El domingo no es un día cualquiera, ni siquiera la transposición al día siguiente de lo que los hebreos celebraban el sábado. Existe una relación de continuidad y ruptura al mismo tiempo entre el sábado hebreo y el domingo cristiano. La semana de los hebreos comienza el sábado y conduce hacia el siguiente. La teología del sábado hebreo tiene su fundamento en el libro del Génesis, donde Dios descansa después de la obra de la creación. El sábado, sin embargo es una de esas instituciones cuyo origen hoy parece con certeza que debe buscarse en el ambiente mesopotámico y que posteriormente recibió de la cultura hebrea una nueva interpretación y contenidos originales. Lo que más llama la atención a quien recorre la tradición bíblica, y por lo mismo lo que más caracteriza el sábado, es el descanso absoluto (Cf Ex 16, 2-30). Lo indica la misma etimología del término “shabbat”, que quiere decir cesar, reposar. La tradición sacerdotal (Ex 31, 17-20) lo ve como una imitación del descanso divino después de la creación (Gen 2,2). En la actualidad parece incluso cierto que la narración ha sido concebida y escrita precisamente para inculcar y motivar entre los hebreos la necesidad del descanso semanal. Como el hombre imitaba con su trabajo la obra creadora de Dios, así debía imitar su descanso, tanto más Israel, que por elección divina haba llegado ser hijo de Dios.
El sábado no es solamente imitación
del descanso de Yavé, es también día de culto, de acción de gracias, de oración.
Con su descanso Dios santifico el sábado, lo hizo sagrado, estableciendo que
fuese consagrado a Él. De aquí la expresión “santificar el sábado” tan
frecuente en la biblia (Ex 20,8; Dt 5,12; Is 56,24, Neh 13,17) para infundir en
el pueblo de Dios veterotestamentario la coincidencia del deber de reconocer con gestos cultuales su
consagración.
El sábado es, pues, una institución
central del judaísmo, hasta el punto de que, mientras el mundo helenístico vive
la semana planetaria y los diversos días
toman nombre de los planetas, en el judaísmo sólo el sábado tiene nombre, los demás
días simplemente se numeran: primer día, segundo día…etc.
Los apóstoles y los principales discípulos
de Jesús, provenientes del judaísmo, conocían y practicaban la semana judía y
antes de separarse de esa matriz conservaron sus antiguas costumbres. No hay,
pues, que extrañarse de que en cualquier comunidad cristiana, por ejemplo en
aquella para la que escribe Mateo, pudiera coexistir pacíficamente la
celebración del domingo con la observancia del sábado (Mt 24,20). La polémica
antisabática comienza con San Pablo y en
sus comunidades, de proveniencia helenística (Gal 4,8-11; Rom 14,5-6; Col
2,16-17): no se siente ya la obligación legal del sábado, y se apunta hacia lo
que es propio y especifico de los
cristianos, con la intensificación de la polémica contra los judaizantes se
afirmará la tendencia a vaciar de sentido la vieja ley sabática, como también
asimismo la de circuncisión y la referente a las impurezas legales.
Los cristianos empezaron a celebrar,
por su propia cuenta y con modalidades propias, el domingo o “el primer día
después del sábado” (Mt 28,1; Mc 16,1; Lc 24; Jn 20,1; 1 Co 16,2).
El domingo fue organizado para asumir
el elemento más importante y característico del sábado judío, el reposo, y así
permanecieron las cosas hasta la paz de Constantino. Sin embargo no fue fácil
alejarse de la observancia sabática, insertando ésta entre los otros preceptos
del Decálogo, considerados norma moral y valida también para los cristianos.
A partir del siglo IV se asiste a una
vuelta a las viejas costumbres sabáticas.
Dos hechos lo atestiguan: en marzo del año 321 la ley de Constantino, en
el marco de la cristianización de la sociedad impone la obligación del descanso
dominical también en el ámbito de la sociedad civil, mientras que hasta ese
momento el domingo era día laborable para todos, el otro hecho, todavía más
curioso, es la vuelta en diversos sectores de la cristiandad, a la observancia
pura y simple del antiguo sábado al lado de la del domingo, como de “dos días
que son hermosos” según dirá san Gregorio de Nisa.
Podemos llegar a la conclusión que
tras el renacimiento original del domingo cristiano y su progresiva afirmación
frente al sábado judío, a partir del siglo IV se asiste a un movimiento
inverso, que se puede caracterizar como una gradual sabatización del domingo.
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