Iniciamos
las presentes entregas comentando el “CREDO DE LOS APOSTOLES”. Desde su origen, la Iglesia apostólica expresó y transmitió su propia
fe en fórmulas breves y normativas para todos (cf. Rm 10,9; 1 Co 15,3-5; etc.). Pero muy pronto, la
Iglesia quiso también recoger lo esencial de su fe en resúmenes orgánicos y
articulados destinados sobre todo a los candidatos al bautismo.
El
Símbolo de los Apóstoles expresa la fe de las Iglesias cristianas. Aparece
alrededor de 170 después de Cristo. Sus diferentes versiones comienzan
invariablemente por una afirmación de fe, individual (Credo) o colectiva
(Credimus): creo, creemos. Ninguna contradicción: el bautizado cree en el
misterio de Cristo en tanto que miembro de la Iglesia, gracias a ella, a causa
de su testimonio; mucho antes, San Agustín, podía decir: sin la Iglesia, no
creería en el Evangelio”.
El Catecismo de la
Iglesia Católica nos dice lo siguiente:
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Se llama a estas síntesis de la fe "profesiones de fe" porque resumen
la fe que profesan los cristianos. Se les llama "Credo" por razón de
que en ellas la primera palabra es normalmente: "Creo". Se les
denomina igualmente "símbolos de la fe".
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La palabra griego symbolon significaba la mitad de un objeto partido (por
ejemplo, un sello) que se presentaba como una señal para darse a conocer. Las
partes rotas se ponían juntas para verificar la identidad del portador. El
"símbolo de la fe" es, pues, un signo de identificación y de comunión
entre los creyentes. Symbolon significa también recopilación, colección o
sumario. El "símbolo de la fe" es la recopilación de las principales
verdades de la fe. De ahí el hecho de que sirva de punto de referencia primero
y fundamental de la catequesis.
190 El Símbolo se divide,
por tanto, en tres partes: "primero habla de la primera Persona divina y
de la obra admirable de la creación; a continuación, de la segunda Persona
divina y del Misterio de la Redención de los hombres; finalmente, de la tercera
Persona divina, fuente y principio de nuestra santificación" (Catecismo
Romano, 1,1,3). Son "los tres capítulos de nuestro sello
(bautismal)" (San Ireneo de Lyon, Demonstratio
apostolicae praedicationis, 100).
CREO EN DIOS PADRE
En
primer lugar, la fe cristiana no consiste en saber de memoria unas verdades,
sino en relacionarse personalmente con Dios. Los cristianos no creemos «en
algo» sino «en Alguien». Dios no es una idea, sino una persona que viene a
nuestro encuentro y que quiere establecer una relación de amistad con los
hombres. De ahí la importancia de la oración, que es la manifestación más
profunda de la fe, así como su alimento. Creer en Dios significa confiar en Él,
escuchar su Palabra, aceptar sus enseñanzas, intentar vivir como Él nos pide.
La
Biblia dice que Dios ha tenido una paciencia infinita con los hombres, porque
nos ama como un padre a sus hijos. Ya antiguamente se manifestó de formas muy
variadas a aquellas personas de buena voluntad que buscaron sinceramente su
rostro y, poco a poco, se fue revelando. Esto era una preparación para su
manifestación definitiva. Finalmente, en Cristo se nos ha dado del todo. Los
cristianos creemos que «cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su
Hijo, nacido de una mujer» (Gal 4,4). En su infinita misericordia, Dios nos ha
hablado; y no por medio de mensajeros, sino por su Hijo, que se ha hecho uno de
nosotros y ha usado nuestro lenguaje para que podamos entenderle. Ha entrado en
nuestra historia y se ha dirigido a nosotros para explicarnos quién es Él, qué
espera de los hombres y quiénes somos nosotros mismos. El cristianismo surge
porque Dios ha hablado a los hombres. La fe es la respuesta de los hombres a
Dios que se revela.
El
Papa Benedicto XVI, al inicio de su encíclica sobre el amor, afirma con
rotundidad: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran
idea, sino por el encuentro con una Persona» (Deus Caritas Est, 1). Por lo
tanto, la fe surge del encuentro personal con Dios, de la experiencia de su
amor y de su perdón.
En
la cuarta catequesis bautismal san Cirilo de Jerusalén (pensando especialmente
en los gnósticos, en los maniqueos y en los arrianos) se expresa en lo que
llama él mismo un “breve resumen de los dogmas esenciales”: “Que nuestra alma
reciba primeramente el dogma fundamental que concierne a Dios, no hay más que un Dios, uno solo, sin
nacimiento, sin comienzo, sin cambio ni mutación. No ha sido engendrado por
otro, no existe otro ser para tomar la
sucesión de su vida. No ha comenzado a vivir en el tiempo, no existe, tampoco,
fecha en la que termine. Es a la vez bueno y justo. Aquel que hace las almas y
los cuerpos, el único autor del cielo y de la tierra. Autor de una multitud de
criaturas, pero Padre de uno solo antes de todos los siglos, de uno solo que es
Jesucristo, por quien hizo todas las cosas, las visibles y las invisibles”.
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