La
fiesta de la Transfiguración, que en algunos lugares se conoce también como la
fiesta del Salvador se trata de recordar aquel momento glorioso en que tres
discípulos tuvieron ocasión de ver al Señor resplandeciente, momento que ellos
ya nunca más olvidarían. (2 Pe 1,16-19; Sal 96; Mt 17,1-9).
San Pedro, ya muy anciano, así lo recuerda en la
segunda carta: "Esta voz traída del cielo la oímos nosotros estando con él
en la montaña sagrada".
Vivir la alegría y la luz de la fe
La
Transfiguración confirmó la fe de los apóstoles y fue para ellos la luz
"que brilla en un lugar oscuro, hasta que despunte el día y el lucero
nazca en vuestros corazones". La Transfiguración del Señor plantea una
cuestión que es vital en el cristianismo: la fe es para los apóstoles algo
luminoso, como una inmensa alegría, que nadie les podrá robar. Si una persona,
joven o mayor, experimenta la alegría de la fe, ya no la pierde nunca jamás.
¿Cómo
lograremos ayudar a descubrir este aspecto de la fe? Los apóstoles lo
descubrieron: en un momento, que compensa los sufrimientos de toda una vida,
los discípulos ven al Señor transfigurado. Esta escena acentúa el gozo de la
fe, la alegría de saberse salvados y amados por Jesucristo. Buscar momentos de
oración, de contemplación, de Eucaristía bien preparada y participada.
Hay
un momento que debiera de ser determinante en este aspecto. Me refiero a la
misa de cada domingo, que ha de ser luz viva que transfigure nuestras vidas.
Hemos de prepararla bien. La gloria de Dios, aunque escondida, está presente en
ella.
En
medio de nuestra conflictiva e incierta historia humana se nos revela Dios. En
este nuestro mundo tan complicado, en las preocupaciones de nuestra familia que
tanto nos hacen sufrir, en los problemas cotidianos, en una sociedad tan a
menudo enemistada, en el seno de una Iglesia que ha de pedir perdón para
purificar su memoria histórica, tenemos que navegar con esperanza renovada,
"aunque es de noche", como decía san Juan de la Cruz. O como
expresaba un musulmán contemplativo: "En una noche oscura, bajo una negra
piedra, hay una pequeña hormiga negra. Pero Dios no se ha olvidado de esta
hormiguita".
Mirar la vida con ojos nuevos
La
oración no sólo nos ayuda a amar a Dios sino que nos predispone a contemplar la
naturaleza con ojos nuevos. El pintor Giovanni Bellini tiene un cuadro, que
está ahora en el Museo Capodimonte en Nápoles, que nos muestra la figura de
Cristo transfigurado ante sus discípulos. El Salvador resplandece en medio de
la escena, flanqueado por Moisés y Elías, con los discípulos a sus pies. Pero
toda la naturaleza se diría que despierta como atraída por la blancura de la
túnica del transfigurado: montañas y valles, prados y flores, animalillos y
personas humanas que en la perspectiva aparecen encaminándose hacia sus
respectivos trabajos. Todo está iluminado por la luz de Cristo. Como san
Francisco, cuando contemplaba la maravilla de la Umbría, región donde vivía,
desde la terracita de San Damián, y componía su himno al hermano sol.
Contemplar la naturaleza, sobre todo la persona humana, con la mirada penetrada
de Dios. Mirar al mundo con la mirada de los santos.
Quien
reza no encuentra tan malos a los demás. Cada vez que salimos de misa
debiéramos mirar las cosas y, sobre todo las personas, con una mirada nueva.
Como los discípulos al bajar de la montaña del Tabor.
Los
discípulos en la cima de aquella montaña se desprendieron de sus envidias pero
no prescindieron de los problemas de la vida, problemas penetrados de la
tragedia que se les venía encima. Esto es, la plegaria no consiste en
desentendernos de los problemas de la vida, sino que proyecta sobre ellos una
luz nueva.
¿Acaso
no nos ha ocurrido alguna vez que ante una dificultad aparentemente insalvable,
después de retiraros a rezar unos momentos, habéis encontrado una luz que os ha
ayudado a superar aquella oscuridad? La oración nos abre unos ojos nuevos para
empezar a descubrir el rostro escondido de Dios.
Manos a la obra
El
cristiano no debe quedarse mirando asombrado como los apóstoles, tenemos que
poner manos a la obra para que la vida siga cambiando, las sociedades se vayan
transfigurando y conformándose de tal forma que dejen ver a su través el Reino
de Dios.
Esa
es la verdadera transfiguración; ésta es la transfiguración que el mundo
necesita; ésa es la que nos ofrece Jesús y nos invita a continuarla entre
nosotros. ¿Estamos dispuestos a echar una mano?