La
Escritura anuncia la salvación para todos los pueblos. Ésta es su sustancia y
su verdadero objetivo. La salud se basa en la pasión, muerte y resurrección de
Cristo. Se proclama en nombre de Jesús, por encargo suyo, bajo su acción. En
este nombre hay salvación (Hch 4,12). El nombre de Jesús es su presencia
activa. Cuando los apóstoles predican en nombre de Jesús, cuentan con la
promesa: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt
28,20). A todas las naciones se predica la salvación; también aquí se cumple la
Escritura; la profecía universalista del segundo Isaías se cumple en la
predicación del Bautista: «Todos han de ver la salvación de Dios» (3,6; Is
40,5), en el cántico de alabanza de Simeón: «Luz para iluminar a las naciones»
(2,32; Is 42,6), en la predicación de Jesús: «Vendrán de oriente y de
occidente» (13,28ss; Is 49,12). La salvación comienza a predicarse en
Jerusalén. Viene de los judíos (Jn 4,22). En Abraham son benditas todas las
generaciones de la tierra (Hch 3,25; Gen 12,3). Se anuncia conversión y perdón
de los pecados. La conversión (penitencia) es presupuesto para el perdón de los
pecados; a esto sigue la vida. Cristo glorificado es el «autor de la vida» (Hch
3,15), pero también de la conversión y del perdón: «A éste ha exaltado Dios a
su diestra como príncipe y salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón
de los pecados» (Hch 5,31). La promesa profética que Jesús cumple en su acción,
es hecha por los apóstoles a todos los pueblos: «...libertad a los cautivos y
recuperación de la vista a los ciegos» (4,18; Is 61,1; 42,7). Según Mateo, el
Resucitado da el encargo: Bautizad a todos los pueblos (28,19). El bautismo
presupone penitencia y conversión y sella una y otra.
Se
ha realizado la predicción del Antiguo Testamento acerca de la salud para todos
los pueblos y el mensaje de salvación. Los Hechos de los apóstoles dan
testimonio de ello. Los apóstoles anuncian a Jesús de Nazaret como Cristo
(Mesías), su muerte salvífica — muerto por los pecados— y la resurrección;
ofrecen penitencia y perdón de los pecados. En uno de los primeros sermones de
san Pedro se dice: «Nosotros somos testigos de todas las cosas que hizo en la
región de los judíos y en Jerusalén, al cual incluso mataron, colgándolo de un
madero. A éste, Dios lo resucitó al tercer día y le concedió hacerse
públicamente visible... Y nos ordenó predicar al pueblo y dar testimonio de que
él es el constituido por Dios en juez de vivos y muertos. Todos los profetas le
dan testimonio de que por su nombre obtiene la remisión de los pecados todo el
que cree en él» (Hch 10,39-43). La predicación comienza en Jerusalén, va a
Judea y Samaría y hasta los confines de la tierra (Hch 1,8).
Cristo
por su parte ofrece a los apóstoles el apoyo del Espíritu Santo para su mensaje
salvífico. Sus palabras de promesa van encabezadas por su yo, el yo de quien
tiene autoridad y derecho de libre disposición, como se lee en Mateo: «Se me ha
dado todo poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28,18). Tan pronto como haya
ido al Padre y haya sido glorificado (Jn 15,26) enviará la promesa del Padre,
el Espíritu Santo, al que Dios había prometido para el tiempo de salvación (Hch
2,16-21). El Espíritu Santo, con el que Jesús mismo fue ungido para su acción
(Hch 10,38), se da también a los apóstoles. El tiempo de la Iglesia es el
tiempo del Espíritu Santo. «Elevado a la diestra de Dios y recibida del Padre
la promesa del Espíritu Santo, ha derramado lo que vosotros estáis viendo y
oyendo» (Hch 2,33).
Primeramente
tienen los apóstoles que esperar el Espíritu Santo; tienen que establecerse en
la ciudad y permanecer en ella; en estas palabras se da quizá a entender
también: permanecer reflexionando y meditando (10,39). Se refiere que los apóstoles, después de la
ascensión de Jesús a los cielos, perseveraban unánimes en la oración con las
mujeres y con María, la madre de Jesús, y sus hermanos (Hch 1,14). La ciudad es
Jerusalén; es el centro de la obra histórica lucana, la ciudad de la muerte de Jesús,
la ciudad del Resucitado, la ciudad de la venida del Espíritu Santo, la ciudad
contra la que se cumple el juicio de Dios porque no ha reconocido sus
misericordiosas visitas.
0 comentarios:
Publicar un comentario
Deja tus comentarios