La presencia de la Virgen María en la liturgia se ha ido
desarrollando a partir de la utilización de los textos marianos
neotestamentarios en la hemolítica primitiva y de su inserción como parte
integrante en las profesiones de fe. Uno de tales casos es el Magníficat (Lc
1,46-55), el cántico de la iglesia apostólica. Esta “lectura
del magníficat hace suponer que desde el principio la memoria de la
Virgen en la celebración del misterio de Cristo es a un tiempo objetiva y
subjetiva, esto es, recuerda a María como asociada a Cristo y como modelo para
la iglesia: la iglesia hace memoria de María junto a Cristo y al mismo tiempo
se reconoce en los sentimientos de oración de la Madre de Jesús.
Nos complace subrayar que unos de los
primerísimos textos litúrgicos que recuerdan a María, de entre los que han
llegado hasta nosotros, está en relación con la celebración de la pascua: se encuentra en la homilía Sobre la pascua, de
Melitón de Sardes, que se remontan a la segunda mitad del s.II. En la parte central de la homilía, que
presenta a Cristo como pascua de nuestra salvación, hay una triple referencia a
la Virgen: “Él vino de los cielos a la tierra a causa de los sufrimientos
humanos; se revistió de la naturaleza humana en el vientre virginal de la
Virgen y apareció como hombre… Éste es el que se encarnó en la Virgen… Él es el
cordero que enmudecía y que fue inmolado; el mismo que nació de María, cordera sin mancha”. Las tres
referencias quieren subrayar la verdad de la encarnación en el seno de la Virgen. El título
de “cordera sin mancha” atribuido a María, un poco chocante a primera vista, se
torna elocuente si lo relacionamos con el título de Cristo “cordero sin tacha
ni defecto” (1 Pe 1,19) e indica probablemente la virginidad de María, título
que entra en la tradición litúrgica y que se conserva aún hoy en la
litúrgica bizantina del viernes santo.
En la primordial fiesta cristiana, la pascua, encontramos, por
consiguiente, el primer recuerdo de la Virgen, Madre de aquel que es el Cordero sin mancha y la pascua de
nuestra salvación. Encontramos otras dos referencias, incluidas en el texto de
la plegaria eucarística y de la profesión de fe bautismal, que se nos han
conservado en la Tradición apostólica de Hipólito de Roma. El texto se remota a
la primera mitad del s. III, pero transmite formularios litúrgicos más
antiguos. En la plegaria eucarística se habla del verbo “que (tú, oh Padre) has
mandado del cielo al seno de una Virgen y ha sido concebido, se ha encarnado y
se ha manifestado como Hijo tuyo, nacido del Espíritu Santo y de la Virgen”.
Esta mención de la encarnación tendrá éxito en las plegarias eucarísticas
posteriores hasta el punto de llegar a ser unas de las memorias más acreditadas
y constantes de la Virgen en el mismo corazón de la celebración eucarística.
También la profesión de fe bautismal recuerda la encarnación con estas
palabras: “¿Crees en Cristo Jesús, Hijo de Dios, que ha nacido por obra del Espíritu
Santo de la Virgen María…?. También en este caso la mención de la encarnación,
misterio central de la fe en aquellos primeros siglos que debían combatir
contra las tendencias gnósticas, está unida al recuerdo de la Virgen Madre. La
extensión de la presencia de María en la liturgia, especialmente en lo que
respecta al ciclo temporal y al ciclo santoral del año litúrgico, obedece a las
leyes del progreso histórico de la liturgia; pero tiene características propias
que no se pueden atribuir superficialmente
a las leyes que regulan; por ejemplo, el desarrollo del culto de los
mártires y de los santos. Como punto de partida se toma generalmente la fecha
del concilio de Efeso (431), que proclamó a María Madre de Dios: a partir de
este acontecimiento tendrá lugar una
verdadera y propia explosión de culto mariano, que influirá a todos los niveles
sobre la liturgia, especialmente en la creación de muchas fiestas marianas y en
el desarrollo de la himnografía cultural. Pero entre los ss. II-IV podemos
encontrar ya algunos factores que preparan el desarrollo posterior. Aunque
bajos ciertos aspectos los datos permanecen oscuros, hallazgos recientes de la
arqueología en palestina y testimonios de una teología allí floreciente hacen
suponer la existencia de una primitiva veneración de la Virgen, Madre del
Mesías, por parte de los judeo- cristianos en lugares como Nazaret o junto a la
cueva de Belén, donde nació el Salvador. En este ambiente florecen con fines
apologéticos textos apócrifos ricos en detalles sobre la vida de María:
pensamos en el Protoevangelio de Santiago o en la narración apócrifa del
Transitus glorioso. Tampoco faltan composiciones poéticas, alusivas a la
admirable maternidad de María, que parecen pertenecer al uso litúrgico, como
algunos pasajes de las Odas de Salomón o los oráculos sibilinos. (Continuará en
la próxima parte).
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