Jesús
les explica en dos parábolas el significado del Reino de Dios (Mc 4,26-34). En
la primera parábola le dice que el reino de Dios es como un hombre que “echa” (βάλῃ gr. bále del verbo bállo)
semilla en la tierra, de noche se acuesta, de día se levanta, y la semilla
“germina” (βλαστάνῃ gr. blastáne denota dar fruto) y crece sin que él “sepa” (οἶδεν
gr. oiden. Denota percibir, conocer, saber, entender) cómo. La tierra por si
misma produce fruto, primero el tallo, luego la espiga y después el grano en la espiga. El Reino de
Dios es producto no de hechos aislados sino sucesivos en orden aunque no se
perciban.
La
segunda parábola se compara con una
semilla de “mostaza” (σινάπεως gr. sinápeos de sinapi σίναπι, palabra de origen
egipcio, se traduce «de mostaza» en el NT, referido a un «grano», kokkos . «Las
condiciones que tienen que ser cumplidas por la mostaza son que debía ser una
planta conocida con una semilla muy pequeña (Mt 17,20; Lc 17,6), sembrada en la
tierra, y creciendo más que las hortalizas (Mt 13,31), desarrollando grandes
ramas (Mc 4,31), … atrayentes para las aves (Lc 13,19). La mostaza que se
cultiva es la sinapis nigra. La semilla es de una pequeñez bien conocida. Las
mostazas son plantas anuales, y se reproducen con una extraordinaria rapidez.
En suelo adecuado llegan frecuentemente a una altura de 3 y 4 metros, y tienen
ramas que atraen a las aves). La semilla en la tierra dice Jesús es la más
pequeña, después de sembrada crece y se hace más alta que las demás hortalizas.
Esta
parábola es propia del evangelio de Mc. No se refiere, como en las anteriores,
a los apóstoles, sino que es una enseñanza en general. A esto mismo lleva el
tema de la misma. “El contenido no es explicado por Cristo. Esto dio lugar a
diversos enfoques de interpretación. Pero el hecho mismo de no haberla
explicado Cristo, o de transmitirla sin su explicación el evangelista, es una
prueba de su fácil y sabida interpretación. Sin embargo, los autores la han enfocado
en una triple dirección:
1)
Pura alegoría. — El reino de Dios es la Iglesia; la simiente, la predicación;
el campo, los oyentes; el hombre que siembra, Cristo, o, en general, los
predicadores; la recolección, la muerte o el juicio; Dios es el sembrador. Lo
que se trata de comparar o ilustrar es: si la tierra es buena, todo irá bien;
basta poner en ella la simiente de la palabra. Otros aún lo alegorizan más,
pero no pasando de puras acomodaciones.
2)
Mixtificación de parábola y alegoría. — Lo primero (v.26-28) sería una parábola
para expresar que el Reino va a desarrollarse por sí mismo; pero luego (v.29)
sería una alegoría; se destaca la obra del segador interviniendo en el momento
querido por Dios. Y para alguno (Loisy) se indicaría nada menos que la proximidad
del fin temporal del reino — “escatologismo” —, porque no se siembra si no es
para hacer la recolección. Sería esto señal de una alegoría añadida a la
primitiva parábola.
3)
Pura parábola. — No se ve que hayan de interpretarse los diversos elementos en
forma concreta y de minuciosa alegoría. ”Un hombre cualquiera” que siembra, se
interpreta mal alegóricamente de Cristo, y que “duerma o vele.” Lo mismo puede
decirse del resto de los elementos. No se precisan ni matizan alegóricamente.
Lo que se compara no es elemento con elemento, sino dos situaciones. El Reino y
una estampa agrícola. En la narración de ésta, todo son elementos reales y
normales. El sembrador, una vez realizada la siembra, ya duerme o vele, ya se
preocupe o no, sabe que la simiente por sí misma (αυτόματη) germina. Mc, con su
grafísmo, pone la gradación tan colorista de cómo se va produciendo la
germinación: hierba-espiga-trigo-sazón de éste. Y tan necesariamente sucede
este germinar “automáticamente” de la simiente, que, al llegar a sazón, ”se
mete la hoz”: es la hora de la recolección.
Así
sucede con el reino de los cielos. A esta situación de la simiente que germina
por sí misma, según el curso normal de las cosas, por ese vigor virtual que
ella tiene, de igual modo sucede el germinar y desarrollarse del reino de los
cielos: el vigor interno vital de que está dotado le hará irse desarrollando
necesariamente, aunque posiblemente entra también en el contenido de la
parábola el irse desarrollando como la germinación de la simiente, gradualmente.
No es el hombre el que hace germinar ni desenvolverse ni la simiente ni el
Reino, aunque condiciones externas puedan favorecerlo, sino el vigor vital de
que están dotados. Un gran comentario a esta parábola son las palabras de San
Pablo, cuando escribe: “¿Quién es Apolo y quién es Pablo? Ministros según lo
que a cada uno ha dado el Señor. Yo planté, Apolo regó; pero quien dio el
crecimiento fue Dios” (1Co 3,5.6).
El
reino de Dios, una vez puesto en la tierra por Cristo, llegará necesariamente a
su madurez. No podrán los seres humanos impedir la vitalidad y el crecimiento
del mismo. Acaso quiera Cristo corregir, o tal vez el evangelista, los errores
posibles de temor por su suerte ante los ataques al mismo, o hacer ver que,
contrariamente a las esperanzas judías, no aparecerá éste ni súbitamente ni con
manifestaciones extraordinarias. Algunos pensaron que iba contra la impaciencia
de los ”zelotes.” Para la Iglesia primitiva tenía la aplicación de saber que la
hora de la parusía, desconocida, era cierta: tenía su hora indefectiblemente
fijada y con el reino en plenitud”1.
En
conclusión, no depende de la voluntad del que arrojó el grano, y cultivó la
tierra, el que se forme en yerba, crezca, y llegue a sazón, para que sea
segado, y produzca fruto a su tiempo; porque todo esto pasa sin que él lo
advierta, y sin que sepa cómo sucede, es el Señor el que hace crecer. Y del mismo modo lo deben hacer los
predicadores del Evangelio, muchas veces se consideran dignos, sin embargo es
su deber esparcir la semilla y considerarse como una persona como todos, no se
debe perder la humildad y creerse superiores a sus hermanos. .
1. Biblia Comentada de los
profesores de Salamanca.
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