Son dos los motivos fundamentales en los que la Iglesia Católica discierne que libros son inspirados y cuáles no:
a) Porque la Biblia, Palabra de Dios escrita, es fruto de la predicación de la Iglesia misma: fue la primera comunidad cristiana quien empezó a poner por escrito su predicación sobre la vida y doctrina de Jesús. Entonces sólo a ella pertenece la justa interpretación de lo que escribió; como pertenece sólo al autor de un libro interpretar rectamente lo que escribió en su libro.
b) Porque Jesús entregó a Pedro “las
llaves” de su Reino, es decir de su Iglesia, y sólo él, unido a los apóstoles,
por mandato de Jesús, tiene el poder del Espíritu Santo de discernir la verdad.
También los obispos (siempre en comunión con el Papa) son sujetos de magisterio
auténtico y son asistidos por el Espíritu de Cristo para explicar y aplicar la
Escritura (LG 25).
Todo cristiano tiene, sin duda, este Espíritu de Dios al
recibir el bautismo; pero el cristiano, como individuo y particular, no tiene
la función de interpretar la Biblia. Nos dice el concilio Vaticano II: “El
oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escrita, ha
sido encomendado únicamente al Magisterio de la Iglesia, el cual lo ejercita en
nombre de Jesucristo. Pero el Magisterio no está por encima de la palabra de
Dios, sino a su servicio, para enseñar puramente lo transmitido, pues por
mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, lo escucha devotamente,
lo custodia celosamente, lo explica fielmente; y de este depósito de la fe saca
todo lo que propone como revelado por Dios para ser creído” (Dei Verbum, 10).
De aquí concluimos lo siguiente: la
Biblia tiene que considerarse una expresión de la fe de la Iglesia apostólica.
San Agustín afirmaba: “No creería en el Evangelio, si no fuera por la autoridad
de la Iglesia católica que me lo ordena...”. Y los primeros obispos de la
Iglesia llamaban a la Biblia: “El libro de la Iglesia”.
Otra conclusión: todo libro inspirado
es canónico y no al revés, es decir, la canonicidad es efecto de la
inspiración. La Iglesia no causa la inspiración, sino que la reconoce al
hacerlo canónico. Es necesario fijar el Canon para que la fe en toda la Iglesia
universal sea “una” y tenga un único criterio. De lo contrario, en vez de
Pentecostés, tendríamos una torre de Babel (como pasa entre algunos
protestantes).
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