Jesús
prometió a los discípulos escuchar sus oraciones y continuar así su obra en
ellos (Jn 14,15-21). Pero esto será posible sólo si ellos lo aman, y
demostrarán que lo aman si cumplen sus “mandamientos”. Cumplir sus mandamientos
equivale a guardar sus palabras, y esto se da cuando con fe se acepta su mensaje
y se le pone por obra (cf. Jn 8,51).
Xavier Léon Dufour en su libro del “Evangelio de San Juan” (pag 98-99)
explica quien es el “protector” de los discípulos, a quien Jesús al irse lo
dejará con ellos: “En el nuevo testamento, el término “parákletos” sólo aparece
en el discurso joánico de despedida, en donde se refiere al Espíritu, y una vez
en 1 Jn 2, 1 en donde se califica a Jesús de intercesor celestial. Ni el valor
semántico de la palabra ni el modelo subyacente a la figura del Paráclito están
totalmente claros. Los traductores se han limitado a transcribir la palabra
griega. Algunos la traducían antiguamente por «Consolador», a partir de una
etimología errónea: es verdad que el término viene del verbo parakaléó (que
puede tener el sentido de «consolar»), pero su forma es un participio pasivo:
literalmente significa «llamado al lado de uno», en latín advocatus. La
enseñanza sobre el Paráclito está distribuida a lo largo del discurso de
despedida en cinco textos, en donde su papel se presenta En este primer pasaje,
el Paráclito no tiene más que una función: «estar con vosotros para siempre»,
que es un comentario de su nombre. Se dice que es «otro» respecto a alguien que
lleva el mismo título, evidentemente Jesús. Si lo sustituye, no es ciertamente
como intercesor celestial (cf. 1 Jn 2,1): interviene en la tierra, pero no
intercede de ninguna manera. Al contrario, en su función de «estar con», ha
sido precedido por Jesús, que acaba de decir a Felipe: «¡Hace mucho tiempo que
estoy con vosotros...!»111. Después de la marcha de Jesús al Padre, la promesa
«yo estaré contigo», que atraviesa toda la larga tradición bíblica, se realiza
—según Jn— gracias al Paráclito, a quien Jesús distingue y relaciona al mismo
tiempo consigo. A diferencia de él que va a morir, ese «otro» estará con los
discípulos «para siempre». ¿Quién es entonces ese Paráclito del que no nos
habla ningún otro evangelista? Lo indica una aposición: es el «Espíritu de la
verdad». Este giro para designar al Espíritu de Dios es propio, en la Biblia,
de los escritos joánicos. Remitiendo a la proclamación: «Soy yo el camino y la
verdad y la vida», califica al Espíritu de Jesús-verdad y evoca no solamente su
revelación, sino también la discriminación que lleva a cabo entre los hombres
según la respuesta de los mismos (cf. 9, 39). De hecho, la figura del «Espíritu
de la verdad» se precisa a su vez por el contraste entre el «mundo» y los
discípulos en la forma de acoger su presencia: los que se niegan a creer en el
Hijo no pueden recibir al que desconocen”.
Jesús
afirma que no los dejará “huérfanos”
(gr.“orfanós” Jn 14,18), evoca el día de su resurrección de entre los muertos.
De hecho, Jn es el único evangelista que utiliza el verbo «venir» en los
relatos de las apariciones pascuales (cf. 20,19.24). Aquí Jesús anuncia:
«Veréis que yo vivo», refiriéndose en primer lugar a estos encuentros y
confirmando que la perspectiva es la de la victoria sobre la muerte. En cierto
sentido puede decirse que Jn anticipa la parusía de Cristo al día de pascua;
sin embargo, sólo los discípulos, y no el mundo, percibirán vivo a Jesús. A continuación
se añade: «y vosotros también viviréis»: gracias a la venida de aquel que
atravesó la muerte, los creyentes participarán de la comunión divina. Cristo promete también “su venida” a los
apóstoles y a todo aquel “que recibe mis preceptos y los guarda.” Como antes,
la perspectiva rebasa el solo círculo apostólico. Va “a todo aquel” (v.21) que
“recibe” los preceptos de Cristo “mis preceptos”; otra vez se legislan los
mismos preceptos de Dios como suyos y
los “guarda.” La fe con obras es tema repetido en el evangelio de San Juan (Jn
3,8) lo mismo que en su primera epístola.
¿A qué se refiere esta “venida” de Cristo después de resucitado? A la
parusía no, ya que todos lo verán y será el momento de la definitiva reunión
con él. Y aquí parece haber relación entre el momento de amarle y la presencia
en el creyente. Se debe, pues, de referir, si no exclusiva, al menos sí
preferentemente, a una “venida” espiritual y permanente. Por eso parecen
excluirse de este intento directo las apariciones de Cristo resucitado, v.gr.,
a Magdalena, Santiago, a más de quinientos hermanos juntos (1 Cor 15,6.7),
etc., pues fueron esporádicas y carismáticas. Máxime en esta perspectiva y hora
en que se escribe el evangelio de Jn (cf. v.12.21.23.24).
Los
efectos o frutos de esta venida se los presenta en dos aspectos. Uno es que “me
veréis” porque “Yo vivo y vosotros viviréis.” Siendo Cristo la Vida y no
pudiendo hacerse nada “sin Él,” no obstante, después de la resurrección será el
momento de la plenitud torrencial de todo tipo de gracias toda vida espiritual
y divina, que se inaugurará cuando El “envíe “el Espíritu Santo. Él vive después
de la tragedia de la muerte, y porque El derrama, normal y totalmente, esa vida
es por lo que ellos vivirán henchidamente su vida. Otro fruto es que “en aquel
día,” frase usada en los profetas, con que se expresan las grandes
intervenciones de Dios, y que, como aquí, puede indicar todo un período,
vosotros “conoceréis que Yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en
vosotros” (v.20).
ACTUALIZACIÓN
Recientemente me escribió una joven donde me decía que ella hacia el
bien siempre y que no sentía la presencia de Dios en su vida. Precisamente le
mencioné el pasaje de Jn 14,15-21, aunque creemos que vamos solos por el mundo,
no es así, Dios siempre está a nuestro lado, solo que no vemos su accionar en
nuestras vidas. Nos levantamos cada día y siempre vemos el mismo amanecer,
nunca vemos lo bello y sublime que puede ser cada momento, aun con nuestros
problemas. Dios nos ha dado de todo, somos privilegiados, hasta el punto que el
mismo Jesús antes de morir le dijo a sus discípulos que nunca iban a estar
solos, siempre iban a contar con la presencia del “Defensor”.
Todo en la vida es cuestión de
actitud, de la manera como la veamos así será nuestro andar y nuestro ánimo, es
cierto que todo no es color de rosas, pero hay más motivos para estar alegres
que tristes, por eso al levantarnos cada mañana y nos pregunten como
amanecimos, no dudemos en decir: “Bendecido,
prosperado y en victoria”.
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