12 Aún tengo muchas cosas que
decirles, pero es demasiado para ustedes por ahora.
13 Y cuando venga él, el Espíritu de
la Verdad, los guiará en todos los caminos de la verdad. El no viene con un
mensaje propio, sino que les dirá lo que escuchó y les anunciará lo que ha de
venir.
14 El tomará de lo mío para
revelárselo a ustedes, y yo seré glorificado por él.
15 Todo lo que tiene el Padre es mío.
Por eso les he dicho que tomará de lo mío para revelárselo a ustedes.»
Con
relación a los discípulos, el Paráclito tiene la función de maestro (v. 12-15).
Jesús tendría aún muchas cosas que decir a los suyos, pero éstos no pueden
ahora recibirlas, no ciertamente porque la tristeza en que los ha sumido el
anuncio de la partida de Jesús los haga incapaces de aceptar con fruto otras
instrucciones, sino porque al presente no poseen aún suficiente madurez. Los
exegetas se preguntan si Jesús se refiere aquí a verdades todavía no
anunciadas, o si piensa más bien en un ulterior desarrollo de las que ya les ha
comunicado, y en una mayor penetración de ellas. Si se tiene presente lo dicho
en 15,15, se puede afirmar que esta última interpretación cuenta con las
mayores probabilidades.
Misión
del Paráclito será guiar a los discípulos a la conquista de la verdad íntegra y
total (cf. 14,26). Tal conquista implica la inteligencia de cada una de las
palabras y acciones de Jesús, cuyo sentido profundo ha escapado hasta ahora a
los discípulos, la inteligencia de la conformidad de su muerte con cuanto dice
la Escritura, y esto para rechazar el escándalo de la muerte de cruz (Lc
24,25-27); pero, sobre todo, la obra del Espíritu Santo procurara una
penetración más profunda de toda la obra redentora de Cristo y de su alcance
universal, tal como se muestra en las epístolas del NT. A él, pues, se debe el
que los discípulos se den cuenta de lo que la revelación de Jesús contiene. Que
éste es el sentido del v. 13a se ve por el v. 13b, donde se ofrece la prueba de
lo dicho anteriormente. Como en el caso de Jesús, tampoco el Paráclito habla
por iniciativa propia, sino que anuncia sólo lo que oye de Dios.
En
la predicación de la Iglesia, que se desarrolla con la asistencia del Espíritu,
sigue viviendo y obrando la palabra de Jesús, que en tal forma se comprende más
a fondo, se difunde más amplia-mente y se anuncia de acuerdo con la situación
de cada momento particular.
Entre
las cosas que el Paráclito anunciará, Jesús recuerda sólo las que han de
suceder. La mayor parte de los comentaristas piensan que con esto alude a las
profecías apocalípticas. No hay que olvidar, sin embargo, que las profecías
apocalípticas se refieren no al futuro en general, sino de manera especial al
fin del mundo actual y a los últimos acontecimientos (cf. Dan 8,17: «La visión
se refiere al fin de los tiempos»). Según esto, es mejor dar a la expresión, en
sí un poco vaga, un sentido más amplio, y entenderla como una promesa de que el
Paráclito concederá también el don de la profecía.
Se
repite, por último, expresamente que el Paráclito no traerá una revelación
nueva, que sobrepase, ni mucho menos que esté en contradicción con el mensaje
de Jesús, sino que la palabra de Jesús continúa viva en la predicación de la
Iglesia, asistida por el Espíritu. Así se realiza la glorificación de Jesús,
exactamente como en la obra de Jesús se realizó la glorificación del Padre. En
su enseñanza el Paráclito toma de la riqueza del Hijo, porque lo que enseña es
palabra de Dios; en efecto, lo que el Padre posee pertenece también al Hijo.
COMENTARIO1
El segundo pasaje del cap. 16 sobre
el Paráclito2, igual que su equivalente en 14,26 se refiere a su
misión como maestro de los discípulos.
El
v. 12 ofrece una transición a este aspecto de la obra del Paráclito. ¿Qué
quiere dar a entender Jesús cuando dice que aún tiene muchas cosas que
decirles, pero que no pueden con tanto ahora? ¿Significa esto que después de su
muerte habrá nuevas revelaciones? Algunos así lo han creído, hasta el punto de
que sobre la base de esta sentencia se ha construido una cierta tendencia
mística. Agustín juzgaba temerario investigar cuáles podrían ser esas cosas.
Los teólogos han utilizado este versículo para probar la tesis de que entre la
muerte de Jesús y la del último discípulo se dieron nuevas revelaciones. Los
teólogos católicos han visto en estas palabras una alusión a la continua
evolución del dogma durante toda la etapa de existencia de la Iglesia. Pero un
cotejo de estas palabras con 15,15, donde parecen excluirse nuevas revelaciones
(«os he comunicado cuanto he oído a mi Padre»), ha de hacernos muy cautelosos
al respecto. Lo más verosímil es que el v. 12 signifique que después de la
resurrección de Jesús se producirá la comprensión plena de todo lo dicho y
ocurrido durante el ministerio, tema frecuente en Juan (2,22; 12,16; 13,7).
Esta promesa de un conocimiento más profundo puede expresarse perfectamente en
términos de «tengo más cosas que deciros», ya que, actuando en y a través del
Paráclito, Jesús comunicará ese conocimiento. Es inverosímil que Juan pensase
en ulteriores revelaciones después del ministerio de Jesús, va que el mismo
Jesús es la revelación del Padre, la Palabra de Dios.
Llegamos
de este modo al v. 13 y al tema del Paráclito como guía de los discípulos hacia
la verdad plena, la comprensión del mensaje de Jesús. Algunos han querido
relacionar esta imagen del Paráclito con el papel del guía en las religiones
mistéricas paganas, pero habrá que pensar más bien en el trasfondo veterotestamentario.
Recordemos Sal 143,10: «Tu buen espíritu
me guiará por un sendero llano», y 25,4-5: «¡Oh Señor, enséñame tus senderos,
guíame en tu verdad!» En los LXX de Is 53,14 leemos: «Descendió el espíritu de
parte del Señor y los condujo por el camino.» Se objeta a veces que estos
pasajes del AT se refieren a una guía moral y no a un conocimiento más profundo de la revelación,
por lo que la imagen joánica del Paráclito como guía es muy distinta. Es obvio
que «espíritu», «camino» y «verdad» tienen en el pensamiento joánico un significado que
desborda la idea del AT.
El
v. 14 refuerza la impresión de que el Paráclito no aporta nuevas revelaciones,
pues recibe de Jesús lo que ha de interpretar a los discípulos. Jesús glorificó
al Padre (17,4) al manifestarlo a los hombres; el Paráclito glorifica a Jesús
al revelarlo a los hombres. La gloria implica una manifestación visible al
convertir a los hombres en testigos (15,26-27), el Paráclito proclama
públicamente a Jesús, que comparte la gloria de su Padre (17,5). (En otros
pasajes joánicos leemos que el Espíritu glorifica a Jesús engendrando hijos de
Dios, que de
Este modo reflejan la gloria de
Dios como Jesús refleja la gloria del Padre) En esta alusión a la gloria
advertimos otro elemento de la escatología realizada. Según los sinópticos, el
Hijo del Hombre vendrá con gloria el último día (Mc13,26); para Juan, la gloria
está ya en que Jesús se halla presente en medio de los hombres en y a través
del Paráclito.
El v. 15 toca indirectamente el
tema de la relación del Paráclito con el Padre y con el Hijo. Ya hemos visto cómo
el cap. 16 subraya la intervención de Jesús con respecto al Paráclito (v. 7:
«Os lo enviaré»), en contraste con 16,16.26, donde es el Padre quien interviene
para enviarlo. Pero el v. 15 demuestra que el autor del cap. 16 sabía también que,
en definitiva, el Paráclito, igual que el mismo Jesús, actúa como emisario del
Padre. Al declarar o interpretar lo que se refiere a Jesús, el Paráclito
manifiesta en definitiva al Padre, puesto que el Padre y Jesús poseen todas las
cosas en común. Posteriormente los teólogos orientales y occidentales
discutirán, en la teología trinitaria, si el Espíritu procede sólo del Padre o
del Padre y del Hijo. En la teología joánica no cabe la posibilidad de que el
Paráclito reciba de Jesús algo que no venga también del Padre, pero todo lo que
tiene (para los hombres) procede de Jesús.
1. BROWN,
Raymond, El Evangelio según
San Juan, Cristiandad, Madrid 1979, 2da Edición, p 1065-1068.
2. La
pneumatología de Juan, igualmente bien elaborada, pero menos complicada por su
forma meditativa, tiene como característica la definición del espíritu mediante
el mensaje de que Jesús mismo es «camino, verdad y vida» y, por consiguiente,
la «luz del mundo» (6, 63; esto es también lo que reciben los discípulos: 20,
22); pero esto lo es no como hombre empírico, sino como el que «viene de Dios y
retorna a Dios» (por eso el espíritu viene sólo después de la muerte de Jesús:
7,39). La contraposición que Juan, en la línea de la tradición a la que se
siente ligado, establece entre espíritu y carne, en cuanto esferas a las que se
asigna un origen celeste y terrestre respectivamente (3, 6; 6, 63) se debe a la
diferencia insalvable que existe para él entre Dios, que es espíritu (4, 24) y
el hombre, que vive en un mundo impío. Porque Jesús ha sido enviado, podemos
acercarnos a Dios adorándole en espíritu y en verdad» (4, 23 s); pues Dios nos
encuentra en Jesús, de tal manera que nosotros sólo podemos conocerle en la
medida en que hemos renacido del espíritu, de Dios (3, 3-5; cf . 1, 13), por
tanto, en la medida en que ya no somos determinados por la carne, en sentido
joaneo, sino por el espíritu, todo lo cual resulta tan enigmático para el mundo
como el soplo del viento (3, 8: pneüma es conscientemente utilizado aquí en su
doble sentido). Jesús viene de nuevo a sus discípulos en el Paráclito, el ->
intercesor y «espíritu de verdad», en cuanto que ellos, gracias a la mediación
del espíritu, conocen y custodian la verdad de su mensaje y así le contemplan
como viviente (14, 16-20.26; 15, 26; 16, 13).
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