejor parte con Judea y Samaría; Herodes Antipas, a quien correspondían Galilea y la Perea; y Filipo, que se quedaba con las regiones de la Gaulanítide, Traconítide, Batanea y Auranítide. Además, Salomé, hermana de Herodes, recibió en posesión los enclaves de Yamnia y Azoto en la costa mediterránea, así como de Fasael en el valle del Jordán. Otros territorios, como las ciudades de Hipos y Gadara con sus distritos, pasaron a engrosar la comarca de la Decápolis, a la que en su día pertenecieron, y, por tanto, a depender directamente de la provincia imperial de Siria. También Gaza, en la costa mediterránea, al sur, pasó a depender del gobernador de la citada provincia.

Arquelao, que llevaba el título honorífico de etnarca, era un hombre despótico como su padre, y fue recibido muy negativamente por el pueblo. El evangelio participa también en esta postura hostil hacia el nuevo monarca (Mt 2, 22). La situación llegó a ser tan conflictiva, que se hizo precisa la intervención de las tropas romanas, para lo cual el gobernador de Siria, Quintilio Varo, se puso al frente de tres legiones, probablemente la VI Ferrata, la X Fretensis y la XII Fulminata, y penetró en Judea, consiguiendo al fin, tras no pocos esfuerzos, devolver la paz al país. Por su parte, una legación de notables judíos, que había sido enviada a Roma, consiguió que el emperador depusiera al nuevo monarca, el cual precisamente acudía entonces a la capital del imperio para recibir oficialmente la confirmación de su título real. Era el año 6 d. C. Es posible que una de las parábolas evangélicas esté precisamente inspirada en ese hecho (Lc 19, 12-14). En consecuencia, la tetrarquía de Arquelao pasó a ser administrada directamente por Roma, que envió de gobernador a un caballero romano de la clase media, llamado Coponio, con el título de procurador, o tal vez de prefecto.

Herodes Antipas, que llevaba el título de tetrarca (a diferencia de su padre que era monarca, él tenía un poder compartido), era un hombre insidioso y débil, adulador y hábil como su padre, pero sin la grandeza de él. Sus buenas relaciones con Roma, principalmente con el nuevo emperador Tiberio, que veía en él un delator y un confidente capaz de informarle de la situación general, pero, sobre todo, del proceder de los magistrados romanos en aquella zona de oriente, constituyó una pesada y molesta carga para todos los gobernadores. De ahí la tensa situación entre Herodes y Pilato, a la que alude el evangelio (Lc 23, 12). Esta extraña relación entre el emperador y el tetrarca encaja bien con la suspicacia y resentimiento de Tiberio. Por otra parte, Herodes Antipas en su inmoderado afán de adulación levantó una nueva ciudad, convertida en capital de su reino, a - la que dio el nombre del emperador . Se llama, puesto que aún subsiste, Tiberias o Tiberíades, y de ella tomó su nombre el lago en cuya orilla se encuentra, lago que iba a convertirse en escenario principal de la predicación de Jesús. También erigió otra ciudad llamada Livias en honor de la madre de Tiberio, la intrigante Livia, esposa que fue de Augusto.
Hombre de instintos no controlados, acabó creando problemas muy graves para Roma. Su ilícita y caprichosa unión con Herodías, mujer de su otro hermano Herodes Filipo (distinto del tetrarca), no sólo le condujo a ordenar la prisión y muerte de Juan Bautista, el profeta admirado por el pueblo, que en su predicación recriminaba el incesto de Antipas, según se narra con gran detención en los evangelios (Mt 14, 1-12; Mc 6, 14-29; y Lc 9, 7-9), sino que le llevó a un peligroso conflicto político con Aretas IV, el rey de los nabateos. En efecto, la mujer legítima de Herodes Antipas era la hija del rey nabateo y, viéndose despechada por su marido, aprovechó su estancia en el palacio de Maqueronte, cercano al territorio nabateo, para huir hacia su padre y contarle la situación. Este, ofendido, declaró la guerra al tetrarca. Como los caprichos de Antipas eran órdenes en Roma, el emperador mandó al gobernador de la provincia de Siria, el legado pro-pretor L. Vitelio, que acu-diera con sus legiones y penetrara a través del desierto hasta Petra, la capital nabatea, para castigar al rey Aretas. Vitelio, de muy mala gana, se puso al frente de dos legiones y atravesó con toda la vistosidad de su ejército los territorios de la tetrarquía de Antipas, lo que llenó de satisfacción a éste, al poder mostrar a sus súbditos que nadie osaba resistir a sus caprichos.

La penosa marcha de las tropas hacia Petra fue intencionadamente lenta, y el gobernador, que se hallaba en Jerusalén con motivo de la pascua, al fin tuvo tanta suerte, que recibió la noticia de la muerte de Tiberio antes de que su ejército penetrara en el Sik, la impresionante garganta entre montañas que conduce a la capital nabatea. Vitelio dio orden de retroceder y suspender la expedición, retirándose de nuevo a Siria con sus tropas. A partir de entonces, cambiaron las tornas. Los informes de los gobernadores romanos empezaron a tener mayor peso en Roma que las confidencias del reyezuelo. Al final, Herodes Antipas acabó destituido y desterrado a las Galias, adonde fue con él su fiel compañera Herodías. Era el año 39 d. C. Los gobernadores romanos de la región respiraron.

Los evangelios ponen en la boca de Jesús el calificativo de «zorro» referido al tetrarca (Lc 13, 32). Por su carácter supersticioso y una cierta inclinación a lo sobrenatural que ya había demostrado con Juan (Mc 6, 20), se interesó y siguió a distancia la trayectoria de Jesús (Mt 14, 1-2; Mc 6, 14-16; Lc 9, 7-9; 13, 31). Al final, el Maestro se vio acusado ante su tribunal en unas circunstancias extrañas, pues no se hallaba entonces bajo su jurisdicción territorial. La reacción de Herodes Antipas es muy significativa: tenía interés por presenciar algún milagro, y, al no ser atendido por Jesús, le hizo objeto de burla y desprecio, pero no le condenó (Lc 23, 8-11).


El tercero de los tetrarcas era Filipo, del que sabemos muy poco. Duró en su puesto hasta su muerte, acaecida en el 34 d. C. En el evangelio no sale su nombre más que como referencia histórica (Lc 3, 1), o al aludir a la ciudad de Cesárea, capital de su tetrarquía (Mt 16, 13; y Me 8, 27).
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