Esta
semana el pasaje de Mc 9,30-37 nos relata el anuncio de la segunda Pasión y Resurrección
(Mc 9.30-32) y la enseñanza de Jesús sobre quién es el más grande en el Reino
de los cielos (Mc 9,33-37).
El
primer anuncio habla del rechazo por parte de los jefes religiosos, el segundo acentúa
el hecho de que el "hijo del hombre es entregado en manos humanas"
(el tercero, más completo, añadirá también su condenación a muerte y entrega a
los paganos).
El
comentario de Johan Konings en su libro “El
Espíritu y mensaje de la liturgia
dominical ciclo B” es bien claro y preciso:
“La
lección de humildad (Mc 9, 33-37) complementa, por tanto y muy adecuadamente,
el tema de la pasión de Jesús, que no es, como ciertas lecturas espirituales
hacen pensar, un destilado de la trágica realidad de la cruz, una
transformación del héroe que sigue su camino hasta la muerte en actitud
"sensata" y modesta, la grandeza de la cruz narrada con lujo de
detalles y aplicada a la vida cotidiana del cristiano que se comporta bien...
La
humildad no es la virtud del miedoso, es decir, la carencia transformada en
virtud. Es la opción por el camino de Cristo, el camino de la obediencia hasta
la muerte por amor, contrariamente al orgullo, que lleva a la muerte absurda.
Santiago atribuye toda clase de males al orgullo y a la ambición: y no sin razón:
pues, ¿no es la competitividad una forma de envidia que lleva a los hombres a
desarticular siempre más su propia sociedad? En donde cada uno quiere más de lo
que tienen los otros, necesariamente va a faltar, al principio para algunos y
al final para todos.
El
ejemplo de Cristo nos enseña a elegir heroicamente el camino opuesto. Mirar a
los demás, sí, pero no para ver cómo sobrepasarlos, sino para ver cómo
servirles mejor. Ser grande es ser siervo de todos. Hasta el más pequeño de los
hombres merece ser acogido como si fuera el Señor. Jesús pone como ejemplo la
acogida a un niño. Nosotros creemos que eso es fácil. ¿A quién no le gustan los
niños? Respondo con dos observaciones: 1) en tiempo de Jesús (y en toda la
antigüedad y edad media) el niño tenía muy poco valor a los ojos de la sociedad
(solo interesaba a los padres y familiares); 2) ¿hoy, realmente, son
bienvenidos todos los niños?
Conclusión:
para realizar el camino de Jesús día por día, se impone la humilde dedicación a
los más insignificantes de nuestros hermanos. El servicio humilde no es aquella
falsa humildad que es el orgullo de quien no quiere nada de nada. Es la orientación
de nuestra vida por el camino de la donación total, del "perderse para
realizarse" (cf domingo pasado).
La
última frase del evangelio establece una relación muy significativa: quien
acoge a un niño en nombre de Jesús (es decir, porque Jesús lo enseñó), acoge a
Jesús (como maestro, pues sigue su enseñanza). Y quien acoge a Jesús (el
enviado), acoge a quien lo envió (Dios). Estamos a pocos pasos de la parábola
del juicio final de Mt 25, 31-46, en donde el rey y juez dice: "Lo que
hicisteis al mínimo de mis hermanos, a mí lo hicisteis". El servicio
humilde al último de los hombres es el criterio decisivo del ser cristiano (el
obrar en nombre de Cristo), pero también de toda la salvación”.
El
“más importante” (μείζων gr. meízon) es aquel que se hace el más pequeño de
todos, aquel que sirve, el que es como “niño” (παιδίον gr. paidíon) en cuanto a
inocencia.
El
mundo se encuentra convulsionado por unos cuantos ricos que creen ser los más
importantes y que viven muchas veces oprimiendo al pobre. No se han dado cuenta
que el mundo gira no para unos cuantos sino para todos. El sol sale siempre
para todos.
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