LA ASCENCIÓN DE JESÚS AL CIELO

martes, 15 de mayo de 2012

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En la liturgia de este domingo el apóstol Marcos nos presenta el relato de la Ascensión de Jesús (Mc 16,15-20).
El inicio del texto (Mc 16,15) es un hecho bastante alentador ya que aquellos a quienes poco antes se les había reprendido por su falta de fe (Mc 9,33-41; 10,13-16; 10,35-45; 14,26-31) ahora se les confía la predicación del evangelio al mundo entero.

El apóstol describe los efectos de la predicación: “El que crea y se bautice, se salvará” (16,16). También habla de las  cinco señales que acompañaran a los creyentes, las cuales muestran que tanto el poder como la vida de Jesús Resucitado son dados a quienes crean en su nombre. De las cinco señales del pasaje, solo dos (expulsar los demonios e imponer las manos a los enfermos y curarlos) son características del relato marcano del ministerio de Jesús (Mc 1,25-26; 3, 11-12.22; 7,32-33; 8,25).

En esta tercera aparición de Jesús y luego de haber instruido a sus apóstoles sobre la forma de establecer el Reino de Dios en el mundo, Jesús fue “elevado” (ἀναλαμβάνω “analambáno”) al cielo según (Mc16,19), “llevado” (ἀναφέρω “anaféro”) según (Lc 24,51) y “levantado”  (ἐπαίρω “epaíro”) según (Hch 1,9).

El Papa Benedicto XVI al referirse a la Solemnidad de la Ascensión del Señor en su homilía el 24 de mayo del 2009 dijo que: “En el Cristo elevado al cielo el ser humano ha entrado de modo inaudito y nuevo en la intimidad de Dios; el hombre encuentra, ya para siempre, espacio en Dios. La palabra “cielo” no indica un lugar sobre las estrellas, sino algo mucho más osado y sublime: indica a Cristo mismo, la Persona divina que acoge plenamente y para siempre a la humanidad, Aquel en quien Dios y el hombre están inseparablemente unidos para siempre. El estar el hombre en Dios es el cielo. Y nosotros nos acercamos al cielo, más aún, entramos en el cielo en la medida en que nos acercamos a Jesús y entramos en comunión con él. Por tanto, la solemnidad de la Ascensión nos invita a una comunión profunda con Jesús muerto y resucitado, invisiblemente presente en la vida de cada uno de nosotros.
La Ascensión de Cristo nos ayuda a reconocer y comprender la condición trascendente de la Iglesia, la cual no ha nacido ni vive para suplir la ausencia de su Señor "desaparecido", sino que, por el contrario, encuentra la razón de su ser y de su misión en la presencia permanente, aunque invisible, de Jesús, una presencia que actúa con la fuerza de su Espíritu. En otras palabras, podríamos decir que la Iglesia no desempeña la función de preparar la vuelta de un Jesús "ausente", sino que, por el contrario, vive y actúa para proclamar su "presencia gloriosa" de manera histórica y existencial. Desde el día de la Ascensión, toda comunidad cristiana avanza en su camino terreno hacia el cumplimiento de las promesas mesiánicas, alimentándose con la Palabra de Dios y con el Cuerpo y la Sangre de su Señor. Esta es la condición de la Iglesia nos lo recuerda el Concilio Vaticano II, mientras "prosigue su peregrinación en medio de las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, anunciando la cruz y la muerte del Señor hasta que vuelva" (Lumen gentium, 8)”.

Jesús subió a los cielos para ser nuestro Mediador ante el Padre. Allí está intercediendo por nosotros. Subió para rendir cuentas al Padre celestial de la gran obra que había acabado en la tierra.

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