El texto de Mateo en su capítulo
8,28-34 nos habla que Jesús llega a la “región de los gadarenos” (Γαδαρηνός) es
decir a Gadara cuya identificación correcta parece ser la de las ruinas de
Kersa situadas al sur de la ribera oriental del mar de Galilea, frente a
Magdala, a 8 km, del lugar donde el Jordán
se precipita al lago, en dicha región el Señor realiza un milagro poco usual ya
que muchos perdieron la oportunidad de estar con Jesús, de pregustar la
divinidad.
El Señor se encuentra a 2 demonios que
salían del sepulcro muy furiosos, estos al ver a Jesús lo reconocieron y Jesús
los expulsa de estos hombres (En Marcos 5,1-20 y Lucas 8,26-39 solamente es
uno) a una piara de cerdos que se arrojaron precipicio abajo y perecieron en
las aguas. A los judíos les estaba
prohibido por la ley comer carne de cerdo (Lv 11,7-8), pero las normas rabínicas
les prohibían incluso criar a estos animales. Tan impuro fue considerado que
los rabinos lo llamaban “letrina móvil”. Sin embargo, la existencia de una gran
piara de cerdos en esta región del lago no es nada raro, tratándose de una zona
predominantemente pagana.
El relato en su parte final dice que
los porqueros al ver lo sucedido fueron “a
la ciudad y lo contaron todo” (Mt 8,33) y luego dice “y también lo de los
endemoniados”. Nótese que primeramente contaron la muerte de los cerdos y por
ultimo lo de los endemoniados, es decir les importaba más sus posesiones que el
milagro realizado por Jesús.
Hoy ocurre también a muchos de
nosotros lo mismo, nos importa mucho más lo material que lo espiritual. El
verdadero estado de las cosas es completamente al contrario ya que muchos
tienen sus proyectos para ser felices y demasiado a menudo miran a Dios simplemente como alguien que les ayudará a llevarlos a cabo.
Los gentiles dice el texto que le “rogaron
a Jesús que se retirase de su territorio” (Mt 8,34). La palabra “retirarse” traduce del griego μεταβαίνω por “metabaíno” meta que significa cambio y
baíno por pasar. Mateo utiliza la misma
palabra en su evangelio por lo menos 4 veces (11,1; 12,9; 15,29; 17,20).
Al igual que estas personas no somos
capaces muchas veces de ver lo que Dios hace en nuestras vidas y en la de los otros. Nos encerramos en
nosotros mismos donde solamente importa lo que me suceda.
El Señor no descansa, siempre vela por
nosotros, y así como quiere que le adoremos y estemos muy pendientes de
discernir su tiempo, también quiere que amemos al hermano ya que en él también
obra prodigios y milagros. No perdamos nunca la oportunidad de estar en la presencia
divina del Señor.
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