El
texto que vamos a estudiar (Lc 16,1-13) es la
parábola del administrador astuto (16,1-8) con su aplicaciones a la vida
(16,9-13). El origen de la parábola
proviene de la fuente “L” y solamente el v. 13 tiene paralelismo
con Mt 6,24
La
parábola se inicia con “un hombre rico que tenía un mayordomo, el
cual fue acusado ante él de que malbarataba su hacienda. Y habiéndole llamado,
le dijo: ¿Qué es eso que me cuentan de ti? Ríndeme cuentas de tu
administración, porque no podrás en adelante seguir de mayordomo. Dijo para sí el
mayordomo: ¿Qué voy a hacer, ya que mi amo me quita la mayordomía? ¿Cavar? No
puedo. ¿Mendigar? Me da vergüenza. Ya sé qué haré para que, cuando sea removido de la mayordomía, me
reciban en sus casas. Y llamando uno por uno a los deudores de su amo, decía al
primero: ¿Cuánto debes a mi amo? Él
dijo: Cien batos de aceite. Él le dijo: Toma tu factura y siéntate al punto y
escribe: Cincuenta. Luego dijo a otro: ¿Y tú cuántos debes? El dijo: Cien coros
de trigo. Dícele: Toma tu factura y escribe: Ochenta. Y alabó el amo al
mayordomo infiel, porque había obrado sagazmente; porque los hijos de este
siglo son más sagaces que los hijos de la luz en el trato con sus semejantes.(Lc
16,1-8). El cuadro de esta parábola está
hecha sobre la experiencia de las grandes haciendas en la Palestina de aquel
tiempo, pero que es una experiencia común en todas partes, que el administrador
astuto se aproveche de su empleo.
Los
propietarios ricos solían contratar los servicios de un administrador (aunque
con frecuencia recurrían a un esclavo nacido en la familia), que tenía
autoridad para arrendar la propiedad, hacer préstamos y liquidar deudas en
nombre del dueño. Según Bruce Malina “a estos agentes se les pagaba
generalmente en forma de comisión o cuota por cada transacción que llevaban a
cabo. Aunque en los contratos de préstamos eran normales las «señales de
agradecimiento» bajo cuerda, el precio y el interés tenían que quedar
reflejados en un contrato público y ser aprobados por ambas partes. No hay nada
que justifique la frecuente idea, basada en este texto, de que un agente podía
exigir como comisión el 50 por ciento del valor del contrato. Si éste hubiera
sido el caso, el propietario pronto se habría enterado del malestar de los
campesinos y habría evitado cualquier ulterior relación entre agente y deudores
en los términos que aquél pretendía. De otro modo, si el propietario lo consentía,
se habría visto implicado en la extorsión. No es éste el caso de nuestra
historia”1.
El
mayordomo iba llamando uno por uno a los
deudores de su amo y el primero le dijo que le debía “cien batos” de
aceite y el segundo “cien coros” de
trigo. El trigo y el aceite eran los
principales productos de la tierra en Palestina. Cien medidas (bat, en el texto
original) de aceite eran la cosecha de 140-160 olivos, una cantidad de unos 365
litros. Cien medidas (cor) de trigo se pueden cosechar poco más o menos en 42
hectáreas de tierra, es decir, unos 360 hectolitros. Al primero le rebaja el
administrador el 50 % de la deuda, al segundo el 20 %. En cuanto al valor, la
suma es bastante parecida, unos 500 denarios. El denario de plata era el jornal
ordinario de un trabajador del campo (Mt 20,2-13).
Al
final de la parábola el mayordomo es alabado por su sagacidad. “El objeto de la
alabanza no es la taimada pillería y la desvergüenza del estafador, sino la
audacia y la resolución con que se saca partido del presente con vistas al
futuro; no lo es el fraude en cuanto "tal, sino la ponderada previsión
para el futuro, mientras todavía hay tiempo. Al administrador se le llama
administrador «infiel», administrador fraudulento, injusto, sin conciencia. Las
parábolas tratan de despertar la atención, de forzar a plantearse problemas. Es
sensato el discípulo que cuenta con que el Señor ha de venir y ha de pedir
cuentas (12,42-46), el que no vive sencillamente al día, sino que conoce el
imperativo del momento, el que procede con valor y decisión a fin de poder
triunfar al fin, el que perdona a fin de poderse asegurar el porvenir. La
parábola es un llamamiento escatológico: sé prevenido, y en esta última hora
piensa en tu futuro del tiempo final”2.
En
la segunda parte de la parábola (16,9-13) se añaden tres aplicaciones
concretas. Estas adiciones quizás se deban a que las comunidades a las que se
les trasmitió la parábola no estaban familiarizadas con la situación planteada.
La
primera aplicación (Lc 16,9) nos dice: “granjeaos amigos con esa riqueza de
iniquidad, para que, cuando os venga a faltar, os reciban en las moradas
eternas”. Esta aplicación se trata del uso que un creyente debería hacer de
su dinero o de sus bienes materiales en general. El dinero es llamado aquí
“mamoná” de la iniquidad. Jesús nos advierte que hay que saber emplear
provechosamente los bienes materiales que tengamos. Algún día llegarán a
faltarnos, porque moriremos, entonces, ¿nos habrán servido de algo para la
eternidad? Para que sirvan para este fin, hay que emplearlas ayudando a los
pobres (cf. 12,33). Decía un rabino que los ricos y los pobres se necesitan
mutuamente: “los ricos ayudan a los pobres en este mundo con sus riquezas, y
los pobres a los ricos en el mundo venidero”.
La
segunda aplicación (Lc 16,10-12) nos
habla de la fidelidad: “Quien es fiel en
lo mínimo, también en lo mucho es fiel; y quien en lo mínimo es infiel, también
en lo mucho es infiel. Si, pues, en las riquezas de iniquidad no fuisteis
fieles, ¿quién os confiará los verdaderos bienes? Y si en lo ajeno no fuisteis
fieles, ¿lo vuestro quién os lo entregará?”. Al
administrador se le exige que sea fiel (12,42; I Cor 4,2). El administrador de
la parábola no era fiel, sino injusto. Despilfarró los bienes que le había
confiado su señor y los utilizó para sus propios fines con perjuicio de su
dueño. El Señor no alaba la infidelidad del administrador, como si tal proceder
rufianesco fuera sensato. El que tiene posesiones no es en todo caso más que
administrador, puesto que el propietario de nuestros bienes es Dios. Los bienes
que nos han sido encomendados deben administrarse fielmente, conforme a la
voluntad de Dios.
La
tercera aplicación (Lc 16,13) no tiene que ver con la parábola, se sintetiza la
actitud general frente al dinero. Lucas la toma de la fuente “Q”. Dice el
texto: “Ningún criado puede servir a dos
amos; porque o bien al uno aborrecerá y al otro amará, o bien se entregará al
primero y tendrá en poco al segundo. No podéis servir a Dios y al dinero”.
El dinero, es personificado aquí como un
poder paralelo a Dios, capaz de esclavizar a los hombres. El verbo “servir”
(gr. duléuein”) denota el servicio de esclavo, puede significar también
“adorar”. El dinero puede convertirse en ídolo (cf. Col 3,5), en una divinidad
que exige su culto al hombre entero.
ACTUALIZACIÓN
El
hombre rico de la parábola es Dios nuestro señor, dueño de toda la tierra y de
todos los bienes que hay en ella, el hombre es solamente el administrador de
los bienes y como tal debe rendir
cuentas a Dios.
A
esta rendición de cuentas puede ser llamado en cualquier momento de su vida,
quizá cuando menos lo piense, por eso el Señor nos advierte “estén preparados,
porque el Hijo del Hombre vendrá en la hora menos pensada” (Mt 24,44).
En
la parábola se alaba la sagacidad del administrador, pero no para hacer el mal,
sino la “viveza”. Así debe ser el cristiano, debe ser sagaz para ganar almas
para Dios, así debe ser la Iglesia, debe ser viva en su función principal que
es evangelizar, se deben buscar nuevos métodos para llegar a las personas, se
debe dejar de ser una Iglesia solamente de sacramentos y pasar a ser una
Iglesia que busque a la oveja perdida, que ame al pecador pero que aborrezca el
pecado.
1.
Malina, Bruce, Los Evangelios Sinópticos, Verbo Divino 1996, Estella, pág. 284
2.
STORGER, Alois, El Evangelio Según San Lucas, Herder, Tomo1, cap 3. Herder,
Barcelona 1979, 1ra Edición, pág. 79
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