El incienso constituye un elemento litúrgico en las celebraciones de
los ritos de oriente y occidente, así como en las de otras religiones. Se trata
de una sustancia resinosa aromática extraída del árbol del olíbano, que
encontramos en Omán y en algunas zonas de Somalia.
El uso del incienso en el campo
religioso pasó a ser un elemento de oblación, signo de oración y adoración de
las divinidades.
En Egipto era utilizado en los
rituales que se ofrecían a los dioses, los cuales, representados como objetos
divinizados, eran sometidos a
complicados rituales de adoración.
Con mucha probabilidad, el contacto
con las costumbres egipcias, previo al Éxodo, llevo a los israelitas a incorporar
en sus ritos el incienso el cual aparece en el Antiguo Testamento la cantidad
de 133 veces. De hecho, se puede leer en
el libro del Éxodo que a los efectos de preparar la construcción del santuario,
Moisés les ordenó reservar entre otras cosas aceite para el alumbrado, aromas
para el óleo de la unción y para el incienso aromático (Ex 35,8), más adelante
fue efectuada la construcción de los objetos litúrgicos, específicamente el
altar del incienso (Ex 37,25-29).
El Éxodo señala:
Harás
también un altar para quemar el incienso. Lo harás de madera de acacia y tendrá
medio metro de largo y de ancho; es decir, que será cuadrado. Tendrá un metro
de altura, y de sus cuatro ángulos saldrán sus cuernos, haciendo un cuerpo con
él. Lo revestirás de oro puro, tanto su
parte superior como sus costados, así como sus cuernos. Pondrás en su derredor
una moldura de oro, y debajo de la
moldura, a los costados, harás dos anillos de oro. Los harás a ambos lados para
meter por ellos las varas con que transportarlo. Estas serán de madera de acacia y las
revestirás de oro. Colocarás el altar
delante de la cortina que abriga el Arca del Testimonio y ante el Lugar del
Perdón que cubre el Testimonio, allí mismo donde yo te hablo. Aarón quemará cada mañana sobre él incienso
aromático, al preparar las lámparas, y
hará lo mismo al atardecer cuando alimente las lámparas. Este será el Incienso
ante Yavé, de generación en generación. No se ofrecerá sobre este altar
incienso profano, ni holocausto, ni víctima, ni se derramará sobre él vino
alguno. (30,1-9).
“Yavé
dijo a Moisés: «Procúrate en cantidades iguales los siguientes aromas: resina,
espinos y gálbano, especias aromáticas e incienso puro. Prepara con ellos según el arte del
perfumista un incienso perfumado, sazonado con sal, puro y santo; molerás una parte, que pondrás delante del
Testimonio, en la Tienda de las Citas, donde yo me reúno contigo. Será para
ustedes cosa sacratísima. No harán perfume de semejante composición para uso
personal; lo tendrán por cosa reservada a Yavé.
Cualquiera que haga otro igual para recrearse con su fragancia será
exterminado de entre los suyos.” (Ex 30,34-38). Finalmente fue ejecutado el ritual
colocando el altar de oro frente a la tienda del Encuentro, delante del velo y “quemó sobre él incienso aromático como Yavé
había mandado a Moisés” (Ex 40,27).
El uso del incienso va apareciendo en
todas las instituciones de Israel; en los sabios, el rey, los sacerdotes y el
culto y finalmente en los profetas. En el libro de Judith encontramos: “Judit se arrodilló con el rostro inclinado,
puso ceniza sobre su cabeza y dejó ver el saco que tenía puesto. Era
precisamente a la misma hora en que se ofrecía en la Casa de Dios de Jerusalén
el incienso de la tarde” (Jdt 9,1).
Por su parte el profeta Malaquías hace
una referencia litúrgica acerca del incienso: “Desde donde sale el sol hasta el ocaso, en cambio, todas las naciones
me respetan y en todo el mundo se ofrece a mi Nombre tanto el humo del incienso
como una ofrenda pura. Porque mi Nombre es grande en las mismas naciones
paganas, dice Yavé de los ejércitos” (1,1).
Simbólicamente, el humo del incienso
que se va elevando, se identifica con la oración que se dirige a los cielos, a
fin de que sea escuchada por Dios. Se erige en un código visual pero,
obviamente, también olfativo, con lo cual se convierte en un elemento
comunicativo multisensorial, especialmente en las liturgias de Oriente, en las
cuales no solo se observa o se huele, sino que se escucha, pues los incensarios
llevan campanillas.
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